Texto y fotos por Amanda Marton

Son las ocho de la mañana y Juan Cerpa (42) se levanta. Media hora más tarde empieza a trabajar en el taller de mantención eléctrica. Al mediodía aprovecha su horario de colación para estudiar y regresa a sus labores del taller a eso de la una de la tarde. Cuando termina su trabajo, toma una micro y va a la Universidad Santo Tomás de Viña del Mar, donde estudia la carrera técnica Mantenimiento Industrial. Sale de clases a las once y cuarto de la noche. Cuando llega a su pieza cerca de medianoche, estudia hasta las cuatro de la mañana para luego volver a despertar a las ocho en el Complejo Penitenciario de Valparaíso.

Cerpa es presidiario. El 2002 llegó detenido al recinto y el 2005 fue condenado a veinte años de cárcel, tras cometer lo que él llama “un gran error” del cual no quiere hablar. Después de casi dos tercios de su pena postuló a la enseñanza superior. De un total de 2.767 internos en el Complejo Penitenciario de Valparaíso, Juan Cerpa, Marcelo Cortés, Fuad Abdumalak y Eduardo González son los únicos que asisten a la educación superior. Además de ellos, otros siete de los 10.074 internos en los ocho penales de la región cursan carreras en ese nivel.

Cerpa decidió contarle a sus compañeros de curso que está preso y asegura que ellos han aprendido de su experiencia.

Los cuatro pasaron de un régimen cerrado a uno semiabierto. Para ir a clases todos los días llevan consigo el carnet de salida del presidio, un documento que deben presentar a los gendarmes para salir solos del complejo. Además del horario de clases, Gendarmería los autoriza a ausentarse media jornada laboral a la semana para realizar trámites en la universidad, trabajos grupales y reuniones con los profesores. Los cuatro reclusos deben acreditar que sus salidas son con fines académicos a través de un correo electrónico o un llamado de la casa de estudios.

Los cuatro reclusos deben informara sus profesores y a los directores de los centros de estudio, pero pueden elegir si contarle a sus compañeros. Cerpa tomó la decisión de decirles que vive en la cárcel y no se arrepiente de haberlo hecho, al revés está orgulloso. “Conmigo han aprendido harto”, dice.

“Me dijeron que yo no tenía el perfil del hombre penitenciario, del hombre con un tajo, del hombre tuerto, y les dije que no todos somos así, que ellos debían aprender más sobre la cárcel”, cuenta Juan. Una de sus compañeras no le creyó hasta que Cerpa le mostró su carnet de salida.

Hay tres colegios al interior del CET de Valparaíso. Los alumnos son asignados a cada establecimiento según su rendimiento académico.

Hay tres escuelas al interior del Centro Penitenciario de Valparaíso. Los alumnos son asignados a cada establecimiento según su comportamiento.

Terminar la escuela

El 49% de los reclusos del Complejo Penitenciario de Valparaíso cursan educación básica con o sin un oficio asociado como repostería, educación media científico humanista o técnica profesional.

El complejo de Valparaíso cuenta en su interior con tres establecimientos educacionales independientes que imparten clases a los reclusos: la Escuela E-508, el Colegio Juan Luis Vives y el Instituto Cardenal Oviedo. El comportamiento de los reclusos al interior del penal, determina a qué escuela pueden asistir. El Colegio Juan Luis Vives recibe a los reclusos con mejor comportamiento.

Los tres colegios se rigen bajo el Decreto 257 del Ministerio de Educación (Mineduc) que establece las normas de enseñanza a adultos. La coordinadora regional de educación de personas jóvenes y adultas del Mineduc, Jacqueline Van Rysseghem, explica que el marco curricular de la educación para adultos es muy rígido y difícil de adaptar a un centro penitenciario.

Mientras un colegio para adultos dicta 44 horas de clases semanales, las escuelas dentro del Complejo Penitenciario de Valparaíso dan como máximo 24 en una semana. “En la cárcel los horarios no se cumplen a cabalidad. Dependemos de los gendarmes y a veces los alumnos no llegan a clases porque no les dan permiso para salir de sus módulos”, explica la profesora de lenguaje del Colegio Juan Luis Vives, Alejandra Montoya.

“El recinto funciona primero como una cárcel. Lo más importante es la seguridad. En un segundo plano se desempeña el proyecto educativo”, explica Marco Espinoza, coordinador educacional del Complejo Penitenciario de Valparaíso.

Los colegios cuentan con sus propios directores y tienen independencia administrativa, pero como utilizan el espacio carcelario para realizar sus clases, están sometidos a las instrucciones del coordinador educacional del complejo que pertenece a Gendarmería.

Los profesores no pueden empezar las clases a las 8:30, porque deben esperar a que lleguen todos los reclusos a las salas, un proceso que toma una hora en promedio. Montoya cuenta que a veces sus clases han empezado a las 11:30. Juan Cerpa recuerda que cuando asistía a talleres en algunas ocasiones se producían comportamientos agresivos dentro de los módulos y los gendarmes interrumpían la actividad y obligaban a todos los estudiantes a volver a sus celdas. Además los traslados de reclusos de un complejo penitenciario a otro son independientes del calendario escolar, por lo que muchos alumnos no pueden finalizar sus estudios.

