Ignacia Godoy / Ilustración Mathias Sielfeld

Su vaso de café tiene los bordes con mordidas y solo hay un pequeño espacio libre de aquella matanza. No lo suelta. Lo acerca a la boca para tomar, pero nunca cumple su objetivo porque las palabras lo interrumpen.

Álvaro Bisama tiene 38 años, siete libros publicados y cuatro trabajos. Es secretario académico de Letras en la Universidad Diego Portales y profesor en la Universidad Alberto Hurtado. Además, es crítico en la revista Qué Pasa y escritor a tiempo completo. Hace poco terminó su última novela. Aún no la titula, la describe como “satánica metalera” y espera publicarla el próximo año.

El estante de su oficina está lleno de libros y hay un gato negro de peluche al lado del computador. El iPhone no para de vibrar. La calavera de su polera está fusionada con una máquina de escribir, viste jeans oscuros y zapatillas. Su pelo ruliento está desordenado y tiene algunas canas. A la mitad del brazo izquierdo, un tatuaje de dos centímetros en forma de estrella roja.

El dos de octubre Bisama ganó el premio a mejor novela publicada del Consejo de Cultura: 8 millones de pesos y la compra de cien ejemplares. Dice que no le importa. Que lo suyo es el proceso de escritura y el resto son consecuencias de ese proceso que no le interesan:

—Los libros salen y me olvido de ellos. Si les va bien o les va mal, si tienen críticas, si ganan algún premio o si tienen otra edición, eso ya es la vida del libro, tu podí estar feliz o enojarte, pero no hay control sobre eso, para mí no es parte del proceso de escritura, que es lo que me interesa —dice.
Ruido, la novela premiada, habla sobre Miguel Ángel, el vidente de Villa Alemana que se hizo famoso en los años 80 por, supuestamente, haber mantenido contacto con la Virgen María. Está contado en tercera persona plural y da la impresión de que no existe ningún personaje; la ciudad es la protagonista. La ciudad donde vivió su autor.

—Cuando ideaste Ruido, ¿pensaste en hacerlo de ficción o de no ficción?
—La novela está en el límite de lo que es ficción, de lo que no es ficción, de lo que es memoria, de lo que es crónica, de lo que es la autobiografía. Extrañamente las partes más delirantes son documentales y son reales. Las partes que inventé son las partes más normales o las más, entre comillas, realistas. El origen de los materiales es la crónica, pero tiene mucho de ficción. Ponte tú, la parte donde aparece Pinochet es de un ensayo de Nicanor Parra de hace diez años. Entonces, la novela es un collage, un remix de muchas cosas. Yo trabajo en ese sentido: mezclando. En el fondo ir escribiendo, ir viendo hacia dónde se dirige. O sea, yo sé que la novela va a llegar a algún lugar, pero no sé cómo va a llegar a ese lugar.

—Entonces, ¿no escribes con una idea fija?
—No, no, no, de hecho ninguna novela mía está escrita con una idea fija, no están escritas con moldes. Me interesa el lenguaje, me interesan determinadas imágenes, me interesa determinada construcción de la frase. No me interesa en ningún caso amarrar la historia. Me interesa que esté construida justamente a partir de los agujeros, a partir de los hoyos, a partir del blanco de la página. Como que la novela es una pregunta sobre lo que es la novela. Ruido es un objeto, para mí por lo menos, súper mutante. Fue mutante porque sus materiales son mutantes, porque sus orígenes son mutantes. Va mutando, va cambiando, va modificándose, transformándose en otra cosa.

—Mucha gente dice que Ruido es tu novela más arriesgada porque la temática y la forma en que está escrita no son convencionales, ¿estás de acuerdo con esto?
—Es que yo no sé, todas son arriesgadas. Todo es arriesgado. Justamente ese descontrol es lo que me llama la atención, si no, no escribiría, no tendría esa pregunta, no tendría ese bichito. La idea de un escritor que controla hasta la última coma… me siento súper fuera. La idea de que contar la historia implique cerrar la historia, o sea, no. Yo quiero trabajar con los agujeros, prefiero trabajar con vacíos, prefiero trabajar con fisuras, con zonas como movedizas.

