Texto y fotos por Valentina Correa

Cuando a Widny Joseph le preguntan qué quiere ser cuando grande se demora en responder: “No sé qué quiero hacer cuando salga del colegio, me gustaría que los chilenos me respeten como soy y que pueda trabajar en las mismas cosas que ellos”, sostiene.

Widny Joseph es haitiana y tiene 15 años. Está en primero medio en el colegio Juan Luis Undurraga de la comuna de Quilicura. Dice que no tiene problemas para hablar español, que lo aprendió rápido. A pesar de que es muy diferente a su lengua nativa, una mezcla de francés con palabras africanas: el creole. Con casi dos años en Chile y a través de un español fluido explica que lo más difícil es relacionarse con sus compañeros hombres: “A mí me molestan, creen que porque soy negra soy pobre y me dicen garabatos. Yo no les respondo, soy una mujer más fuerte que eso”, dice con los ojos humedecidos y la voz quebrada.

La joven cuenta que tiene más amigos en Haití, pero que prefiere estudiar en Chile porque las clases son mejores. “Allá el colegio es más desordenado, a veces no había profesores y te cambiaban la clase de las doce del día para las siete de la tarde”, recuerda Joseph.

“A mí me molestan, creen que porque soy negra soy pobre y me dicen garabatos. Yo no les respondo, soy una mujer más fuerte que eso”, dice Widney Joseph de 15 años.

Según cifras del departamento de extranjería del Ministerio del Interior, Widny Joseph es uno de los 3.500 haitianos que viven en Chile. Este número podría ser mucho mayor: existe un porcentaje desconocido de haitianos que entran al país de manera clandestina o que no han hecho el trámite legal para ser ciudadanos.

En Quilicura hay 1.500 haitianos, según  consigna el PADEM (Plan Anual de Desarrollo de Educación Municipal) de 2015. En el municipio indican que desde 2012 las migraciones desde Haití a la comuna han aumentado en un 76%. “A diario llegan cuatro o cinco haitianos a Quilicura, los que ya viven en Chile les cuentan a sus amigos que hay buenas oportunidades de trabajo y así van llegando de a poco”, dice Yamilé Carrasco, directora de la unidad de migrantes de Quilicura.

Extranjería registra 3.500 haitianos viviendo en Chile.

Quilicura fue la primera comuna en Chile en crear una unidad de migrantes. En el Departamento de Educación de la Municipalidad tienen un plan de integración para los niños haitianos. El director del Departamento de Educación, Cristián Muñoz, explica que para cada colegio municipal hay un coordinador de migrantes. Son doce chilenos profesionales de la educación, que a diario van a las salas de clase. Su objetivo es estar seguros de que los niños haitianos entiendan la materia.

Otra de sus funciones es ayudar a los jóvenes haitianos a relacionarse con sus compañeros chilenos. En 2015 el departamento de educación contrató un profesor de nacionalidad haitiana, un “mediador lingüístico”, que va rotando entre los doce establecimientos de la comuna. Él los ayuda en los temas de comunicación.

Una vez al mes le entrega al departamento de educación un informe con los resultados observados. Lo último que se descubrió es que los niños haitianos llegan en promedio en un nivel dos años menor de lo que corresponde al año que están cursando. “Por ejemplo, si un niño estaba en séptimo básico en Haití, acá académicamente tiene los conocimientos de un niño de quinto”, explica Muñoz.

Los niños llegan a Chile desde Haití con el equivalente a un atraso de dos años en su formación escolar.

En el departamento de educación coinciden en que el idioma es la principal barrera que tienen los niños haitianos para crear un vínculo con los chilenos. Sin embargo, según Cristián Muñoz, en Quilicura les importa más la barrera cultural. “Creemos que es importante que los chilenos conozcan la cultura de Haití, que sepan de sus gustos musicales y deportivos, que conozcan que su trato es más reservado que el nuestro”, agrega Muñoz.

En el colegio Juan Luis Undurraga se hace un día intercultural donde se enseña a los niños sobre la independencia de Chile y la de Haití, también los alumnos aprenden sobre ambas banderas y los nombres de los personajes más importantes de la patria de los dos países.

“El tema de que los niños sean negros ya pasó, nuestros niños están acostumbrados a eso. Ahora queremos ir un paso más allá y lograr fusionar las dos culturas”, explica Pamela Wong, directora del colegio Juan Luis Undurraga.

Estación de destino

En el sur poniente de la capital está la comuna de Estación Central, la segunda con más inmigrantes haitianos en Chile, donde aún no hay un programa especial para la integración de extranjeros en colegios municipales. Los primeros días de colegio son los más difíciles para los niños: los profesores se las arreglan para enseñarles los contenidos con mímicas o dibujos. Muchas veces usan la ayuda de diccionarios franceses para hacerse entender. Otras les piden apoyo a niños haitianos que manejan más el castellano, porque llevan más tiempo en Chile.

El colegio particular subvencionado San Alberto de Estación Central tiene a 50 estudiantes haitianos matriculados.