“El recinto funciona primero como una cárcel. Lo más importante es la seguridad. En un segundo plano se desempeña el proyecto educativo”, explica Marco Espinoza, coordinador educacional del Complejo Penitenciario de Valparaíso. El equilibrio entre garantizar la reinserción social y la seguridad al interior de la cárcel está en discusión en la Comisión Mixta del Mineduc junto al Ministerio de Justicia y Gendarmería. Los tres organismos afirman que el proceso de mejora y cambio ha sido lento. En 2014 volvieron a dialogar tras tres años sin reunirse por desacuerdos sobre si era más importante el proceso de reinserción social o el de cumplimiento de condena.

Los reos pueden estudiar la educación básica asociada a un oficio, por ejemplo repostería.

Los reos pueden estudiar la educación básica asociada a un oficio, por ejemplo repostería.

Estudiar y trabajar

La psicóloga Ximena Díaz trabaja en el Centro de Educación y Trabajo (CET) del Complejo Penitenciario de Valparaíso, que recibe a un máximo de 78 reclusos con habilidades socio-laborales que hayan cumplido dos tercios de su pena y tengan una conducta evaluada como “buena” o “muy buena”.

Los internos deben postular con su educación básica completa y dar una entrevista en la que se considera su comportamiento y capacidad de integración social; requisitos necesarios para participar de los talleres y cursos técnicos del CET. Si son aceptados, los cautivos pasan de un régimen cerrado a uno semiabierto, pueden hacer una salida trimestral de dos días afuera de la cárcel, pueden volver a tener celulares para comunicarse con sus familias y duermen en piezas privadas en las que están autorizados a poner un televisor y reciben visitas todas las semanas.

Juan Cerpa, Marcelo Cortés, Fuad Abdumalak y Eduardo González llegaron al CET hace dos años. Los cuatro ya llevaban más de diez años de condena. Cuando los trasladaron de la cárcel al CET vieron el mar por primera vez desde que los internaron. El complejo penitenciario está en el punto más alto del Camino La Pólvora en Valparaíso y desde ahí se puede ver toda la ciudad. “Fue lindo llegar al CET y ver el mar. Me quedé abobado, no recordaba que era tan bonito”, comenta Cerpa.

Tras más de una década viendo sólo las paredes de la cárcel Cerpa recuerda que quiso escapar. Tres noches seguidas salió del CET y corrió hasta la reja de la entrada del complejo penitenciario, donde hay dos gendarmes haciendo guardia las 24 horas del día. “Cuando me dieron ganas de arrancarme, pensé en todo lo que me había costado llegar al CET y no, mejor no”, cuenta. Juan había postulado tres veces .

Cerpa, Cortés, Abdumalak y González aprendieron panadería, imprenta, serigrafía y mantención eléctrica en los talleres del CET. Al finalizar las clases recibieron un certificado que no indica que la capacitación se realizó dentro de un complejo penitenciario. Tampoco posee el logo o el nombre de Gendarmería. “La idea es que no sean estigmatizados afuera. Ellos son tan capaces como cualquier otro”, dice Ximena Díaz.

Los presos que trabajan en los talleres del CET tienen derecho a una salida trimestral y reciben una remuneración económica.

Los presos que trabajan en los talleres del CET tienen derecho a una salida trimestral y reciben una remuneración económica.

Llegar a la universidad

Una vez terminadas las clases en el CET los reclusos pueden postular a la educación superior a través de la PSU o por un sistema de admisión especial. Cerpa y Cortés llegaron a la Universidad Santo Tomás gracias a un convenio que tiene la casa de estudios con el CET, mientras que Abdumalak y González rindieron la PSU.

Luego de ser aceptados por la Universidad Santo Tomás de Viña del Mar, el Instituto Profesional AIEP y el DUOC de Valparaíso tuvieron que pedir permiso a Gendarmería y a los profesionales del CET -profesores, estadísticos, sargentos, asistentes sociales y psicólogos- para asistir a las clases. De los profesionales depende el criterio para considerar si el recluso está apto para el proceso.

Cerpa busca trabajo. Tiene tres contactos hechos, pero afirma que le falta tiempo: debe cumplir con su trabajo de mantención eléctrica en el CET y las horas de estudio en la universidad. “Pero yo estoy agradecido, ya que por mi trabajo en el centro penitenciario me pagan 172 mil pesos y mi carrera en la Universidad Santo Tomás cuesta 145 mil”, comenta. También dice que desea ser un ejemplo para otros reclusos y que logró superar otro semestre académico: “Mis notas han ido subiendo. De un 2,9 pasé a un 3,8 y luego a un 5,2”. Ahora sólo le queda un año para titularse.

Sobre la autora: Amanda Martón es alumna de último año de Periodismo y éste reportaje fue parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa impartido por el profesor Juan José Lagorio. El artículo fue editado por Gabriela Campillo como parte de su trabajo en el curso Taller de Edición en Prensa impartido por el profesor Enrique Núñez Mussa.