Matías Castro / Ilustración Mathias Sielfeld

Un hombre de 26 años, vestido con una polera negra y jeans azules, abre unas cajas de cartón y saca libros de su interior para dejarlos sobre un mesón. Entonces, en la sala contigua, termina la presentación de un libro de cuentos y el público aparece para mirar y comprar los textos. La misma persona que ordenaba los libros ahora saca unas boletas y comienza a vender. La obra se titula Cuando hablábamos con los muertos, es de la autora argentina Mariana Enríquez, y el hombre que los vende es Diego Zúñiga, periodista-escritor y el editor de Montacerdos.

La editorial lanzó el primer libro de su catálogo el miércoles 27 de noviembre en el Centro Cultural Gabriela Mistral. Un hecho cada vez más frecuente en el mercado chileno, ya que las editoriales independientes se han multiplicado en los últimos dos años.

Hoy existen 35 editoriales de este tipo, que pertenecen a la asociación Editores de Chile. Además, hay muchas otras, pero –al estar a mitad de camino entre la profesionalidad y la artesanía– no se pueden contabilizar con exactitud.

Según sus propios creadores, una editorial independiente es una empresa de bienes culturales que es autónoma en la línea editorial y en el manejo económico; es decir, no dependen de ningún holding que les imponga reglas sobre esos aspectos. Así, pueden apostar por la calidad de los libros –en cuanto a forma y contenido– en desmedro de las ganancias monetarias.

“La publicación no está enfocada en arrasar en los rankings, sino que en ser un aporte cultural”, dice Sebastián Muñoz, editor de Chancacazo, editorial que en 2010 pasó de operar artesanalmente –los 12 libros que publicó los hizo un artesano– con el nombre de Luciérnaga, a transformarse en una empresa que hoy ostenta un catálogo de 40 títulos. En 2013 su libro Qué sabe Peter Holder de amor ganó el premio a la mejor obra editada del Consejo Nacional de Cultura y las Artes en la categoría cuentos. Y esa no fue una noticia que fue aislada, pues tres de los cinco premios recayeron en editoriales independientes.

Editores de Chile –una asociación formada en 2000– busca el acceso democrático y universal al libro y la lectura. Tal objetivo representa a todos sus miembros, por muy diversos que estos sean. “Un editor me dice: Profeta, ya andas hablando de libros digitales”, cuenta Javier Sepúlveda, director general de Ebooks Patagonia. Bromas aparte, él explica que existe un ambiente de unidad entre los editores: “Trabajamos todos por la literatura y por la difusión del libro, sea en papel o en digital”, dice.

Ebooks Patagonia comenzó a operar en 2010 cuando, según Sepúlveda, existía mucha ignorancia acerca de los libros digitales en el país y pocos se atrevían a innovar en ese mercado. Él dice que ahora es más común ver a personas leyendo en el Metro en tabletas y smartphones. En el caso de su editorial, la idea de la democratización de los contenidos pasa por el formato digital: “La democratización es por costo, ya que no tenemos gastos de imprenta, se puede llegar a ciudades donde no hay librerías y permite a más autores publicar su contenido”, dice Javier sobre los beneficios del ebook.

Los tirajes impresos de las editoriales independientes son reducidos, oscilan entre los 200 y 700 ejemplares. Para ahorrar en costos de distribución, son ellos mismos quienes muchas veces trasladan los textos a las librerías. Sobre la relación con estas, existe un consenso en que la diversificación y especialización de las librerías les ha hecho más fácil poner sus títulos en los estantes. Los principales problemas que enfrentan, eso sí, son de carácter administrativo: Desde decidir cuánto cobrar por un determinado libro hasta temas de relacionados al pago de impuestos.

Las temáticas de las publicaciones son variadas en los títulos de las editoriales independientes, y conforman un abanico que abarca desde libros espirituales de Ediciones del Ser hasta cuentos sobre los mitos de Isla de Pascua de Rapanui Press, pasando por los llamados “libros objeto” de Quilombo Ediciones.

A pesar de la diferencia de formatos y temas, existe un interés por mostrar autores latinoamericanos y exportar autores chilenos al continente. Si bien Diego Álamos, editor general de Chancacazo, reconoce que la comunicación en Latinoamérica está cortada porque las editoriales importantes se encuentran en Europa, Montacerdos ha decidido apostar por eso. “Creemos que la literatura latinoamericana actual tiene autores que están armando obras muy buenas, pero sus libros circulan poco. Me gustaría que seamos un puente entre esos autores y los lectores chilenos, o que con nuestro gesto las demás editoriales se incentiven a hacer lo mismo”, dice Diego Zúñiga.

El público que asistió a la presentación de la editorial Montacerdos toma vino y levanta sus copas para desearle buena suerte al emprendimiento. Diego Zúñiga no levanta ninguna copa. Él está guardando el dinero y ordenando los libros que no alcanzó a vender. Pronto él mismo los llevará a alguna librería de Santiago.

Sobre el autor: Matías Castro es alumno de cuarto año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Taller de Edición en Prensa Escrita, dictado por el profesor Rodrigo Cea.