El colegio particular subvencionado San Alberto de Estación Central tiene a 50 estudiantes haitianos matriculados.

Según el director del colegio San Alberto, Luis Donoso, los niños no tienen mayores problemas para aprender el idioma. “Son rápidos y aprenden fácil, nos cuesta mucho más comunicarnos con los padres en las reuniones de apoderados, para ellos sí hay clases de español todos los sábados en la parroquia del Hogar de Cristo”, dice el docente. En 2014, 396 haitianos asistieron a las clases.

Beatrice, una haitiana de 18 años escribe su nombre en un cuaderno con la mano empuñada y la cara casi rozando el papel. Primero su apellido y luego su nombre: “Stimot Beatrice”. “Así se escribe en Haití”, dice en un español poco claro la joven de piel negra y pelo trenzado. Hace un año llegó con su familia (su padre, su madre y su hermana menor) a una casa ubicada en un block de la calle Capitán Gálvez, en la comuna de Estación Central.

Emigraron como parte de un grupo conformado por treinta haitianos. El padre, Doodson Stimot, consiguió trabajo a los pocos días en una empresa de construcción; su madre permanece en la casa y se encarga del cuidado de la más pequeña. Beatrice está a cuatro meses de terminar el colegio: cuando salga quiere ser pastelera.

Ella está en cuarto medio, en el colegio particular subvencionado San Alberto de Estación Central y es una de los 50 niños haitianos matriculados ahí. Los primeros llegaron al colegio en 2010, pocos meses después del terremoto de 7,2 grados que destruyó Puerto Príncipe, la capital de Haití.

“El lenguaje me cuesta un poquito más que las matemáticas. No te puedo decir más, porque no entiendo más”, dice Beatrice en un español confuso. A esto atribuye sus notas, más bajas que las del resto de sus compañeros

Beatrice y su hermana menor Juleyka, ambas llegaron en 2014 junto a sus padres a Estación Central. Beatrice tiene 18 años y está a cuatro meses de terminar el colegio. Aún no domina el español.

Beatrice y su hermana menor Juleyka, ambas llegaron en 2014 junto a sus padres a Estación Central. Beatrice tiene 18 años y está a cuatro meses de terminar el colegio. Aún no domina el español.

La directora de América Solidaria de Haití, Fernanda Ramírez, dice que no es pertinente comparar la educación chilena con la haitiana. “Viven en contextos muy distintos. Chile es un país de la OCDE y Haití el más pobre de América, hay carencias estructurales desde lo básico que impiden una comparación. Por ejemplo en Chile ningún niño se muere de hambre como en Haití y los colegios municipales les cubren tres comidas básicas al día”, explica Ramírez.

Fernanda explica que en Haití alrededor del 60% de los colegios son privados, pero que esto no significa que sean de buena calidad, solo un 12% son legales. “Básicamente alguien pone un colegio en su casa sin ninguna licencia de seguridad o calidad educativa”, agrega. Una reducida elite accede a colegios privados de buena calidad. “Los problemas para estudiar no los tienen los niños, se los pone el sistema”, asegura la directora.

Según datos recogidos por la Unicef en 2012, la tasa de alfabetización en Haití en jóvenes entre 15 y 24 años es del 70%. El porcentaje de alumnos que termina la educación primaria es del 77%, mientras los que finalizan la educación secundaria bordean el 25%. En Chile, según los mismos datos, los jóvenes entre 15 y 24 años tienen una tasa de alfabetización del 98,9%. El 97,9% termina la educación básica y el 85% sale de cuarto medio.

Integrarse a través de la educación

Equiparar el nivel educacional entre haitianos y chilenos es uno de los propósitos de Ciudadano Global, un servicio jesuita a migrantes que funciona en Santiago. “El haitiano promedio que llega a Chile busca mejores oportunidades de trabajo y educación para sus hijos. Son familias pobres y con poca educación, por lo que los niños necesitan ayuda extra en el colegio”, cuenta la directora del servicio Marcela Correa y agrega: “los haitianos son como cualquier otro niño. Son alegres y juguetones, pero también más resilientes y menos mimados que los chilenos”.

A las diez de la mañana, cuando suena el timbre del recreo en el colegio Juan Luis Undurraga de Quilicura, un grupo de niños se instala en el patio a comer su colación. Tres niños haitianos -dos mujeres y un hombre- se sientan separados del resto de sus compañeros. Los tres ríen. Los niños chilenos junto a ellos, también. Según Susana Flandes, profesora de quinto básico del colegio, no están separados porque se lleven mal o se sientan discriminados. “Se juntan más entre los haitianos por la facilidad para comunicarse, por un tema de idioma. Muchas veces en los recreos ves a niños haitianos y chilenos abrazados entre ellos”, cuenta Flandes.

Sobre la autora: Valentina Correa es alumna de cuarto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa impartido por la profesora Jimena Villegas. El artículo fue editado por Juan Pablo Casado, alumno de último año de Periodismo, como colaborador de Km Cero.