Isidora Fuentes F.

Hasta el 20 de diciembre de 2009, Javiera Matamala casi no sabía de fútbol. Ese día, el arquero de la Universidad de Chile y la Selección Chilena, Johnny Herrera, atropelló y mató a su hija, Macarena Casassus. Hoy, Javiera sigue cada movimiento del futbolista dentro de la cancha.

En su departamento de Ñuñoa, la noche del accidente Javiera se fue a acostar tranquila. Su hija dormiría en casa. Ya en la cama, escuchó una puerta cerrarse y unos pasos bajar por las escaleras. Miró por el balcón hacia la reja de entrada y reconoció a Macarena. “¡Chao, mami!”, fue lo último que le escuchó decir. Hoy ese es uno de los peores recuerdos que guarda, y por eso debe trabajarlo en terapia, a la cual asiste un par de veces por semana. Cuando esa imagen llega a su cabeza, a Javiera se le corta la voz y le caen lágrimas.

Esa noche ella durmió tranquila. En la mañana despertó y bajó a tomar desayuno en pijama. Entonces sonó el citófono. Eran unos carabineros. En un principio, la mujer pensó que podía ser un asalto, por lo que corroboró que fueran uniformados. Fue al balcón, vio una patrulla, y los dejó entrar a la casa.

La conversación con el policía también es un recuerdo que debe trabajar con el psicólogo.

“Soy un hombre, soy un carabinero, pero hay cosas que cuesta decirlas”, dice hoy el policía con las manos en la espalda y la mirada fija en el suelo, recordando lo que sucedió esa mañana:

—Dígame qué pasó. ¿Pasó algo trágico? –le preguntó Javiera.

—Sí, señora.

—Un accidente.

—Sí, señora.

—Trágico, ¿mi niña murió?

—Sí.

Javiera Matamala recuerda que gritó, que se le debilitaron las rodillas y que cayó al suelo. Quedó afirmada de la mesa del comedor, en pijama y pantuflas. Su mente quedó en blanco y sintió que el tiempo se detenía.

La mujer no lloró.

***

Javiera se sentó a las afueras de la morgue y esperó a que llegara el cuerpo de su hija. Escuchó una conversación entre periodistas: volvían de reportear el accidente de Johnny Herrera, un jugador de fútbol que había atropellado a una tal Macarena. En ese momento, sin que los reporteros supieran quién era ella, Javiera se enteró de lo siguiente: un auto blanco marca Infiniti partió en cuatro partes a una niña, la arrastró 300 metros y dejó el asiento de copiloto con restos de masa encefálica.

El examen de Herrera marcó 0,56 gramos de alcohol por litro de sangre, y el de Macarena Casassus 0,84. El arquero dijo haber bebido un vaso y medio de vodka con Coca-Cola Light. Javiera, y los seis abogados que ha tenido hasta hoy, dudan de la veracidad de ese informe.

En la primera audiencia, cuando se abrió el proceso judicial, se demostró el consumo de alcohol de los implicados. El examen de Herrera marcó 0,56 gramos de alcohol por litro de sangre, y el de Macarena Casassus 0,84. El arquero dijo haber bebido un vaso y medio de vodka con Coca-Cola Light. Javiera, y los seis abogados que ha tenido hasta hoy, dudan de la veracidad de ese informe.

El futbolista nunca le pidió disculpas a la familia de la accidentada. Eso hizo despertar la rabia en Javiera. Desde entonces decidió apelar a todos los recursos que pudiera en contra del arquero. “Por qué a este señor ni siquiera le quitan los documentos, porque andaba jugando fútbol y lo quieren comprar por millones de dólares y feliz de la vida”, dice la madre de Macarena.

Hoy, Javiera, de 68 años, vive en La Serena junto a su padre. Por el momento no está trabajando y vive de su jubilación, una pensión especial que le dieron en la notaría donde trabajaba en Santiago y de un aporte mensual de dinero que le entrega su hijo.

En el centro de la ciudad, la casa es de adobe y oscura. Tiene muchos cuadros, fotos, diplomas y cosas escritas. Hay adornos en la mesa y un desorden generalizado. Las paredes de la casa están pintadas verde limón y está decorada con muebles antiguos. El lugar huele a viejo.

Antes del accidente, Javiera se consideraba una persona alegre. Sentía que su mundo estaba en orden. Con el trabajo en la notaría compró el departamento en Ñuñoa, sus dos hijos estudiaban en la universidad, tenía una situación económica estable y mantenía una buena relación con su exesposo, Patricio Casassus.

