Greta di Girolamo Harzani / Ilustración Mathias Sielfeld

Las manos se cuelan por los barrotes para recibirla. Se hacen lugar entre medio de las otras, empujan, intentan ganar espacio, acercarse para tocarla, para rozarla siquiera. Mueven las muñecas de un lado a otro, abren y cierran los dedos. Una de las manos sostiene una carta y se empeña en que ella la vea. La primera dama recibe el sobre blanco: “Gracias por esto, muchas gracias”, dice Cecilia Morel antes de despedirse del tumulto.

Parte del programa Elige Vivir Sano, desde las 10 de la mañana que frente a La Moneda funciona un gimnasio al aire libre. El programa fue creado por Morel en marzo de 2011 para promover la alimentación saludable y el ejercicio en la población chilena, que está novena en el ránking de obesidad mundial. Cuando la ven llegar al evento, algunas personas se reúnen para saludarla desde el otro lado de las rejas que resguardan el sector ubicado detrás del escenario.

La primera dama recibe alrededor de 80 cartas al mes con peticiones de todo tipo. La mayoría llega al departamento del área social del gabinete de Morel vía internet a través de Hola Cecilia, un servicio de mensajería electrónica. El resto son cartas en papel que ciudadanos envían por correo, le entregan personalmente a ella o a miembros de su equipo durante actividades en terreno, llevan a su domicilio privado en Las Condes o dejan en la puerta de La Moneda. Los carabineros del palacio tienen la orden estricta de recibir y hacer llegar a la oficina de partes todas las misivas. Luego se derivan al departamento.

Morel sostiene el sobre blanco solo por unos segundos. Uno de sus asesores lo toma para más tarde hacerlo llegar al área social. Una vez allí, la carta será abierta y seguirá un protocolo que no siempre involucra la lectura de la primera dama.

Los ojos de Morel

Marietta Kemeny, orientadora en relaciones humanas y familia del Instituto Carlos Casanueva, trabaja desde 2010 como jefa del área social del gabinete de la primera dama:

—Es bueno trabajar con flores, hace bien —dice mientras arregla un ramo blanco en un florero.

Su computador está plagado de papelitos amarillos con recordatorios y en la pantalla hay una lista con nombres de mujeres: son algunas de las cartas del día anterior.

En 2013 el presupuesto anual del área social del gabinete de la primera dama rondó los 120 millones de pesos. De estos, 16 millones se destinaron para pagar el arriendo de las oficinas de un edificio de la calle Moneda y 104 para los sueldos del personal.

Además de Kemeny, el equipo está compuesto por seis “analistas de casos”, quienes tienen la misión de contestar todas las cartas, un “ingresador” y una “archivadora”. La suya es una de las dos piezas del departamento donde funciona el área social. La otra es el lugar donde se ingresan las cartas y el resto es un espacio abierto con un mesón largo donde hay un computador para cada analista.

Cada mañana María Elena Barco, una de ellas, lee las peticiones que llegaron el día anterior y establece un grado de importancia para cada una: “urgencia”, “prioritaria” o “rutinaria”. Una vez clasificadas, envía las peticiones a su jefa, quien las vuelve a leer y las asigna entre los integrantes del equipo.

Los analistas leen las peticiones, las derivan a la institución pública correspondiente para que se haga cargo de resolver la inquietud y envían al solicitante un acuso de recibo. En el documento informan que el caso ha sido derivado y su plazo de resolución. Por ejemplo, si alguien pide una silla de ruedas, se responde diciendo que la solicitud fue reenviada al Servicio Nacional de la Discapacidad y que este tiene un máximo de 20 días hábiles para contestar. De manera positiva o negativa para el remitente, las peticiones urgentes se resuelven en tres días, las prioritarias en siete y las rutinarias en un rango de entre uno y tres meses.

Hay solicitudes que no se pueden derivar a ninguna institución, ya sea porque se trata de una petición extravagante, por ejemplo, un pasaje en avión; o porque es un caso particular de tal gravedad que la ayuda que requiere es específica y ninguna institución la cubre, por ejemplo, una mujer viuda cuyo hijo tiene síndrome de Down y leucemia y no es capaz de solventar los gastos por sí sola. En el segundo caso, el equipo del área social deriva la petición a un comité para postular a una comisión de gracia o a una subvención presidencial.

