Por Cristopher Ulloa/Fotos: Juan Cristóbal Hoppe

En una esquina de la Plaza Yungay, un grupo de jóvenes sentados en una banca conversa y ríe. Uno de ellos toca un tambor y otro, de tez oscura y mucho más alto que el resto, hace gala de algunos pasos de baile. Son pasadas las seis de la tarde y el grupo espera a que lleguen todos los integrantes del conjunto, para así repasar algunas canciones antes de comenzar otra jornada laboral.

La idea de dar clases en la plaza no se hizo esperar: se repartirían ganancias, profesionalizarían al grupo y así todos saldrían ganando. El primer día de clases en la plaza llegaron 40 personas.

El día está nublado, y mientras sus compañeros se abrigan y toman mate para capear el frío de la tarde, Brian Montalvo (22), bailarín cubano, no deja de practicar sus movimientos. En una hora más deberá realizar otra clase de rumba a los casi 30 alumnos que tiene en el barrio. La plaza es su estudio y sus compañeros tocan la música en vivo.

En Cuba, Brian vivía en una pequeña casa con su abuela, su mamá, dos tías y tres primos pequeños. De chico siempre le gustó el baile. Entró a una escuela de artes a los cinco años y se graduó el 2007 cuando cumplió los 12. Se inscribió en una escuela técnica de la que egresó con el título de profesor de educación física. A los 14 ingresó a la Comparsa de Los Guaracheros de la Regla, una compañía donde bailaban desde danzas populares hasta ritmos afrocubanos.

El Asere

Brian Montalvo es conocido en el barrio y entre sus alumnos como “el Asere”.

Cuando Brian cumplió 21, realizó un viaje de placer con dos amigos a Varadero, donde conoció a la mujer que pensó sería el amor de su vida: Pamela, una chilena 13 años mayor que él. Ella también es profesora de baile, por lo que no tardaron en congeniar. Al volver a sus respectivos países, quedaron de acuerdo en seguir en contacto a través de internet. Los meses pasaron y, finalmente, se reencontraron en Cuba. Allí, Brian le presentó a Pamela, a su familia. “Mi mamá ahí me dijo que no la fuera a hacer abuela tan joven”, dice Brian, mostrando una gran sonrisa donde reluce un diente de oro. “Pero bueno, si viene, viene. Por algo pasan las cosas, ¿no?”, agrega.

Bailarín cubano en Chile

Vivir lejos de los suyos, en una cultura ajena, y sortear los obstáculos propios de la inmigración son parte de la historia de Brian.

En ese último viaje, Pamela quedó embarazada, y Brian decidió viajar a Chile con ella. Pamela lo ayudó con los papeles, tramitaron la visa de turista y en un poco más de dos meses ya estaban instalados en un departamento cercano al metro Toesca. Sin embargo, a los tres meses de que nació su hija, Brian y Pamela terminaron su relación.

Las cosas en Santiago se tornaron complicadas para Brian: la visa de turista expiraría en poco tiempo, no podía encontrar un trabajo estable y el dinero que ganaba haciendo clases de baile en algunas academias –siempre de forma esporádica- no le alcanzaba para llegar a fin de mes.

Varios días no tenía qué comer, lo echaban de las piezas que arrendaba por no pagar y tuvo que dormir en la calle. “Acá yo no puedo pedirle un poquito de arroz al vecino cuando tengo hambre y decirle que le pago mañana. No, no, no. Acá tú no puedes hacer eso”, dice Brian con tono serio, comparando a los vecinos que ha tenido en Chile con los de Cuba.

Brian Montalvo

La pasión de Brian, desde su infancia fue bailar y enseñar danza.

Uno de esos días en los que Brian durmió en la calle, llamó a uno de sus alumnos y le pidió, con mucha vergüenza, si es que podía alojarlo por un par de días, pues ya no aguantaba más. Fue así como llegó a una casa frente a la Plaza Yungay, donde una tarde, al escuchar el sonido de unos tambores, vio a un grupo de jóvenes tocando unos ritmos que le parecían familiares. Ahí conoció a gran parte del conjunto musical del cual hoy forma parte: Los Rumberos de la Yungay.

Brian se presentó ante ellos -casi todos mayores de 30 años-, les contó que venía de Cuba y que era un experto bailarín de rumba. La idea de dar clases en la plaza no se hizo esperar: se repartirían ganancias, profesionalizarían al grupo y así todos saldrían ganando. El primer día de clases en la plaza llegaron 40 personas.

“Y por eso le pusimos Rumberos de la Yungay”, sigue contando Brian. “¿A dónde? ¡Nos llamamos Asere y los Rumberos de la Yungay!”, le grita uno de sus compañeros. Asere es el apodo que le pusieron a Brian cuando lo conocieron. “Asere significa amigo, compañero, en Cuba. Es como el huevón acá”, explica.

Los Rumberos de la Yungay

Brian comparte las tardes con su grupo Los Rumberos de la Yungay.

Las clases de Brian en la plaza se popularizaron rápidamente. El boca a boca y las redes sociales fueron fundamentales: en los últimos meses, a Brian ya lo han llamado de distintos lugares para hacer clases, como algunas academias, una universidad privada e incluso un hospital. Hace poco, el conjunto logró ahorrar dinero suficiente para reemplazar algunos tambores rotos por congas profesionales. El siguiente paso es comprar vestimentas para todos.

Sus lazos con Cuba

Ha pasado casi un año desde que Brian llegó a tierras chilenas. Con su familia habla sólo cuando puede acceder a algún ciber café. Dice que los extraña, que le hacen falta, pero que tiene claro que volver a Cuba no es una opción: a pesar del poco dinero que se hace acá, es mucho más de lo que haría dando clases como profesor de danza en Cuba.

Piensa traer a su familia en el futuro y poder instalar su propia academia de baile. Estar lejos de los suyos no le es fácil, pero dice sentirse como en casa cada vez que da una clase en la plaza.

El Asere

Brian realiza clases de rumba afrocubana en la Plaza Yungay, donde asisten alrededor de 20 personas.

Su próxima meta es viajar con su conjunto a Cuba, tomar clases y profesionalizar al grupo, para luego volver como expertos. Sin embargo, el mayor obstáculo es el tema económico, además de que Brian aún no logra regular su situación legal en el país. Si pudiera predecir el futuro, el joven cubano cree que en 20 años más seguirá en Chile, con su propia academia, haciendo lo mismo que ha hecho siempre: enseñar a bailar.

Varios autos se han ido estacionando a un costado de la plaza. Brian se arregla el buzo azul y se abrocha bien las zapatillas. “Bueno, parece que ya está llegando la gente”, dice. Cada lunes y jueves, a eso de las siete de la tarde, Brian Montalvo se toma un pedazo de la Plaza Yungay para invocar a su patria. A miles de kilómetros de distancia, Brian se encarga de construir, aunque sea por un par de horas, su pequeña Cuba.

Sobre el autor: Cristopher Ulloa es alumno de cuarto año de Periodismo en la Facultad de Comunicaciones UC y escribió este artículo como colaborador de Km Cero. Juan Cristóbal Hoppe es alumno de quinto año de Periodismo y sacó las fotos como colaborador de Km Cero. Este artículo fue editado por Gabriela Campillo, estudiante de cuarto año de Periodismo como parte de su trabajo en el curso Taller de Edición en Prensa Escrita, impartido por el Profesor Enrique Núñez Mussa.