Pablo Álvarez Y. / Foto Valeria Apara

En una casa del barrio La Bonilla de Antofagasta, ese martes 15 de enero de 2013, Claudio Rojas, prevencionista de riesgos de la minera Sierra Gorda, había tenido jornada libre. Por eso estaba viendo el fútbol con su esposa, Marcela Orellana, y tres de sus cuatro hijos. El cuarto, Diego Rojas, figuraba en la pantalla. Era el más pequeño del Estadio Mundialista de Mendoza, y recibió la pelota apurándola con tres toques en paralelo al arco. Tenía solo 17 años, era dos categorías menor que el Sudamericano Sub 20 que disputaba, y encontró un espacio entre los defensas. Minutos antes había perdido un balón que terminó en gol de Paraguay y, en el norte de Chile, preocupado a su familia que estaba expectante. Entonces remató con la derecha, su pierna menos hábil.

—“¡Goool …!”, se escuchó en Antofagasta.

Claudio Rojas y Marcela Orellana lloraron de alegría.

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“Desde que tenía un año o dos, siempre andaba con la pelota. A los cuatro ya podía dominarla”, cuenta su padre.
La primera incursión de Diego Rojas en el fútbol fue a los cinco años, edad que no clasificaba ni para la categoría más baja, de seis a nueve años. Su padre lo llevó al Club Deportivo Prat para que entrenara y se las arregló para jugar “galleteado”; es decir, entrando los segundos tiempos con datos de otro jugador.

Fernando Pizarro, entrenador de Rojas en el Prat, recuerda que su baja estatura nunca fue objeto de burla. “Al contrario, lo admiraban al ver cómo, siendo tan chico, dejaba botados como quería a los grandotes”. Pizarro lo define como un niño muy callado y correcto, que no pegaba ni reclamaba por los golpes. Su personalidad la mostraba en el campo de juego. “Era especialista en marcar goles de espalda. Venía una pelota, control, al ángulo y ¡pum! No fallaba nunca”.

En los entretiempos, los árbitros le comentaban: “Oiga, Pizarrito que es bueno ese cabro chico, parece profesional”.

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Los amistosos preparativos de la Roja Sub 20 eran determinantes para ver cuál sería la nómina final para el Mundial Sub-20 de Turquía. Rojas ya había marcado contra Uruguay y ahora se medía ante El Salvador. Corriendo desde atrás, saltó y agarró de lleno el centro de uno de sus compañeros. Chile ganó 2-1 y, a pocos días de que se revelara la lista de seleccionados, Diego anotaba hasta de cabeza.

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A los 11 años, Rojas había viajado a Santiago a probarse en su equipo preferido: Colo Colo. En su casa todos eran del equipo y tenía en su pieza un collage hecho por su padre con varias imágenes del Coca Mendoza y, al medio, una foto de él cuando era guagua.
Consiguió su objetivo. Entre 80 niños, Juan Gutiérrez, seleccionador de cadetes del club en esa época, solo lo llamó a él y a otro joven. Los padres estaban felices, pero la estadía era inviable. No le ofrecían ni vivienda ni alimentación y no estaban en condiciones de mudarse a Santiago. Fue su primera decepción.

Su padre terminó pagando plata de su propio bolsillo para que pudiera jugar en Club Deportes Antofagasta (CDA). Dos años más tarde se inauguraría un hogar para jóvenes talentos colocolinos, pero ya era muy tarde.

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No fue mal alumno. Sus notas superaban, ocasionalmente el 6, pero sus intereses poco tenían que ver con las matemáticas, las ciencias o la historia. Su pasión estaba en las canchas del colegio particular subvencionado Santa Emilia. Jugaba en su selección y destacaba en todos los partidos. “No le gustaba humillar a sus rivales, pero cuando metía un caño (túnel) los gritaba y se reía. Les decía ‘¡Ay!’, y los rivales se picaban”, recuerda Brandon Olivo, uno de sus mejores amigos y compañero en la selección del colegio.