—Generalmente la gente escribe cuando no tiene resultados en las municipalidades, en los ministerios —explica Kemeny—. Cuando ya está muy desesperada y no sabe a quién acudir. Y también hay personas que son usuarios permanentes, que están acostumbradas a escribirle a la primera dama por todo.

En 2010 el 77,5% de las personas que escribió a Cecilia Morel fueron mujeres. Kemeny dice que este porcentaje se mantiene cada año. Las regiones desde las que más cartas llegan son la Metropolitana, del Bíobío y de Valparaíso, y el ministerio de Salud es al que más se derivan solicitudes.

La persona que más cartas ha mandado es un inmigrante coreano que incluso escribe para dar sus opiniones. La última vez que lo hizo pidió permiso para vender comida oriental en un puesto callejero.

— La verdad es que ninguna carta es no-importante para nosotros —dice Kemeny—. Todas las cartas, todas, todas, todas, todas, son importantes. No hay ninguna que nosotros digamos que no vale la pena contestar y, aunque la persona escriba semana por medio, se le va a responder igual. Todas las cartas son importantes para nosotros. Todas, todas, todas.

Kemeny repite las palabras que le parece importante dejar en claro: “Todas” es una palabra que le parece importante dejar muy clara.

Entradas a conciertos de Justin Bieber. Ropa de Cecilia Morel porque es tan linda y si le puede convidar. Un par de zapatos para ir a trabajar y mantener a su marido mientras estudia. Un préstamo de 20 millones de pesos y se lo devuelvo en cuotas mensuales de 300 mil. Mi marido me engañó con una funcionaria pública así que quiero que me indemnice. Dos pasajes a París.

—86 tiene el chino —dice de improviso Nicolás Rosson, el único analista hombre del equipo, quien acaba de revisar el historial del llamado “usuario permanente”.

El software que usan para archivar las cartas es del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y fue adquirido por el gobierno de Michelle Bachelet para agilizar el funcionamiento del departamento. Permite ordenar las peticiones, saber si están resueltas o en proceso y tener acceso al historial de personas que han escrito a la primera dama.

Rosson explica que quienes escriben tratan de generar empatía y piensan que así recibirán una respuesta más beneficiosa. Una mujer, por ejemplo, escribió durante el gobierno de Michelle Bachelet contando que era comunista, que había sido torturada. Volvió a escribir cuando asumió Sebastián Piñera: ahora apoyaba la dictadura militar.

—Las cartas físicas las archiva la señora Cecilia Fuentes. Tiene archivos. Ella archiva, archiva, archiva. Porque todo hay que guardarlo y dejarlo al otro gobierno por si los necesitan —dice Kemeny.

Si la carta es en papel, el “ingresador” debe digitalizarla y luego la “archivadora” guardarla junto al resto de las cartas físicas. En el caso de las peticiones realizadas a través de Hola Cecilia, estas se ingresan automáticamente en el sistema computacional.

En uno de los escritorios hay un turro de papeles escritos a mano que entre todos los integrantes del equipo intentan decodificar. A veces llegan peticiones escritas en pedacitos de boleta. Eso también se contesta, y se guarda atrás de un escritorio que está repleto de archivadores.

El equipo del área social del gabinete de la primera dama comparte el piso del edificio en la calle Moneda con el equipo del área social del Presidente. Fue durante el gobierno pasado que se unieron los departamentos. Ambos grupos se dedican a responder cartas.

—Claro, porque no pusieron un primer damo, entonces, todo el piso era de ella. Hay una persona que, como que cumplía el rol [de primera dama], pero no es lo mismo, no se ve igual. Es fundamental el rol que hace la primera dama, es como un termómetro: mide lo que los ciudadanos quieren —asegura Kemeny.

La primera comadre

La cara de Michelle Bachelet se balancea de un lado a otro. Adriana Delpiano tiene la chapita de la candidata presidencial de la Nueva Mayoría prendida a su blusa:

—Yo fui una cosa anómala, porque no era la señora de la Presidenta de la República. Hubo que inventar un cargo, no era la primera dama yo. Ella medio en broma me lo planteó: “¿Por qué no eres la primera comadre?”.

En 2006 Michelle Bachelet se convirtió en la primera mujer en alcanzar la Presidencia de la República de Chile. No solo era mujer, sino que, además, era soltera. Dos características que implicaban la ausencia de una primera dama. Para suplir este papel, la exmandataria creó el Área Sociocultural de la Presidencia. Eligió a su amiga Adriana Delpiano –actualmente directora ejecutiva de Educación 2020– como jefa del departamento y presidenta de los directorios de las instituciones que componen la Red de Fundaciones, que hasta antes había estado a cargo de las primeras damas. En 2007 el cargo lo asumió, hasta el fin del mandato de Bachelet, la socióloga María Eugenia Hirmas.

