Áxel Troncoso / Foto Camila Burgos

Tres años y medio en la fundación Techo, dice Cristián del Campo (43), le permitieron conocer la realidad de los campamentos en terreno. El sacerdote hoy vive en la Villa Quinto Centenario de La Pintana, donde comparte la cotidianidad junto a pobladores y otros dos religiosos. Su nuevo cargo de provincial de los jesuitas, en tanto, lo lleva de lunes a viernes a su oficina en el centro de Santiago, donde se encarga de supervisar y dirigir a los 170 sacerdotes de la congregación que viven en el país. Del Campo reconoce que la responsabilidad de este cargo lo asusta a ratos y, sin embargo, al mismo tiempo lo entusiasma, pues le permitirá “analizar la labor de la congregación y tomar decisiones en los próximos seis años”.

Hijo de la cantante Gloria Simonetti e ingeniero comercial de la Universidad Católica, el sacerdote ingresó a la Compañía de Jesús en 1994 y once años más tarde fue ordenado. En 2011 pronunció sus últimos votos a la congregación y, desde entonces, en diversos medios de comunicación ha ganado notoriedad debido a sus críticas a algunos miembros de la Iglesia, los que, según dice, se han olvidado de sus fieles.

—En 2011, en una entrevista al diario La Segunda, usted dijo que el celibato no es el eje central del ministerio sacerdotal y que este tema se debiese debatir en la Iglesia, ¿sigue pensando lo mismo?
—Así es y no solo lo digo yo. Es un tema que se debe debatir por aquellas personas que no pertenecen a congregaciones religiosas y que no tienen votos. De hecho, dentro de otras iglesias hay sacerdotes casados. En las iglesias orientales y anglicanas se aceptó esto y ahí tú te das cuenta de que el celibato no es un eje central, en cambio, la consagración sí. La gente está acostumbrada a meternos a todos al mismo saco y no reconocer las diferencias que existen. Yo digo que no es central porque no tiene la misma importancia para todos.

—¿Usted se casaría?
—No me casaría, porque pertenezco a una orden que hace votos. Yo opté de manera libre vivir en castidad y aunque la Iglesia me lo permitiera, no lo haría.

—En la misma entrevista de 2011, usted decía que la Iglesia ha sufrido un desapego de la sociedad y que está atrasada en temas “sexuales y corporales”.
—Yo creo que debemos ser capaces de comunicar lo mejor para los hombres y las mujeres, pero al mismo tiempo tenemos que ser capaces de dejarnos impactar con lo que está ocurriendo en la sociedad. Si nosotros vamos a seguir sancionando lo que se consideraba impropio en el siglo XVI, estamos mal. Para tener una postura respecto a temas de sexualidad, nosotros tenemos que escuchar no solo a quienes tenemos una vida sexual célibe, sino también a quienes están casados y tienen hijos.

—¿Eso también implica escuchar a los homosexuales?
—Por supuesto, los jesuitas cooperamos con la Pastoral de la Diversidad Sexual [una asociación laica reconocida por la Iglesia Católica, que trabaja con homosexuales que comienzan a asumir su condición] y trabajamos con ellos para que no se sientan excluidos. Nosotros hemos aprendido y tenemos que seguir aprendiendo de los gays y las lesbianas que viven en el closet y que de a poco van asumiendo su realidad. Hemos conocido cómo viven, qué experimentan, y qué sienten. La pastoral ahí juega un papel fundamental: hacerlos sentir parte de la Iglesia y no imponer la noción de Iglesia que tenemos o esperamos.

—Usted vive en un departamento de 38 meros cuadrados. El obispo alemán Franz Peter Tebartz van Elst, quien fue apartado de la Iglesia por el Papa, gastó más de 20 mil millones de pesos chilenos en su nueva casa. ¿Eso es ir en contra del llamado del Papa?
—El Papa ha dado señales claras, partiendo por las actitudes que ha tenido él, pero es muy pronto para esperar que todos reciban el llamado de la misma forma. Hay personas, como este obispo, que son una pésima señal para la Iglesia, porque no se comprende gastar tanto dinero. Las razones que haya tenido no importan.
En medio de la conversación, Cristián del Campo destaca la sanción que recibió Fernando Karadima por casos de abuso sexual. “La Iglesia es la única que ha tomado cartas en el asunto y decidió que el padre Fernando no puede ejercer como sacerdote. Es una sanción severa”, asegura.

—En marzo pasado usted declaró que el cardenal Francisco Javier Errázuriz había sido negligente por no actuar a tiempo. ¿Sigue pensando eso?
—Sigo creyendo eso. Hubo mucha demora en las decisiones que se tomaron, en la forma que se hicieron las cosas y la tardanza en recibir y entregar información. Lo más importante ahora es que todos, incluso el padre Errázuriz aprendimos de esto.

—Francisco eligió a Errázuriz como uno de los ochos cardenales que lo asesorarán para reformar la curia, ¿por qué cree que eligió a alguien expuesto a las críticas?
—El Papa ha tenido muy buenas razones para elegirlo. El cardenal Bergoglio conocía al cardenal Errázuriz porque trabajaron muy de la mano en la Conferencia de Aparecida –Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe realizada en 2007–. El cardenal Errázuriz es un personaje de gran exposición mediática en Chile, no en el resto del mundo y el Papa ha sopesado eso. De todos modos, me faltan muchos elementos para dar una opinión más clara de porqué Francisco hizo esta elección.

—¿Qué le parece que el Papa diga que la Curia Vaticana es la lepra de la Iglesia?
—Estoy muy de acuerdo con él, y con todo lo que tenga que ver con un modo cortesano y erróneo de ver el ejercicio de la autoridad. Algunos creen que tienen ciertos privilegios y esto los ha llevado a vivir como príncipes. Es importante lo que dice y hace Francisco, porque él siendo el primero ha dado cuenta de que estos beneficios son para servir y, de alguna manera, transmitir la imagen de Jesús. Si no somos capaces de hacerlo es porque perdimos la brújula.

Sobre los autores: Áxel Troncoso es alumno de cuarto año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por la profesora Jimena Villegas. La foto es de Camila Burgos, y corresponde a su trabajo en el curso Taller de Fotografía Periodística, dictado por la profesora Consuelo Saavedra.