Bárbara Gormaz / Ilustración Mathias Sielfeld

Un trabajo de parto puede durar entre 4 y 8 horas, dependiendo de los centímetros de dilatación que presente la madre. Cuando en 5 horas no ha habido aumento, es necesario operar. Renata Lobos llevaba solo 1 hora y 15 minutos cuando su doctor insistió en que su hija no bajaba lo suficiente, y que debían operar. “Me hicieron una cesárea casi obligada”, recuerda Renata (31 años), con la voz quebrada.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), no se justifica que un país tenga un porcentaje mayor al 15% de cesáreas. En Chile un 48% de los nacimientos son por esta vía, y en el sector privado el porcentaje aumenta a un 70%, versus el 38% del sector público. Anita Román, presidenta del Colegio de Matronas, adjudica esta diferencia a la forma de pago y a que “el sistema privado está ligado al lucro”.

Las cesáreas son seis veces más riesgosas que un parto natural en el periodo preparto, postparto y en un segundo embarazo, situación en cual la cirugía se transforma –automáticamente– en un proceso de alto riesgo. “La decisión de cómo van a nacer sus hijos, no pasa por las madres, pasa por nosotros. Manejamos demasiada información para manipular la toma de decisiones”, explica Gonzalo Leiva, matrón que realiza una investigación Fondecyt sobre el alto porcentaje de cesáreas en Chile. Con cinco años de experiencia en el sector público y privado, Leiva llegó a la conclusión de que son finalmente los expertos quienes pueden hacer que un parto normal termine en una cesárea. Según un estudio de Susan Murray, investigadora inglesa que estuvo en Chile analizando la relación entre el sistema de las Isapres y el alto porcentaje de cesáreas, existen tres factores que determinan el alto número de cesáreas. El primero es la decisión de la madre.

Según Pascale Pagola, matrona y una de las fundadoras de INNEcesáreas –campaña que busca reducir el número de cesáreas sin justificación médica– hay doctores que justifican el alto porcentaje de esta clase de cirugías diciendo que las mamás las piden, pero ella asegura que, en los talleres prenatales que realiza, de diez madres solo una prefiere este tipo de intervención. Un estudio hecho por la Universidad de California en 2006 en el Hospital Sotero del Río y la Clínica Santa María determinó que solo un 9,4% de las embarazadas tenía como primera opción el bisturí.

La agenda del doctor y sus ingresos también son determinantes. Según Aldo Solari, ginecólogo de la Clínica Las Condes, los médicos que atienden en una consulta privada muchas veces no están cuando la paciente comienza el trabajo de parto y, para evitar un riesgo que es menor, prefieren la cesárea, lo que Solari cree que no es adecuado. Otro factor determinante es que a los médicos se les paga por parto realizado.

Según la lista de honorarios 2014 de la Clínica Alemana, un ginecólogo gana 875 mil pesos por parto, sin importar si es cesárea o parto natural. Suponiendo que realiza ocho cesáreas semanales, que duran una hora aproximadamente, ganaría 28 millones de pesos habiendo ocupado ocho horas de su tiempo, sin contar consultas y partos normales. En los hospitales públicos, en cambio, al doctor se le paga por jornada laboral.

Los doctores también pueden programar los partos e inducirlos, es decir, decidir cuándo tiene que nacer el niño. Patricia Gómez estaba esperando a su cuarto hijo.  Su ginecólogo le habló sobre inducir el parto en sus cuatro embarazos, pero ella y su marido insistieron en que dejarían ser al parto lo que era, un proceso fisiológico.  Pero la cuarta fue la vencida: el doctor citó a la pareja a las 9:30 de la mañana para una ecografía y el examen terminó en una inducción injustificada para apurar el nacimiento.

Cuando Gustavo Villarubia, periodista de Ciper y marido de Patricia, le mostró la ecografía a otro ginecólogo, supo que la inducción que había vivido su mujer nunca debió haber ocurrido. El feto no tenía el cordón umbilical enrollado en su cuello, y esa fue la razón que le dio el doctor a la pareja para inducir el parto.

El caso se hizo público en marzo de 2013, acusando al ginecólogo Víctor Valverde de mal uso de un medicamento para apurar el nacimiento del feto, lo que provocó que el útero se contrajera: la cuarta causa de muerte materna en el mundo. Villarrubia escribió un reportaje sobre esta situación que provocó la renuncia del doctor Valverde a la Clínica Alemana. El parto de Patricia Gómez, finalmente, no fue por cesárea, pero duró solo 90 minutos –normalmente tarda entre 4 y 8 horas– desde que comenzó la dilatación hasta que nació María del Rosario.

Valverde les ocultó a la pareja que se iría de vacaciones dos días después del nacimiento.

Para Anita Román, la presidenta del Colegio de Matronas, el caso no es raro, pues los doctores programan inducciones para favorecer su tiempo y hacer más rentable cada parto. El riesgo de una inducción es que puede producir sufrimiento al feto o que la placenta se desprenda del útero. “Se ocupan tantos medicamentos que se deshumaniza el proceso, y todo termina en cesárea”, explica Román.

Gustavo Villarrubia hoy cree que existe un abuso de información de parte de muchos doctores, quienes privilegian sus ingresos y horarios antes que la salud de sus pacientes. “Si no muere alguien en el parto, legalmente no hay mucho que hacer”, dice con resignación.

Enrique Paris, presidente del Colegio Médico, asegura que no puede referirse al caso de Valverde, ya que la denuncia está siendo tramitada en el comité de ética del Colegio Médico, pero que en sus años de ejercicio no ha visto doctores que hagan estas operaciones por dinero. “Voy a defender a mis colegas pase lo que pase. Si existiera un caso así, entonces que llame y denuncie”, dice Paris.

Sobre la autora: Bárbara Gormaz es alumna de quinto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por el profesor Sebastián Rivas. El artículo fue editado por Emilia Duclos, alumna de quinto año de periodismo, como parte de su trabajo en el curso Taller de Edición en Prensa Escrita, dictado por el profesor Rodrigo Cea.