A partir de 1925 las primeras damas empezaron a desarrollar su propio gabinete y se han dedicado a la asistencia social a través de la administración de una serie de instituciones y fundaciones. Hasta 2006 la labor se entendía como un voluntariado propio de la esposa del Presidente. Delpiano fue la primera persona designada para el cargo y también remunerada por desempeñarlo. No recuerda el monto exacto, dice, pero rondaba los dos millones de pesos mensuales.

—Yo entiendo que la señora del Presidente actual no debe recibir remuneración, igual como no recibieron antes tampoco las señoras de los anteriores presidentes. Yo me imagino, me imagino, que no recibe remuneraciones.

Efectivamente, Cecilia Morel no recibe remuneraciones.

La Red de Fundaciones depende directamente del gabinete de la primera dama y está constituida por siete organizaciones: Fundación Integra, Museo Interactivo Mirador (MIM), Fundación Prodemu, Fundación Orquestas Juveniles e Infantiles, Fundación Artesanías Chile, Fundación de la Familia y Chilenter. Cada una recibe financiamiento del ministerio respectivo, por ejemplo, del Ministerio de Educación en el caso de Integra y el Museo Interactivo Mirador (MIN). Delpiano no está de acuerdo con esta estructura: plantea que cada fundación debería ser absorbida por el ministerio correspondiente. Atribuye su existencia a la ineficiencia del sistema institucional actual y a una falta de cultura cívica. Pero también cree que un factor clave es la función social que se le otorga a la primera dama en Chile.

—En este país hay una interpretación muy mariana, religiosa, de que la mujer tiene que conmoverse con los pobres. Ese es un aporte que hace a la gestión: el Presidente se preocupa de las finanzas, de las grandes cosas, y la mujer se preocupa de los pobres. Es un tema súper anticuado a estas alturas. Si tú me preguntas: “¿Corresponde hacerlo?”. No, y si se mantiene es porque todavía hay un sector de la población que lo ve así. Sería estupendo que la presidenta Bachelet desarmara ese cuento antes de irse.

Compasión de virgen

En Chile existen cerca de 20 organizaciones de mujeres que se dedican a la ayuda social voluntaria en hospitales. Todas se hacen llamar damas y el prefijo se acompaña por el color de su uniforme. Hay damas de gris, azul, beige, terracota, rojo, amarillo, verde, celeste, lila, rosado, blanco, damasco, café. Algunas se dedican a tratar con pacientes específicos: personas con cáncer, enfermos renales, niños con retraso mental. La mayoría tiene una raíz cristiana y apunta a apoyar espiritual, material y psicológicamente a los enfermos hospitalizados o ambulatorios y a sus familias. Una de las más antiguas es la organización Damas de Marfil, que desde 1950 se encarga de ayudar a personas que sufren de epilepsia. Son 98 voluntarias, todas mujeres.

Óscar Contardo, periodista y autor de libros y artículos que abordan distintos temas de la sociedad chilena, explica que en Latinoamérica la función social femenina se vincula al ámbito doméstico y la responsabilidad de llevar la religión al mundo popular.

—La imagen femenina —explica Contardo— logra respeto en la medida que calce con la idea maternal mariana vinculada, más que a las políticas públicas de justicia social, a los proyectos de beneficencia. Los pobres son vistos como niños y los niños pobres como criaturas desamparadas a las que hay que acoger y alimentar hasta que cumplan la edad de convertirse en trabajadores.

Graciela Letelier fue primera dama durante los dos gobiernos de Carlos Ibáñez del Campo. Ella fue la pionera en cuanto a fundaciones de beneficencia: creó el Ropero del pueblo y la fundación Cema. La primera entregaba vestimenta a recién nacidos de familias vulnerables y la segunda es una organización de centros de madres que hoy sigue en manos de Lucía Hiriart, viuda de Augusto Pinochet.