—¿Da lo mismo si el resultado tiene éxito o no?
—Claro, como que yo escribo una clase de novelas que no son, entre comillas, con aspiraciones comerciales. Tengo la suerte de que se venden y les va bien, pero pensar en los lectores o pensar si les va a ir bien o mal para mí no es un tema, en ningún caso. Nunca he pensado en lo posteriori. Me interesa mucho más el proceso de escritura, más que el éxito o el fracaso.

—Y, ¿dentro de qué estilo te catalogas?
—Ah no sé, no tengo idea.

—¿Te sientes identificado con escritores de tu generación, que hablan mucho de la dictadura?
—Sí, pero es medio lógico, yo creo que es un proceso, sería raro que no fuera así, o sea, pasaron 40 años del golpe y las personas que tienen mi edad van a cumplir 40 años. También está Pato Jara, piensa en Zambra, piensa en María José Viera Gallo. La dictadura está ahí y en el fondo lo que sucedió en el borde de los cuarenta años. Nos preguntamos cómo crecimos para, en el fondo, dar el paso y abordar el proceso. Son cosas que actualmente cada uno tiene que resolver a su modo, con sus propias decisiones y con sus propios recursos.

Bisama nunca dejó de leerse un libro en el colegio y cuando egresó, lo único que sabía era que le gustaba leer. A pesar de que se devora los libros, se ríe de los que llevan la cuenta de sus lecturas:

—No hay nada más triste que estar cuantificando. La experiencia no es cuantificable en ningún caso —dice, y recuerda que entró a estudiar pedagogía en castellano porque le acomodaba el ambiente de lectura, pero que nunca pensó que iba a ser escritor.

—¿Por qué decidiste comenzar a escribir?
—Me puse a escribir en serio cuando era crítico literario en La Tercera. Caché que en el fondo no me estaba gustando lo que se estaba publicando en Chile. No me gustaba, me parecía que era importado, que era falso, que estaba avejentado, que todos eran productos de talleres que, en el fondo, los hacían a todos iguales. Era una frustración. Y de pronto me puse a escribir los libros que yo quería leer. Salieron libros como Caja Negra y de ahí apareció Estrellas muertas.

—¿Lograste escribir los libros que te gusta leer?
—Yo creo que la novela (Estrellas muertas) funcionó, es una novela que es cabrona, que tiene su saldo emocional súper fuerte. Y luego Ruido que en el fondo era hacer otras preguntas, no repetir. De hecho las dos novelas son una parte de la otra. Ruido puede ser como la dos de Estrellas Muertas.

—Como crítico, ¿qué te pasa cuando otros opinan de tu trabajo?
—Lo único que aprendí yo cuando era crítico literario, era que tenía que ser lo suficientemente bruto con los textos míos a la hora de la edición, como con los textos ajenos. Como fui crítico un rato, sé cómo funciona. O sea, qué me voy a enojar tanto, me enojo un minuto. Te da rabia, pero también lo ves en su proporción. El libro no es tuyo, el libro salió. Tu hijo crece y a veces se dedica a las drogas y se dedica a otra hueás. Tiene otra vida que no es tuya y que tú no puedes controlar. Yo no sé cómo lo hacen los cantantes pop que están obligados a cantar canciones una y otra vez, la misma canción. Están obligados a ver de nuevo un paisaje emocional que, en el fondo, ellos abandonaron hace mucho años.

—Cuando tomas de nuevo tu libro después de mucho tiempo, ¿piensas en cosas que podrías haber cambiado?
–Pero está ahí hecho, qué vas a hacer. ¿Vas a ir a devolver la edición?, no, ¿vas a ir a enojarte?, no. Los libros, los textos, las columnas, son fotos de un momento, responden a los intereses de un momento. A mí no me enoja, al contrario. Estoy revisando Música Marciana para una edición que van a hacer ahora, no sé, en Nueva York, en una editorial chica latina. Como que tenía la pretensión de reescribirlo y dije: “Para qué, qué voy a hacer de nuevo si el libro está ahí”. Yo ya estoy en otra. Yo creo que si publicas un libro tienes que estar lo suficientemente confiado en que eso responde a tus propias ideas de lo que querías hacer antes que publicarlo.

Sobre la autora: Ignacia Godoy es alumna de tercer año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por la profesora María Olga Delpiano.