Por Daniela Pinto Ortega

Para escribir, primero hay que leer. Puede que sea un libro en particular, un autor o una colección, pero siempre habrá alguno al que echarle la culpa. Ese libro que fue clave o que al menos dio un empujón, para tomar la decisión de ser escritor. De los diez autores nacionales que conversaron con nosotros para contarnos cuál fue ese cuento, novela, colección de poesía, o ensayo que los marcó y los llevó a la escritura, Ocho e culparon a un libro leído durante su infancia o adolescencia, y tdos dijeron que más que más que una publicación en particular, fue un evento o un escritor, que los marcó durante esa misma etapa.

Antonio Díaz Oliva culpa a Historia argentina de Rodrigo Fresán.

Antonio Díaz Oliva (La soga de los muertos, Alfaguara 2011) considera que fueron varios libros los que lo influenciaron, pero Historia argentina, de Rodrigo Fresán lo hizo de manera especial. Lo leyó en un día, durante unas vacaciones familiares. “Lo empecé a leer durante la mañana y, en vez de ir a la playa, le dije a mi familia que prefería quedarme en la casa leyendo. Terminé el libro hacia la hora de almuerzo, cociné algo, y volví a leer el libro de nuevo”, cuenta.

Daniel Hidalgo (Canciones Punk para Señoritas Autodestructivas, Das kapital 2011) no cree que un libro lo haya hecho escribir, sino que fue un proceso: se enfermó de literatura, y eso lo llevó a ser escritor. Aunque hay un libro especial. El primero que le mostró los síntomas de ese virus, fue Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez, que leyó como castigo durante la enseñanza media. El profesor nunca le cobró el trabajo posterior a la lectura del libro, pero él quiso hacerlo de todas formas.

Esteban Catalán nombra a Breve historia de la filosofía de Giannini.

Para Esteban Catalán (Eslovenia, Montacerdos 2014), Breve historia de la filosofía, de Humberto Giannini fue un libro que le despertó su pasión por la lectura: ”de pronto apareció este libro de Giannini, que es una larga y afectuosa clase de filosofía, y sentí por primera vez que ahí había un mensaje destinado a cualquiera que quisiera intentar comprender y explorar lo que fuera”.

Constanza Gutiérrez apuesta por el clásico Papelucho.

Constanza Gutiérrez (Incompetentes, La pollera 2014) empezó a escribir después de leer Papelucho a los 7 años, porque él también escribía. Además sus papás eran lectores y le pasaron el hábito, por lo tanto, ella considera que la literatura en su vida es algo natural. Aunque fue Papelucho quien la llevó a escribir, Constanza responsabiliza primero a su mamá.

Romina Reyes (Reinos, Montacerdos 2014) dice que nunca fue muy buena lectora, así que no recuerda un libro que la haya hecho querer escribir. Lo que sí recuerda, es uno que le hizo creer que le puso una vara como escritora. El libro se llama Hijo de hombre, de Augusto Roa Bastos. Lo leyó en el colegio y no se acuerda bien de qué se trata, pero lo encontró tan bueno, que le hizo cuestionarse su propia escritura.

Pablo Toro Olivos (Hombres maravillosos y vulnerables, La calabaza del diablo 2010) comenzó a escribir cuentos influenciado por Borges. Entre los 17 y 18 años leyó Ficciones, libro con el que comprendió mecanismos de escritura que van más allá del realismo: la mezcla entre fantasía, historia y filosofía, características del autor argentino. Lo impresionó la posibilidad de exponer esos mundos en una página.

Nona Fernández dice que Crónicas Marcianas de Ray Bradbury fue clave.

Con 11 libros publicados, a Óscar Barrientos (Rémoras en tinta, Alquimia 2014), le costó decidir qué libro fue el que más lo influenció. Se decidió por Los Tres Mosqueteros, que leyó siendo muy niño en una camioneta camino a Puerto Madryn con su familia. Dice que este libro fue crucial en el modo de comprender la estructura de un relato.

Para Nona Fernández (Space invaders, Alquimia 2013) también fue difícil culpar sólo a un libro. Eligió Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury, porque a los trece años le hizo comprender que a través de las palabras podía viajar por el espacio y construir nuevos mundos, y desde entonces sólo quiso escribir para poder seguir viajando.

Benjamin Labatut no apunta a un libro en particular, pero a una experiencia personal.

El caso de Benjamín Labatut (La Antártica, Alfaguara 2012) fue distinto, porque llegó a la literatura por un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente y le hizo perder la memoria por un tiempo. Vivía en Holanda y no recordaba cómo hablar inglés, así que no podía comunicarse. Los meses siguientes los vivió con extrañeza y le costaba distinguir entre fantasía y realidad. Ahí comenzó a leer para intentar volver a la normalidad. Pero pasó lo opuesto. “El trauma físico y mental y la ficción se amalgamaron en mi cabeza. Mi escritura posterior no ha sido más que un intento por tratar de separarlas”, explica el autor.

Selma Lagerlöf es la autora que marcó a Nicolás Poblete (En la isla, Ceibo 2013). “La leí siendo muy chico y me identifiqué con la voz narrativa y los protagonistas de sus historias. A pesar de ser una narración proveniente del universo nórdico, hay una serie de similitudes con nuestra realidad austral: en especial la aproximación al mundo animal”, cuenta el autor.

Sobre la autora: Daniela Pinto Ortega es alumna de tercer año de periodismo y trabajó en este artículo como colaboradora de Km Cero, guiada por el Editor General de Km Cero y profesor del Taller de Edición en Prensa Escrita, Enrique Núñez Mussa.