Al volver a Santiago en diciembre del 2012, Rodríguez y Pardo ni siquiera tenían un lugar para entrenar. Ocupar un gimnasio ajeno los limitaría en tiempo y espacio, y arrendar un local estaba fuera del presupuesto. La solución fue una improvisada carpa que ubicaron en el patio del Café Palermo, el restaurant de unos amigos ubicado en la calle José Manuel Infante, en Providencia. Ahí instalaron un ring y establecieron el centro de operaciones del “Team Pardo”: el equipo que se encargaría de levantar el proyecto.

Además del entrenador y la boxeadora, el equipo está formado por Dalton Pardo, el maceteado hijo de Claudio, que es campeón nacional de kickboxing; el boxeador profesional Johan Carter, que es probablemente el hombre que ha recibido más golpes de parte de Carolina sobre un ring; la ex vedette del show de Daniel Vilches, Marilyn Monroi, que pese a sus cuarenta y seis años entrena a la par que su amiga boxeadora, y, por último, Thai: un cocker spaniel de pelo negro que la boxeadora encontró hace siete años en una playa de Viña del Mar, y que no se pierde ningún evento ni entrenamiento de la deportista.

Lo primero que el equipo tuvo que hacer fue vestirse con su mejor ropa y subirse al Corsa gris de Pardo para salir a buscar auspicios. Tocaron las puertas de Chile Deportes, de la Federación Chilena de Boxeo, y de diversas empresas privadas que en principio se mostraron atraídas por la idea: “Oh, boxeo femenino, qué interesante”, escucharon varias veces. Les pidieron que no se preocuparan, que durante la semana los llamarían. Pero al poco tiempo se dieron cuenta de que eso no sería así. Tuvieron que aceptar que –a excepción de un amigo que les iba a imprimir los afiches, del presidente del Comité Olímpico de Chile que ofreció el gimnasio para el combate y de otro conocido que prestó su hotel para alojar a la comitiva brasileña– no tendrían más ayuda. Si querían llegar hasta el final, como siempre, deberían seguir solos.

Muchas veces, mientras conducía su auto de vuelta de las reuniones, Claudio pensaba si esa gente se daba cuenta de que existía la posibilidad real de conseguir un título latino para Chile. Se preguntaba por qué la Federación Chilena de Boxeo y los empresarios que auspiciaron en 2000 a Carlos Cruzat en la defensa de un título del mundo no oficial, ahora no apoyaban a una mujer que luchaba por un cinturón reconocido por la asociación de boxeo más importante del planeta. Más tarde debía explicarle a Carolina que esto no era culpa de ella. Que era culpa de una cultura machista donde no se confía en el éxito de las mujeres, y la trataba de convencer de que, pese a todo, ella sería campeona. Que no aflojara, le decía, que no dijera por vigésima vez que se va retirar del boxeo. Y que, con el título en las manos, todo va a ser mejor.

***

A una semana del combate, La Crespa –como la llaman sus más cercanos– no ha llegado a su cien por ciento físico. No ha dormido bien, no se ha alimentado bien y tiene que interrumpir constantemente sus entrenamientos para asistir a reuniones y buscar fondos para la pelea. “Obvio que me afecta y me desconcentra. Siempre estoy pensando en que aún me faltan lucas y entreno con la incertidumbre de si voy a poder pelear”, dice Carolina con la voz entrecortada por el trote. Cuenta que todavía no hay pasajes para que la rival pueda viajar. Tampoco hay sillas ni amplificación, ni dinero para pagar todo eso. Lo único que pudieron conseguir fue un pequeño auspicio del instituto educacional ICEL y una exhibición promocional en la plaza de Puente Alto.

Antes de boxeo, Carolina practicó kickboxing.

Para reunir algunos pesos extra, el equipo organizo una fiesta a beneficio en la carpa de entrenamiento. Carolina y Marilyn fueron a la Vega Central a comprar comida para los trescientos asistentes que tenían contemplados. Cuando cargaban las bolsas, los feriantes y algunos transeúntes reconocieron a la deportista y se le acercaron para darle apoyo. “Campeona, déjeme tomarle una foto”, “campeona, sáquele la cresta la brasileña”, “deje bien parada a la mujer chilena, campeona”, le decían en los pasillos del mercado. Hasta autógrafos repartió La Crespa. Y de pronto, como no pasaba desde la época de Martín Vargas, el boxeo volvía a ser un deporte tomado en cuenta por la prensa, incluso por la televisión.

Los periodistas siguieron muy de cerca los días previos al combate. “¿Pueden hacer una demostración para la cámara?”, les decían cuando llegaban a la carpa de entrenamiento. Entonces Pardo y Carolina asentían, llamaban al púgil Johan Carter y ella comenzaba a golpearlo, mientras Thai ladraba y arruinaba sucesivamente las tomas.