Por Catalina Bergström A.

Una hoja de oficio es intervenida con una lapicera de micropunta con tinta negra. Sobre el papel hay un retrato de un gordo barbón que está fumando mientras escucha One of Us del rockero británico Rupert Holmes. Está sonriendo. En una esquina inferior hay anotada una fecha: 30 de diciembre de 2013. Después de doblar la hoja, Rodrigo Salinas escribió en el papel: “Y no dibujé nunca más”. Fue una despedida corta e improvisada, publicada en su cuenta de Instagram, en la cual anunció a sus seguidores que ya no sería más dibujante. No tiene tiempo, dice, ni ganas de serlo.

Rodrigo Salinas –más conocido como “el Guatón Salinas”– era dibujante, pero poco a poco empezó a ser más conocido por sus chistes en programas de televisión. El barbudo multifacético de El Club de la Comedia; el protagonista del éxito de taquilla Barrio Universitario, el guionista y titiritero de 31 Minutos, el polémico reportero de Chilevisión que fue detenido por instalar un puesto de comida llamado “Cerbel” dentro de un recinto de votación, el impertinente invitado de la fiesta de gala del festival de Viña del Mar que se paseó vestido de carabinero. Así, ya no tenía ganas de dibujar así que decidió olvidarse los lápices: dejando atrás 17 años como ilustrador, 31 libros de historietas, y a miles de lectores, para dedicarse por completo al humor, con proyectos en teatro, cine y televisión.

Rodrigo Salinas (39) se pone una chaqueta y ya está listo para su stand up:

—A ver, probemos el micrófono: Ola que-aseee, ola que-aseee, ola que-aseeeee.

Las quince personas que están en la sala de su show Ensayos Generales lo reciben con risas. Salinas, provoca carcajadas inmediatas con solo entrar a la sala del edificio Radicales en Santiago Centro. Usa el sarcasmo y la improvisación con naturalidad, recurre a temas infantiles y a críticas sociales, pasa del garabato a las mímicas. Se burla de sí mismo y del público.

Dibujando a Salinas

Para Carlos “Lechuga” Reyes, su editor literario y amigo, Salinas es un tipo disperso, pero “en su dispersión es genial”. Tiene dos premios Altazor en el bolsillo –Mejor guión por 31 Minutos y por el diseño de su libro La Calma después de la Tormenta– y cuenta con el cariño de miles lectores. Cuando decidió dejar de dibujar, le escribió un mensaje a Reyes, asegurando que seguirán haciendo libros. “Se va a notar su ausencia [en Feroces Editores], pero estoy seguro de que en un rato más voy a recibir una llamada diciéndome que tiene una nueva historieta”, comenta Reyes.

El adiós de Salinas comenzó en 2011 con su último libro La Tormenta Perfecta. La obra recopila toda su carrera, con más de 300 páginas de ilustraciones. Hace tres años, Salinas se consideraba más dibujante que actor cómico. Hoy, con su retiro, cree que la comedia lo hace más feliz. “Ya cumplí con el dibujo y no es compatible con lo que soy ahora ni con lo que estoy haciendo”, dice.

El Guatón cree que ahora ya no es el mismo y que la “etapa dibujo” ya está cerrada. Sus amigos, colegas y sus propias creaciones no dicen lo mismo: su humor tiene una doble lectura; con un toque infantil, personal, provocador y este viene desde el dibujo. Sus más cercanos creen que la creatividad nació con él.

Monitos en clases

“¡Señor Salinas!, ¡Fuera!”, era la frase recurrente de Marcos Becerra, el profesor de matemáticas de Salinas en el Colegio San Ignacio de Alonso de Ovalle, en el centro de Santiago. La cita era tan repetida que incluso aparece en su biografía de cuarto medio. Becerra cuenta que desde kínder hasta cuarto medio Salinas fue “bueno para revolverla”, provocándole más de un dolor de cabeza y un sinnúmero de anotaciones negativas.

El profesor le hizo clases por siete años, fue su guía en el grupo Scout y hasta hoy siguen en contacto. “Yo llevo casi 30 años en el colegio, pero él es uno de los alumnos que más le tengo cariño. Era mi regalón”, dice. Siendo su profesor jefe en sexto básico, Becerra descubrió que el niño que dibujaba en sus clases, lo hacía especialmente bien. Y no había caso, se pasaba la clase completa y los reforzamientos de matemáticas dibujando historietas completas con superhéroes y personajes propios. Ni hablar de los números.

Así también lo recuerda Rodrigo Lagos, excompañero de colegio y su actual representante. Al igual que Salinas, Lagos es dibujante y ambos se hicieron amigos por compartir el arte y el humor. “El dibujo le salía de las venas. Era conocido en el curso por ser el que mejor dibujaba. Desde kínder que no paró… Hasta ahora”, cuenta.