“La condición de primera dama corresponde a un título protocolar no-oficial, ocupado por la esposa del Presidente de la República; cargo que actualmente las vincula una serie de labores y responsabilidades relacionadas con la dirección y coordinación de actividades en materia de apoyo social hacia los sectores más vulnerables de nuestro país”, se lee en el prólogo de Primeras Damas de Chile: por la valoración y promoción de la igualdad de género. El libro fue escrito por un equipo de la Policía de Investigaciones (PDI) y su portada muestra la imagen de La Moneda, una bandera chilena y dos manos tomadas: la de un Presidente, ilustrada con un puño de camisa y chaqueta, y su primera dama, con uñas pintadas y una argolla en el dedo anular.

Contardo explica que el concepto de primera dama surgió en Estados Unidos y que se extendió con mayor éxito en América Latina que en Europa porque el sistema parlamentario de muchos países del Viejo Continente disminuye la importancia del mandatario y, además, luego de las guerras mundiales la secularización habría disminuido la importancia de símbolos tradicionales como la familia en esa región.

—El fenómeno primera dama está condicionado por esa manera de ver la realidad: el varón, para ahuyentar sospechas y consolidar su poder, debe estar acompañado de una mujer y, para tranquilizar a la sociedad, esa mujer debe ser un ejemplo en el cuidado doméstico del espacio público: hacer obras de caridad. Las cartas a las primera dama son, desde esa perspectiva, una apelación apolítica desesperada a la beneficencia de la madre, de la virgen. Yo lo veo en el mismo nivel que las mandas religiosas, solo que en este caso laicas. Supone además una serie de atributos considerados como femeninos: la comprensión, la compasión, la generosidad. Es la primera dama la persona que se supone va a escuchar una petición desesperada menor, la dueña de casa y no el jefe de hogar o monarca, ocupado de asuntos de mayor cuantía.

Marta Larraechea, primera dama durante el gobierno de Eduardo Frei entre 1994 y 2000, todavía se encuentra con personas que le agradecen su ayuda. En ese entonces el gabinete contaba con un fondo para financiar las obras de beneficencia, mientras que hoy la primera dama no maneja dinero y solo puede derivar las demandas.

—La raíz de este servicio en Chile –dice Larraechea– se debe a la condición de precariedad de ciertos segmentos sociales y yo creo que debería seguir en manos de la señora del Presidente, porque así todos los servicios responden en forma rápida y eficiente, lo que no sucedería de otras manera.

En 2012 Belén Collante decidió escribirle a Cecilia Morel. Cursaba segundo medio en un colegio subvencionado y estudiaba canto y piano en el conservatorio de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Sus padres ya no podían seguir pagando los estudios de música. En la carta pidió financiamiento, explicó que su pasión era la música y su sueño, un conservatorio gratuito para niños.

Dos años antes había conocido a la primera dama en la celebración del rescate de los 33 mineros. Entonces Collante cantó Esperanza, una canción que compuso especialmente para la ocasión. Morel la reconoció al leer la carta y envió su caso a postular por una comisión de gracia. La ganó.

—El rol de la primera dama es fundamental —dice Collante— porque brinda espacios para el desarrollo de todo aquello que un ser humano requiere para ser integral y feliz. Es insustituible porque es mujer, madre, consciente de lo complicado de sacar a una familia adelante no solo en lo que es sostén económico.

Hoy Belén Collante tiene 16 años y desde comienzos de 2013 recibe cerca de 160 mil pesos mensuales para financiar el conservatorio, talleres de música, entradas a conciertos y el tratamiento de rehabilitación para sus cuerdas vocales, que tuvo que operarse por una fisura de nacimiento. La pensión cubrirá sus gastos por siete años más.

Peligro de extinción

En la casa le mostró la carta a su marido. La mujer que la había escrito pedía dinero para pagar las deudas que tenía con una casa comercial y amenazaba con suicidarse. Luisa Durán estaba preocupada. Ricardo Lagos la leyó rápidamente, se paró y volvió con el teléfono. Llamó a la señora tranquilizándola y prometió que al otro día una asistente social de la presidencia iría a visitarla para ver si la podía ayudar en algo.

—Llegó la asistente social —recuerda Durán— y dijo: “la señora está bien y dice que se va a suicidar pero después del sábado más o menos porque tiene un bautizo”. No hicimos nada, bien fresca la señora, tenía que ir al bautizo antes de suicidarse.

Durán fue primera dama entre 2000 y 2006. En esa época recibía dos mil cartas mensuales, probablemente porque aún no existía el Plan Auge. Recuerda que la mayoría solicitaba financiamiento para el tratamiento del Sida: cada inyección costaba 600 mil pesos y se necesitaban cerca de diez. El equipo se componía por cuatro asistentes sociales que se repartían las peticiones por comuna: 500 cartas mensuales, 20 por hora cada uno. No tenían un software especial para organizarlas e internet no era tan universal como ahora, por lo que la mayoría de las cartas llegaban escritas a mano y debían ingresarlas una por una en documentos digitales que luego guardaban en un computador.

