Texto y fotos por María Paz Fernández Álvarez

Luis Gutiérrez conversa con su guía. Se preparan para comenzar a correr los 1500 metros planos por la pista atlética del Estadio Nacional. Gutiérrez, a sus 33 años, compite por la categoría T11 para deportistas con alto grado de ceguera del Campeonato Nacional de Atletismo Paralímpico Salcobrand 2014.

Está nublado, pero no se quita los lentes de sol color negro marca Nike. Lo une a su guía una pequeña cuerda que ambos sujetan como si fuera una pulsera. Gutiérrez va apenas unos centímetros atrás de su guía, pero él es quien lleva el ritmo y la intensidad del trote. No caerá ni se desviará del trayecto, la cuerda le indica que va por el camino correcto.

En la tercera vuelta, Gutiérrez pregunta: “¿Cómo vamos?”. Segundos después llega a la meta y supera su propia marca en 13 segundos. Antes de subir al podio descansa, toma aire y camina.

Luis va unido a su guía por un brazalete. El corredor es el encargado de marcar el ritmo del trote.

Su apariencia no es la de un atleta de alto rendimiento. No mide más de metro sesenta y tiene piernas musculosas a diferencia de la mayoría de los velocistas que las tienen delgadas. Debido a su tardío ingreso al deporte.

Quedó ciego el 2009, a los 28 años, cuando recibió un balazo en la cabeza proveniente del arma de un compañero, mientras trabajaban como gendarmes en el Centro de Internación Provisoria y Cumplimiento en Régimen Cerrado de San Bernardo. Las razones del accidente nunca fueron aclaradas. Estuvo en coma 18 días y llegó a su casa luego de tres meses, jubilado y ciego.

Debido a su ingreso tardío al deporte, la apariencia de Luis no es común a los atletas de su disciplina, sus piernas son musculosas y no delgadas.

Lo que vino después, Gutiérrez lo llama “luto”; los médicos “depresión”. Un año y medio en que vivió su propio calvario. Tenía pena y rabia. Se pegaba en las piernas con un palo de madera, cortaba sus brazos con un cuchillo. Se refugió en el alcohol, pidió dinero en la calle y trató de matarse dos veces.

En 2011, en una escuela de formación para personas ciegas le preguntaron si quería correr. Pensó que era una broma. Le explicaron que lo haría con la ayuda de un guía. Empezó con una caminata y un trote suave. Su primera corrida fueron tres kilómetros en calle y terminó agotado. “Tenía miedo, iba tenso, con las manos adelante pensando que iba a chocar con algo”, cuenta el atleta.

“Este deporte fue mejor que un psiquiatra, que un psicólogo o un oftalmólogo; fue mi mejor terapia. El atletismo me salvó”, dice Luis.

Era lo único que podía aplacar su rabia. Su motivación aumentó y pasó de la calle a las canchas. “Le agarré el gusto al atletismo; empecé a bajar mi marca y cada vez corría más y más fuerte”, dice Gutiérrez. La primera medalla que ganó se la regaló a su hija para que la tuviera como juguete; la segunda también. Cuando ganó la tercera, se dio cuenta de que no era un juego y sacó las medallas que estaban entre las muñecas. Comenzó a construir su propio medallero

El logro más importante lo consiguió cuando clasificó para los Juegos Parasuramericanos de Santiago 2014. Los tres años de entrenamiento diario, corriendo en pista y trotando en calle lo llevaron a obtener doble medalla de bronce en 2.500 y 5.000 metros planos. Gutiérrez comprendió que eso era lo suyo y que seguiría en el atletismo. Las cicatrices de sus rodillas comenzaban a formar parte del pasado.

“Me quitaron la vista, pero no la fuerza de mis piernas”, comenta. Las medallas son un logro en su carrera, pero para él tienen otro significado: “este deporte fue mejor que un psiquiatra, que un psicólogo o un oftalmólogo; fue mi mejor terapia. El atletismo me salvó”, dice el atleta  y agrega: “cuando corro me siento libre, en la pista me he liberado de todo lo que he tenido que vivir”.

El atletismo fue la herramienta que usó Luis para superar la depresión luego de quedar ciego.

Tierra conocida

El Nacional es un lugar en el que Luis se siente cómodo y pisar la pista lo relaja.

Gutiérrez llega al Estadio Nacional para su entrenamiento diario con Pablo Rivera, su guía hace cuatro meses. Va con un bastón rojo, pero apoya su mano en el hombro de Rivera, quien guía su camino hasta la pista. “Yo lo doy todo cuando entreno y compito con Luis. Él se siente cómodo y así podemos triunfar”, dice Rivera.

Gutiérrez entra a la pista con su guía, ahora sin su bastón. Está relajado, bromea y ríe con otros compañeros. Se pone sus zapatillas de clavos y se prepara para comenzar su entrenamiento. Se aleja un poco del grupo y comienza a estirar brazos y piernas. Sabe que las marcas van a decidir un puesto en los Juegos Parapanamericanos de Toronto 2015, necesita hacer cuatro minutos con 50 segundos en los 1500 metros planos.

La reja que separa la pista de atletismo con el resto del estadio es el umbral que divide el mundo que Gutiérrez puede distinguir. En la pista pisa tierra conocida.

Sobre la autora: María Paz Fernández Álvarez es alumna de tercer año de periodismo y este perfil es parte de su trabajo en el curso Narracíón Escrita de No Ficción, impartido por el Profesor Nicolás Alonso.