Cuando era niño, Salinas quería ser dibujante y por eso decidió estudiar Arte en la Universidad de Chile, donde lo pasó muy mal, dice. En su último libro, cuenta que según la Facultad, la historieta no era considerada una forma artística ni correcta de dibujar. Criticaban su técnica –el lápiz recargado– y su estética. Tuvo que cambiar, fingir y “trazar a lo artista”. Quería salir lo más rápido posible de allí. Al final se licenció, pero nunca entregó su tesis.

El arte como profesión

Sus primeras creaciones se inspiraron en los dibujos de Hervi, las historias de aventura de Themo Lobos, “la magia” de Disney, el trazo simple del dibujante chileno, Jorge Pérez Castillo, entre varios otros. Con el tiempo, Salinas perfeccionó su técnica y diversificó sus contenidos, pero su humor siguió teniendo el mismo origen: la infancia.

Salinas tomaba elementos de su niñez, como la historia, la publicidad criolla, y  los cómics que leyó, para convertirlos en otra cosa. Buscaba hacer una crítica cómica. Dibujó un Charlie Brown como Carlitos Marx, caricaturizándolo como un perdedor; un Superman sin poderes ni capacidad de volar como es Winnis, un Arturo Prat que nunca muere pero que nadie le cree; a Mampato lo mostró en la tercera edad, y a la indiecita de Leche Sur la transformó en la protagonista de la historia del “No”.

Como ilustrador periodístico Salinas comenzó en el diario La Nación. En la sección Ego Sum Deportivo, su jefe era Alberto Gamboa, quien le pedía caricaturizar a deportistas. El “Gato” Gamboa dice que ya casi no le queda memoria. Tiene 93 años, más de 70 años de periodismo encima, y recuerda que Salinas era un buen dibujante: “Hay caricaturas que te reflejan una crónica sin necesidad de explicaciones. Los ilustradores deben ser tipos inteligentes, altamente creativos y Rodrigo lo era”.

Luego de La Nación, el dibujante se fue a El Mercurio, su trabajo más largo y del que recopiló un libro. Desde 2002 hasta el 1 de enero pasado, Salinas publicó una tira cómica cada viernes en la revista Wikén, llamada Canal 76. En esta, se reía de la televisión, con dibujos imperfectos como los personajes de la TV. “Su historieta tenía personalidad propia y era la única sección de temas livianos. Entonces, él era el dueño del humor en la revista”, cuenta Bárbara Muñoz, su última editora en la revista. Pero los últimos años le costaba dibujar porque ya era muy parte del medio. En su última publicación, Rodrigo terminó deseándoles un feliz año nuevo “a sus dos lectores, ¡gracias papá y mamá!”.

Lápiz y micrófono

En 1997, Rodrigo se integró a Kiltraza, la primera revista que le dio un espacio de libertad creativa que no había tenido; mediante la autogestión hizo gráfica experimental, exposiciones, ilustraciones, música e historietas. En 2000 junto a otros ilustradores, fundó el colectivo artístico La Nueva Gráfica Chilena (LNGCh), en el cual creó en 2005 su historieta más emblemática: La Isla del No.

“Creo que su obra maestra es La Isla del No. Me emocioné cuando la vi y le dije que con esto había llegado a un tope creativo, porque desde el punto gráfico él no dibujó casi nada pero su contenido es profundo”, explica Carlos Reyes, miembro de LNGCh y editor de Feroces Editores, una pyme cofundada con Salinas. La historia tras el “No” era un presagio de la caída de la Concertación en las elecciones de 2010.

Claudio Aguilera, uno de los dueños de la galería Plop!, dedicada a la venta y exposición del cómic chileno –y que tiene una estrecha relación con Salinas–, explica la importancia de la trayectoria del dibujante: “El trabajo gráfico de Rodrigo es una obra política con gran contenido social y reflexivo. Te invita a pensar, pero con mucho humor”. Aguilera cree que va a volver a dibujar porque tiene un interés que no se quita tan rápido. “Me parece que la tele es algo que le va a durar algún tiempo porque siempre va a seguir siendo el dibujante que es”, dice.

Sobre el paso a la televisión, el profesor Becerra cuenta que no le gusta “su humor irónico” pero que se ríe igual, porque se lo imagina en la sala, contando chistes, inventando cosas, dibujando. “Si hubiese seguido su carrera como dibujante, para la mayoría sería un anónimo”. Al margen de que sea un fracaso en matemáticas, y que haya renunciado al dibujo, el profesor se enorgullece de su evolución como artista.

Su amigo y manager, Rodrigo Lagos, cree que no volverá pronto por falta de tiempo, pero asegura que su retiro no será definitivo porque su humor existe a través de sus creaciones gráficas.