Tenía un núcleo de cuatro amigos con los que le encantaba jugar fútbol después de clases y salir, pero hasta no muy tarde. “Era bien tranquilo a la primera, pero echaba harto la talla con sus amigos”, dice Olivo.

Ambos vivieron todas las contiendas, entre ellas, una crucial. El miércoles 2 de septiembre de 2009, en la cancha 5 del Estadio Regional de Tocopilla, el Santa Emilia disputó ante el municipal D-65 Gustavo Le Paige la representación de la Región de Antofagasta en los juegos Bicentenario en Temuco. El equipo de Rojas perdió, pero lo primero que hizo el técnico rival, Patricio Kacic, fue reclutarlo como refuerzo, lo que lo llevó a su primera competencia a nivel nacional.

En Temuco, el D-65 clasificó invicto en la fase de grupos con el aporte de ocho goles de Diego en tres partidos, uno de ellos de mitad de cancha.

Todo iba bien. Habían llegado a cuartos de final y debían enfrentar al poderoso colegio Cumbres de Santiago. En medio del partido, Diego recibió una brutal patada en el tobillo y no pudo continuar. Expulsaron a su agresor y el Le Paige perdió 3-0. “Alfonso Garcés, veedor de Universidad Católica, me comentó que mandaron a lesionar a mi hijo. El pie le quedó como membrillo”, recuerda Claudio Rojas.

A pesar de la temprana eliminación, Diego fue escogido entre 256 jóvenes como el mejor jugador del campeonato. Garcés lo pidió a préstamo para la UC en la Copa Nike, con lo que comenzó su vínculo con el club de San Carlos de Apoquindo.

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Al notar que las pastillas para el crecimiento no estaban dando resultado, sus padres dejaron de dárselas. No crecía, pero siguió sumando, en series mayores a su edad, copas regionales y títulos de Mejor Jugador en todas sus categorías.

A estas alturas, cada vez que Diego hacía noticia, el diario La Estrella del Norte de Antofagasta se refería a él como “nuestro Messi”.

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El 31 de mayo pasado, Rojas fue finalmente nominado al Mundial de Turquía. Había cierta confianza con que lo lograría, pero de todos modos la confirmación lo tranquilizó a él y su familia. Diez días después, le tocó disputar su primer amistoso como mundialista frente a Uzbekistán. Corría el minuto 60 cuando, sin pelota, recibió una patada en el pie.

Sus padres veían el partido desde su casa. Algo estaba mal. Tal como en Temuco, Diego dejó la cancha y no siguió jugando.

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“Si usted no lo deja ir, pesco mis cosas y a mi familia y nos vamos a vivir a Santiago”. Esa fue la advertencia de Claudio Rojas a Ociel Guzmán, presidente del CDA, por oponerse a que su hijo se fuera a la UC, equipo que lo había tratado bien y que le había curado una lesión a la espalda.

Antofagasta no era buena vitrina para Diego, menos cuando ni siquiera jugaba en su posición de mediocampista, sino que de lateral izquierdo. Su padre estaba convencido de que había llegado la hora de dar otro paso. Su aliado fue Harold Mayne Nicholls, en ese tiempo, vicepresidente del club antofagastino. Enviaron una carta y un informe y convencieron a Guzmán.

No era la única traba.

Diego tenía su familia, sus amigos y una relación amorosa de dos años en Antofagasta. Irse implicaba dejar todo lo que quería en el norte y eso le abrumaba. “Me acuerdo que cuando no quería irse, me llamó. Le quería decir a su polola, pero no sabía cómo, porque igual era fuerte; tenían que terminar”, dice su amigo Brandon Olivo.

La decisión se vio apurada. Mientras jugaba la Copa Chile con Antofagasta, se lesionó nuevamente de la espalda. Esta vez, no hubo tratamientos médicos ni grandes preocupaciones como cuando se lastimó en la UC. Iba adolorido a los entrenamientos, hasta que su padre lo encaró:

—¿Te das cuenta de lo que te está entregando este club y de lo que te puede entregar otro? —de dijo.