—No debiera haber un cargo que fuera la primera dama —asegura Durán—, lo que debería pasar en una sociedad moderna es que la mujer [del Presidente] siguiera con su trabajo. Lo que yo hice antes fue por mi esfuerzo, por lo que yo soy capaz. Llegar ahí como “la señora de”, a mí me parece lo más troglodita que puede haber en el mundo. Pero había una expectativa social y era muy difícil para nosotros decir que no. Podría hacerlo un grupo de asistentes sociales, el rol debería ir bajando en la medida en que los servicios funcionan.

“Leo muchas, no todas”

Atrás del escenario de la actividad de Elige Vivir Sano hay un living improvisado bajo un toldo blanco. Tres sillones, un refrigerador y una mesa con botellas de agua y galletas de arroz. En uno de los sillones está ella, la primera dama, sentada con una pierna perfectamente doblada sobre la otra y con las manos tomadas sobre su regazo. La música de la zumba retumba tras Morel. Ella sonríe impasible.

—¿Qué opina usted del papel de la primera dama en relación a las cartas?, ¿por qué es importante que las personas puedan escribirle a usted?
—Para ellos es un puente para solucionar problemas frente a los cuales se sienten con impotencia o simplemente no saben por qué canal se solucionan. La carta es por dos motivos: uno por desinformación y no saber cómo se soluciona, otra por desesperación y falta de recursos. Y también hay una tercera: por problemas que a veces no tienen solución. Hay de todo tipo de problemas, a mí los que más me angustian son los problemas de salud, pero la verdad es que mi atribución no es solucionarlos, sino que tenemos un protocolo que cumplir que es encausarlos a aquel servicio donde corresponda.

—¿Usted lee las cartas?
—Leo muchas, no todas.

—¿Qué es lo que siente con el hecho de que la gente le escriba?
—Siento cercanía, emoción, cariño, pero también siento mucha impotencia cuando no puedo responder a su problema.

Morel contesta las preguntas de manera pausada, articula con cuidado las oraciones, escogiendo cada palabra con detención antes de pronunciarla. No titubea. Atrás se escuchan gritos de la multitud que se mueve siguiendo la coreografía de los bailarines que están sobre el escenario.

—¿Por qué cree que es importante que la primera dama esté a la cabeza de esto?
—Porque es la figura que ellas sienten cercana, ven la figura humana, o creen que el Presidente está muy ocupado. Aunque le escriben más cartas que a mí: Ahora, a él le piden trabajo. También creen que uno es un ser omnipotente que puede resolver todos los problemas. Desgraciadamente no puede, ningún Estado ni ningún gobierno puede solucionar todos los problemas.

—¿Qué cree que va a pasar ahora que no va a haber primera dama, ya que las dos candidatas presidenciales que van a segunda vuelta son mujeres?
—No [va a haber primera dama], pero la gestión social sigue, porque siguen llegando cartas. Cuando estaba la Presidenta Bachelet llegaban, pero en vez de tener dos entradas, una para la primera dama y otra para el Presidente, era una.

—¿Usted cree que se puede suplir la función de la primera dama?
—De hecho, cuando estuvo la Presidenta Bachelet había una persona que representaba las fundaciones, que hacía un poco el rol de la primera dama. Todavía en Chile la figura de la primera dama es muy querida y se la ve como muy cercana, pero obviamente que no es una necesidad. Es una convención, es algo que no está en la constitución, que se acepta, que se quiere, pero con el tiempo, así como estamos teniendo presidentas mujeres, va a tender a desaparecer. O por el trabajo mismo de la mujer. Va a llegar el momento en que una mujer diga: “No, yo sigo con mi trabajo y no voy a asumir como primera dama”.

—¡Llegó el Presidente! —anuncia el encargado de comunicaciones de la Presidencia.

—Llegó el Presidente —repite Cecilia Morel y se para de inmediato del sillón. La primera dama camina con paso rápido al encuentro de su marido. Sebastián Piñera está montado con casco en una bicicleta y viene bajando por La Alameda.

Sobre la autora: Greta di Girolamo es alumna de cuarto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Crónica, dictado por el profesor Gonzalo Saavedra.