Antonia Salas / Fotos Sebastián Utreras

Claudio Palma sale a fumarse un cigarro a la terraza del cuarto piso del sector tribuna del Estadio Nacional, donde dentro de un par de horas se jugará un clásico universitario. El principal rostro del Canal del Fútbol (CDF) saca del bolsillo de su traje gris un Marlboro Light Gold, mientras conversa con su amigo, el locutor de radio Bío-Bío, Sebastián Luchsinger. Riendo, ambos recuerdan aquel momento hace diez años en el que la cadena Sky decidió reemplazar a Palma por Luchsinger para la transmisión de un clásico universitario. “Usted no relata mal, pero no tiene estilo, Sebastián sí lo tiene”, fueron las palabras de su jefe en la reunión de pauta. Esas palabras hicieron despertar a Palma. Él sabía que su jefe tenía razón.

El “Negro”, como le dicen sus más cercanos, comenzó entonces a buscar su “color” de voz. Trabajó dos meses con una fonoaudióloga para establecer un vínculo inmediato entre el tono de su voz y su persona, para que cuando lo escucharan, los auditores dijeran “este es Claudio Palma”. La fonoaudióloga lo hizo bajar a un tono más grave y fue ella también quien lo ayudó a encontrar su estilo, lo que Palma considera lo más difícil para un relator. En la terraza del Estadio Nacional, el relator del partido que está por comenzar dice que si no hubiese cambiado su voz, jamás hubiese podido llegar al lugar en que está hoy.

La vocación de Palma por las comunicaciones comenzó cuando el equipo de fútbol que dirigía su padre, Granja Juniors, empezó a participar en una liga de fútbol semiprofesional, en la cual enfrentaba a equipos de tercera y cuarta división. Vivía junto a su familia en una villa junto a la Manufacturera de Papeles y Cartones de Puente Alto. José Farías –también conocido como el “Negro”, quien era el locutor de la villa de la Papelera de Puente Alto–, fue la primera persona a la que Palma vio relatar un partido de fútbol. “Teníamos que llenar el estadio y ahí, teniendo 17 años, el Negro me empezó a pasar el micrófono y me gustó”, recuerda Claudio Palma.

“En su infancia no se vislumbraba lo que iba a hacer en el futuro”, cuenta Roberto Palma, su hermano menor, quien además dice que Claudio nunca fue un niño extrovertido, cuestión que el locutor confirma. “Tuve que vencer mi timidez viejo”, dice la voz del CDF, “y la venzo permanentemente”.

Claudio Palma trata de disimular su retraimiento, pero le cuesta mucho trabajo, sobre todo ahora que es un rostro televisivo y debe enfrentar a las cámaras. Su esposa, Claudia Stuardo, cuenta que a él ya no le gusta ir a lugares públicos como las playas. Se siente observado, incómodo.

“Qué tal, cómo les va, señoras y señores, sean bienvenidos al clásico 177. Acá estamos en Ñuñoa, hola, hola, uno, dos, tres. ¿Ahí sí?”. A minutos de comenzar la transmisión del partido, Palma realiza las últimas pruebas de sonido, mientras anota las formaciones y revisa algunos apuntes. El relator está tenso.

“Es una persona extremadamente perfeccionista”, cuenta Waldemar Méndez, comentarista del CDF y colega de Palma en la radio Tiempo. Además de la radio y el canal –el que transmite de manera exclusiva los partidos del fútbol chileno–, Palma también trabaja en Canal 13 –donde relató los partidos de la Selección por las eliminatorias a Brasil 2014– y también en la cadena DirecTV, donde hizo la transmisión del Mundial de Sudáfrica en 2010.

La llegada de Palma a Canal 13 significó el despegue en rating de las transmisiones deportivas de la estación. Cuenta que en uno de los viajes de “La Roja”, Fernando Solabarrieta –relator de TVN y competencia directa– le dijo medio en serio, medio en broma: “Mira, yo con quedar tres puntos abajo tuyo me conformo”. A pesar de su éxito, Palma tiene buena relación con la mayoría de sus colegas, salvo un par que, según dice, hablan mal de él incluso sin conocerlo.

Palma es un hombre obsesivo con lo que hace. Le gusta escuchar relatos de partidos, leer sobre fútbol y analizar sus transmisiones. “Claudio entendió que este cuento es estudiar, es sacar lo mejor que tienes para llegar a ser el mejor en el relato y lo ha logrado”, cuenta Paulo Flores, colega y amigo de Palma hace más de veinte años.