Madre e hija llevaban una relación de amigas. La personalidad fuerte de Macarena le encantaba a Javiera. “Yo ni siquiera echaba de menos a mi marido, porque ella era tan alegre”, explica con los ojos con lágrimas.

Jorge Marchant fue compañero de arquitectura de Macarena y uno de sus mejores amigos. Al recordar las fiestas en que estuvieron antes del atropello, cuenta: “Javiera era una mamá bastante liberal con su hija. No le ponía muchas restricciones, pero obviamente se preocupaba de dónde se iba a quedar”.

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Algunos meses después de conocer los pormenores del accidente, Javiera se enfermó. En la piel de sus manos aparecieron inflamaciones pequeñas y dolorosas. Los dedos se le empezaron a torcer hacia afuera. Se determinó que no era artritis ni reumatismo. Los resultados de los exámenes de sangre estaban alterados, como si tuviera hepatitis, pero sin los síntomas físicos.

Su médico determinó que, posterior al accidente de hija, su sistema inmunológico atacó su propio cuerpo.

En diciembre de 2009, Javiera renunció a la notaría. No pudo seguir trabajando debido a sus dolencias físicas. Tampoco respondió más los mensajes que le enviaban sus amigas del Colegio Inglés de La Serena, donde se formó: “Estaban todas tan regias y yo, con la hija muerta, separada de mi familia, como que soy el taco. Me siento tan fuera de la vida normal”. Dejó, también, de asistir a ceremonias: recuerda a su hija si va a funerales y se siente culpable si disfruta en una celebración.

Con su exmarido, Javiera tuvo una relación de amistad antes del accidente. “Por la niña, en realidad, nos juntábamos más. Ella era la que hacía el círculo para poder juntarnos, pero ella falleció”, dice Patricio Casassus. Hoy casi ni se ven y hablan solo sobre temas legales.

Una mañana, en noviembre de 2012, Javiera se despertó con una idea en mente: irse a vivir a La Serena. Había hablado unos días antes con un psicólogo amigo de su hijo acerca de las ventajas de vivir en la casa de su padre, pero esa mañana tomó la decisión. En el norte, pensó, mejoraría su estado de salud física y psicológica.

“Era tan auténtico, eso que uno siente que está bien lo que hace”, dice la mujer. Cerca de La Recova, tiene unos cien metros cuadrados. A pesar de sus 100 años, su padre no necesita más que un bastón para caminar y hacer sus actividades cotidianas.

Para cada aniversario de la muerte y cumpleaños de Macarena, Javiera va a llorar ante la gruta de Lourdes, ubicada en un parroquia del sector sur de la ciudad. Aprovecha que temprano no hay muchas personas y se desahoga.

Vivir en La Serena le ha devuelto la energía a Javiera. La fiscalía le facilitó el tratamiento con una psicóloga que la ayuda a vivir con el dolor. La hace recordar las imágenes más fuertes y le aplica “golpecitos eléctricos” como parte de un tratamiento que le sirve para dejar de sentir dolor cuando recuerda los episodios más tristes. Así, dice, ahora ya puede imaginarlos y no le duelen tanto como antes.

Ahora, por ejemplo, puede pensar en el carabinero que le dijo que su hija había tenido un accidente y casi no llorar. Macarena ya no se le aparece en sueños como lo hizo en los primeros años. Ahora piensa en ella como una foto: no pestañea ni se mueve, pero ahí está.

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El día del juicio de Johnny Herrera, Javiera se despertó temprano y esperó tensa. Ella quería que al jugador le quitaran la licencia de conducir y que no pudiera salir del país a jugar por la selección de fútbol: “Es lo mismo de siempre. Espero lo malo, pero tengo una pequeña esperanza de que funcione”. Mientras el futbolista llegaba al Juzgado de Garantía de Quintero, Javiera se sentaba en su cama y prendía el televisor.

Herrera fue condenado a 150 días de pena remitida y firma en Gendarmería. No fue condenado a arraigo nacional, y por eso hoy está con la Selección en Brasil para disputar el Mundial 2014.

Si Johnny Herrera entra a la cancha, dice, Javiera no va a escuchar ni ver los partidos.

Mientras el arquero se prepara para jugar en Brasil, en La Serena Javiera Matamala piensa en escribir un libro. No avanza mucho, dice, pero sí se le ocurren muchos títulos. Los anota en libretas y papeles que después pierde.

Sobre la autora: Isidora Fuentes Fuhrmann es alumna de cuarto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por el profesor Sebastián Rivas. El artículo fue editado por Javiera González, alumna de quinto año de periodismo, como parte de su trabajo en el curso Taller de Edición en Prensa Escrita, dictado por el profesor Rodrigo Cea.