En menos de una semana recibió la respuesta de Diego:

—Papá me quiero ir. Me quiero ir a Católica.

Antofagasta intentó retenerlo. Le ofreció un contrato, integrar el primer equipo y recibir un sueldo. Ya nada podía convencerlo. Así, a 24 horas del cierre del libro de pases, se convirtió oficialmente en jugador de la UC.

El mayor problema fue la despedida. Fue a su colegio y le informó a su curso de segundo medio, que a las 17 horas de ese día se iba a Santiago. Una alumna lloraba. Era su polola. Diego nunca encontró la fórmula para darle la noticia y se terminó enterando ahí mismo. El futbolista también se quebró.

Desde ese momento comenzó a vivir en San Carlos de Apoquindo, donde es el más pequeño, tanto en estatura como en edad, del primer equipo de la UC. “Tiene una capacidad técnica poco habitual en un envase pequeño, pero sus recursos técnicos son tan buenos que le auguro un futuro prometedor”, dice el técnico del club, Martín Lasarte.

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Los padres de Diego recibieron la noticia desde España a través de dirigentes de la selección. Frente a Uzbekistán, su hijo se había lesionado el quinto metatarsiano del pie, quedando fuera del Mundial.

Esa noche escucharon a Fernando Solabarrieta en la televisión: “¿Saben ustedes cuánto sacrificio, cuánto esfuerzo tuvo esa familia detrás de ese chico durante tantos años para conseguir este cupo? Que en un partido a días del estreno todo se derrumbe realmente es doloroso. Fuerza para su familia y particularmente para él porque tiene un futuro extraordinario”, dijo el comentarista de TVN.

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Rojas fue operado de su lesión el 20 de junio en la Clínica San Carlos. Le dieron una semana de reposo antes de volver a la UC a someterse a ejercicios de recuperación con un kinesiólogo, por lo que aprovechó de viajar a Antofagasta.

Vio el estreno de la rojita ante Egipto junto a sus ex compañeros de colegio y su familia. A miles de kilómetros de distancia, Diego seguía sintiéndose parte del equipo, que disputaba un apretado partido. “Si estuvierai jugando no estaríamos sufriendo tanto”, le decían sus amigos.

No le gusta hablar mucho de la lesión y sigue igual de introvertido que siempre. A la vez, parece tranquilo.

—¿Cómo viste el partido?

—Estuvo bien el debut, no sé si se jugó tan bien pero se veía que el equipo quería ganar.

—¿Crees que podrías haber aportado algo diferente?

—Creo que sí, como cualquiera de mis compañeros que hubiese tenido la oportunidad.

—¿Cómo te tomas el hecho de ser bajo de estatura? Muchas veces los golpes te dan en la cara…

—Sé que soy más bajo que los demás, pero también puedo ser más ágil. Al final, jugando bien, uno no se ve menor que nadie. Y si te pegan es porque no te pueden parar.

—¿Y qué sentiste cuando recibiste el que te dejó fuera del Mundial?

—Supe altiro que me había lesionado, porque me dolió mucho. Obvio que estuve triste, pero no me queda otra que hacer la recuperación.
Solo hay un hecho que hoy lo tranquiliza. Con su edad, Diego no tendrá problemas para disputar el próximo Sudamericano Sub 20 de Uruguay con miras al Mundial de Nueva Zelanda 2015. No solo tendrá una segunda oportunidad sino que, como pocas veces, podrá jugar contra rivales de su misma categoría.

Sobre los autores: Pablo Álvarez Y. es alumno de cuarto año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por la profesora María Olga Delpiano. El retrato es de Valeria Apara, alumna de quinto año de Periodismo y corresponde a su trabajo en el curso Taller de Fotografía Periodística, dictado por la profesora Consuelo Saavedra.