Un 26 de diciembre, hace ocho años según cuenta el locutor, Claudia Stuardo le dijo a su marido que le había agendado una hora con un psiquiatra. “¡Pero si yo no estoy loco!”, le respondió Palma. “Me tomaba un trago y entraba en un estado eufórico, pero esa Navidad, por ejemplo, me vino una pena muy grande”, dice Palma recordando uno de los primeros episodios de su enfermedad.

El primer psiquiatra que vio le dijo que era depresivo. Sin embargo, fue el mismo doctor que veía a Eduardo Bonvallet –excompañero de trabajo y jefe de Palma en Radio Nacional y La Red–, quien acertó en el diagnóstico: bipolaridad leve. El psiquiatra le explicó los síntomas: perfeccionista, obsesivo, autocrítico. “El costo es que estás permanentemente queriendo rozar la perfección y tu cerebro no para”, dice el relator, quien agrega que sufre un insomnio permanente.

“Tuve que vencer mi timidez viejo”, dice Claudio Palma.

Además de su trabajo en radio y televisión, hoy Palma participa en una serie de proyectos independientes. En octubre pasado lanzó Palma Producciones, una productora que entrega servicios audiovisuales, da charlas motivacionales y organiza eventos. En estos días, además, el rostro del CDF está trabajando para poder abrir en marzo próximo un curso de locución para periodistas deportivos. Cuando él decidió ser relator, dice, no tuvo esa posibilidad. “De repente digo ‘voy a frenar’, me quedo en mi casa y a los cinco minutos, digo ‘ya, ¿y qué hago?’”. Uno de los síntomas de su patología es que, a pesar de que el cerebro funciona “a mil por hora”, no le permite disfrutar y nunca queda conforme con sus logros.

Palma lleva veinticinco años dedicado a las comunicaciones, pero para él fue 2009 el año en que su carrera explotó, cuando relató en Colombia la clasificación de Chile al Mundial de Sudáfrica. La transmisión hoy es reconocida como una de las mejores de su trayectoria en el medio futbolístico.

Pero su éxito en estos últimos cuatro años, según sus amigos y cercanos, no lo ha cambiado. “Ha evolucionado mucho en su parte profesional, pero humanamente no ha cambiado”, asegura Claudia, con quien lleva dieciséis años de matrimonio.

Comienza el partido en el Estadio Nacional. Durante la transmisión, Palma se para a buscar la botella de agua. Relata. Toma su celular. Relata. Revisa Facebook, lee algunos mensajes de WhatsApp. Relata.

“Hace calor”, le dice a la maquilladora y a los dos asistentes que trabajan en la cabina. Le muestra el celular a su compañero Rodrigo Goldberg mientras se ríe apartando el micrófono. Se levanta para estirar las piernas porque, según dice, ya las tiene cansadas, se sienta y sigue relatando. A Palma el relato le nace: “Es como andar en bicicleta, te sale automático”, explica.

“Gooooool, gol, gol, gol”. El gol de Milovan Mirosevic para la UC desata el grito de Palma a los 45 minutos del primer tiempo. No se para, ni se agita, pero reconoce que no es así con los partidos que juega Chile. “A mí me motiva ir al extranjero. La adrenalina fluye, se vive una catarsis”, cuenta mientras se para y señala cómo se le tensan los músculos con aquella emoción. “Tengo esa capacidad porque yo estoy emocionado, porque estoy rozando esa locura, que quiebro un poco la voz, con ese gallito que lo escuchas y se transforma en un relato provocativo”, explica la voz de los goles en Chile.

Claudio Palma se siente un tipo diferente. “Tengo una conexión distinta con las emociones, convivo permanentemente, en un grado suave, conectado allá y acá”. En sus estados de “catarsis”, como él describe, se vuelve más creativo, con más ideas, por lo que aprovecha de escribirlas y de usarlas en sus relatos. “Ahora el tema no es solo escribirlas, es saber transportar esas emociones”, cuenta. Para él, dice, hoy no todo es negro: “Yo he usufructuado esta enfermedad, es parte de mi éxito”.

Sobre la autora: Antonia Salas es alumna de tercer año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por la profesora María Olga Delpiano.