Carola Julio / Ilustración Mathias Sielfeld

Desde sus calzoncillos blancos, recién muerto en un enfrentamiento a balazos con detectives en el centro de Santiago, a Ítalo Nolli le salía dinero a borbotones. Un fajo de 500 mil pesos, y otro. Y otro más. En total, seis millones en efectivo. Alguno que otro billete de menor valor y un par de monedas de 500 pesos. Los calzoncillos de Ítalo Nolli eran la caja chica donde guardaba la plata que portaba a diario para hacer sus negocios.

El tiroteo

Ítalo Nolli se dedicaba a la compra y venta de cobre robado. Al momento de su muerte, la policía lo investigaba por tráfico ilegal de ese metal y una supuesta asociación ilícita con la empresa Goycolea, que se encargaba de darle las facturas falsas para que pudiera blanquear los dineros de las transacciones.

A las diez de la mañana del miércoles 23 de marzo de 2011, Nolli entregó un cargamento de cobre en Madeco Mills –división de Madeco a cargo de la compra del metal– en el barrio industrial La Divisa de San Bernardo. Para Nolli era un trámite tan cotidiano como desayunar: hacía, al menos, dos entregas cada semana junto a Raúl Campos, quien manejaba el camión Isuzu que transportaba el material.

A eso de las once y media ya habían terminado de descargar el cobre, y Nolli regresó a su camioneta Ford F-150. En la calle, apareció un auto de la PDI con cuatro policías dentro. El detective Marcelo Morales se acercó a Nolli, le pidió que bajara del vehículo y que le entregara sus documentos.

El control de identidad nunca se hizo. Lo reemplazó el silbido de los balazos. El detective Morales fue el primero en recibir un disparo. Cayó al suelo y Nolli lo remató ahí mismo con 16 tiros más. Los compañeros del policía intentaron escapar. Dos alcanzaron a refugiarse en la patrulla. Cuando la detective Karim Gallardo huía hacia la vehículo, Nolli le disparó diez balazos en la espalda.

El estilo Nolli

Según lo que ha llegado a determinar la investigación judicial del Ministerio Público, entre 2010 y 2011 Ítalo Nolli movió 8.101.987.941 pesos, unos 16 millones de dólares. De esa fortuna no se sabe mucho hoy.

A sus 68 años, Ítalo Jorge Nolli Olivan no era un hombre que hiciera declaraciones de impuestos o inicio de actividades. En toda su vida, registró –con Mercedes Vallade, su conviviente– sólo una empresa de compra y venta de chatarra, “Metalchat”. No tenía propiedades, autos, ni manejaba cuentas corrientes. El año 1987 fue la última vez que operó una.

Nolli sí tenía una cuenta vista del BancoEstado, que abrió el 30 de junio de 1999. El último movimiento registrado es un depósito del 22 de marzo de 2011 –un día antes de que Nolli muriera– por 1.200.000 pesos. La cuenta quedó con un saldo de 3.490.682 pesos.

Nolli era, dicen, un hombre austero. De niño vivió en Providencia, y el resto de su vida transcurrió entre La Florida, La Cisterna y Santiago Centro. No tenía ningún lujo en su departamento, sólo una cama de dos plazas, un living comedor, un clóset con chaquetas y corbatas.

La persecución

Después de la balacera en el barrio industrial de La Divisa, Nolli caminó con calma hacia el camión donde estaban el chofer Raúl Campos y su hijo Ulises. Tras limpiar cuidadosamente sus pistolas, las enfundó para luego recoger del suelo una factura. Entonces se acercó a Campos, a quien le entregó el documento y le ordenó que huyera rápido. Él, dijo, tenía unos trámites por hacer.

Con las pistolas todavía calientes en su chaqueta, Nolli partió a La Cisterna a hablar con Luis Rodríguez Maluenda, el dueño y administrador de “Goycolea”, empresa dedicada a la compra y venta de chatarra. El nombre de la firma viene de la calle donde se ubica y su “política empresarial” está definida en su página web: “Somos una empresa conciente [sic] de las dificultades medioambientales en que están insertas las distintas sociedades humanas, por lo cual queremos aportar nuestro grano de arena e incentivar el reciclaje y la reutilización de materiales de construcción y demolición”.