Soledad Agüero / Foto Antonio Rosselot

Antes de formar parte del comando de Evelyn Matthei, de ser director de investigación del think tank Instituto de Estudios de la Sociedad y de convertirse en uno de los nuevos líderes intelectuales de la derecha, Pablo Ortúzar (28) se estuvo al otro lado del espectro política: fue de izquierda, ateo y anarquista: leía a Trotski, iba a las marchas y arrancaba del guanaco.

Cuando iba en el colegio y aún no sabía qué estudiar, participó en una marcha contra la cumbre de la Apec en Santiago. Entonces conoció a Francisca Dávalos, la hija mayor de Michelle Bachelet. Ella le contó que estudiaba antropología en la Universidad de Chile, le explicó de qué se trataba la carrera y se hicieron amigos. En ese momento, Ortúzar supo su vocación: al año siguiente se matriculó en la misma carrera.

En la universidad militó en grupos anarquistas desde que entró al campus Juan Gómez Millas. Fue vicepresidente del Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales, participó en la Revolución Pingüina de 2006, durmió en la Casa Central de la Universidad de Chile y fue parte de un pacto llamado MAL (Movimiento de Autonomistas Libertarios).

“Siempre fui anarquista porque tenía mucha desconfianza en el Estado. A mí me interesaba la libertad del ser humano y entendía que el Estado no contribuye mucho a eso. Entonces con los comunistas jamás me llevé bien”, dice. El expresidente de la Fech Gabriel Boric lo conoció en esa época: “Era muy estudioso e inteligente. Participaba en todas las discusiones y con mamotretos larguísimos, siempre citando muchos autores. A veces daba la impresión de que le gustaba la polémica más que defender algún argumento”, comenta Boric.

Hasta que él, dice, se hartó de las disputas de poder dentro de los grupos políticos de la universidad. “En la Chile las peleas de poder son impresionantes, son lotes de poder que están entrelazados y se presionan y se pegan. Ahí empecé a entender la dimensión del poder más como fuerza y no tanto como un ideal fundado en el diálogo”, recuerda. Fue a partir de ese acercamiento al poder que sintió que la mayoría de las ideas por las que se consideraba de izquierda estaban equivocadas. “Lo que hizo que me desilusionara por completo de la idea de la revolución fue que siempre la hace una elite en nombre del pueblo, y una vez tomado el poder, la dominación mantiene la misma forma o una peor”, asegura Ortúzar.

Después vino un tiempo de “vacío y escepticismo”, pero gracias al estudio de la antropología católica, cuenta, se acercó a esa religión. Hoy Ortúzar va a misa todos los domingos y lee el catecismo en sus pocos ratos libres para preparar su sacramento de la confirmación. De su militancia en el anarquismo, solo conserva la desconfianza en el rol del Estado. “La derecha me parece un espacio vacío para pensar, pero menos malo que la hostilidad de la izquierda. Uno puede ganar espacio en ese terreno”, dice.

Esa visión de la derecha como espacio vacío la plasmó en el libro Gobernar con principios, que escribió junto a Francisco Javier Urbina. En él plantea que el sector tiene un déficit intelectual y que reacciona según el diagnóstico que hace la izquierda frente a los problemas.

Según el Centro de Microdatos –centro de investigación dependiente de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile–, un 80% de los chilenos no entiende lo que lee y no maneja la matemática básica. Ortúzar cree que ese déficit cognitivo es un impedimento para acceder a bienes culturales. Eso lo motivó a proponer medidas a la candidatura de Evelyn Matthei que, según él, pueden superar las barreras cognitivas que separan a los chilenos de la lectura. ¿Por ejemplo? Invertir en bibliotecas públicas y dar una “canasta de nutrición cultural” a los padres que se involucren en el aprendizaje de sus hijos.

Limitar la farándula en horario familiar y mantener el IVA al libro han sido algunas de sus propuestas más criticadas. “Concluir que las personas no leen por falta de dinero para comprar libros es simplemente un disparate, pues pasa por encima el hecho de que las barreras cognitivas y la ausencia de hábitos lectores están principalmente vinculados a la educación y al estímulo recibido tanto en el hogar como en las instituciones educacionales”, argumentó en una de sus columnas publicadas en el diario electrónico El Mostrador.

Por ahora Pablo Ortúzar tiene pensado seguir dictando el curso Antropología Económica en la facultad de Sociología de la Universidad Católica, publicar un libro sobre la influencia de la doctrina religiosa en la visión política de Jaime Guzmán y, el próximo año, cursar un doctorado sobre teoría de la justicia en el extranjero. Pese a todas sus certezas en materia educacional, él aún no sabe dónde quiere estudiar.

Sobre los autores: Soledad Agüero es alumna de quinto año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por el profesor Cristóbal Edwards. La foto es de Antonio Rosselot, y corresponden a su trabajo en el curso Taller de Fotografía Periodística, dictado por la profesora Consuelo Saavedra.