A mediados de los años 90, al ver que aparecían nuevas oportunidades gracias a las múltiples instalaciones de observatorios astronómicos extranjeros, algunas universidades apostaron por la astronomía, creando licenciaturas, magíster y postdoctorados en el área. Primero fue la Universidad de Chile, luego la Universidad Católica, la Universidad de Concepción, y a partir del año 2000 siguieron el mismo camino las Universidades Católica del Norte, de Valparaíso, Andrés Bello y de La Serena.

Hoy entran aproximadamente 200 alumnos cada año a las licenciaturas que ofrecen estas siete universidades, aunque el porcentaje de deserción –en general– es muy alto: según cifras que maneja la Universidad Católica, un 66% de los que ingresan se va antes de terminar astronomía. En promedio, 3 de cada 10 alumnos estudia en el plazo regular establecido por la universidad, y apenas uno llega a doctorarse. A pesar de esto, el número de estudiantes que ingresan a la carrera continúa aumentando cada año.

Cristóbal Armaza, de 26 años, alumno del magíster de astronomía de la UC, está haciendo su tesis sobre la estructura magnética de las estrellas más masivas y las estrellas en su fase final de vida, que en general poseen campos magnéticos muy potentes. Armaza se interesó por la astronomía desde muy pequeño, siempre le gustó la física. Recuerda que de niño, al visitar a su tío en Calama, una noche él lo llevó al desierto. Cristóbal miró al cielo y se dijo “yo quiero explicar esa física”. Para él, estudiar astronomía no tiene una aplicación cotidiana: “Yo te diría que estudiar astronomía es un fin en sí mismo. No tiene para mí una aplicación más allá de aprender y superar el pensamiento humano”.

En sus tiempos libres Armaza se dedica a tocar guitarra y piano, y aunque es apasionado por la ciencia, eso no ha impedido que continúe con sus actividades. “Un martes podía estar en Bellavista o un fin de semana estar haciendo una tarea. No estaba totalmente enfocado en estudiar dejando de lado otras cosas”. Según Cristóbal, para estudiar astronomía no ha sido necesario desvelarse estudiando ni ser dotado de una inteligencia “sobrenatural”, pero sí han sido fundamentales la disciplina y perseverancia.

La carrera de astronomía no termina con un título de pregrado, ni con el magíster. Este es solo el comienzo. Luego de haber recibido una formación sólida de física y matemática en el pregrado, y haber hecho un magister de dos años, se continúa con un doctorado que durará entre 4 y 5 años. Es muy difícil transformarse en astrónomo profesional sin dar ese paso. Finalmente, los que aspiren a un mejor puesto deben desempeñarse en, al menos, una etapa posdoctoral. Se trata de un período de dos a tres años en el cual los astrónomos trabajan como investigadores en alguna institución, guiados por un astrónomo supervisor.

El sistema de postdoctorados es el universalmente establecido y permite construir un currículum fuerte, formado en alrededor de 15 años de estudio. Al tratarse de una profesión internacional, en los distintos departamentos de astronomía confluyen científicos de todo el mundo. Los puestos estables de trabajo se encuentran en universidades e institutos, y su empleabilidad alcanza el 100 por ciento.

En cuanto a las mujeres, ellas representan solo una cuarta parte de los astrónomos profesionales en el mundo y esa proporción se repite en Chile. Existen además grandes diferencias geográficas, ya que en algunos países como Argentina o Rumania las profesionales alcanzan hasta un 40%, mientras que en otros como Irak, no hay representación femenina.

En la Universidad de Chile, la proporción de mujeres estudiando la licenciatura es de un 20 por ciento. En Cerro Calán, hay 3 mujeres entre un total de 20 académicos, una de ellas es la astrónoma Paulina Lira, la única mujer que ha sido contratada en el cerro durante los últimos 15 años. También trabajan ahí María Teresa Ruiz, Premio Nacional de Ciencias, y Mónica Rubio. “Pero probablemente jubilen dentro de los próximos cinco años, y ahí me quedaré sola”, cuenta Lira. Su oficina está en el segundo piso, se sube por una escalera en espiral, se dobla a la izquierda, se llega al fondo de un pasillo, y a la derecha. A ella le gusta que por ahí no ande un alma, dice que prefiere trabajar concentrada porque así hace rápido sus cosas y se va. Tiene 46 años, el pelo negro con varias canas que prefiere no teñir y unos aros colgantes, redondos como planetas.

En su oficina abundan los objetos decorativos y cuadros; pero ella está particularmente orgullosa de algo que se trajo de un viaje a Estados Unidos. “Esos, los agujeros negros que están ahí, me los compré yo”, dice, al girar en su silla, apuntando con entusiasmo el estante donde están los libros. Ahí, ubicadas sobre un estante, reposan dos pelotitas negras de lana tejidas a crochet. Cada bolita tiene dos ojos, una es un poco más grande que la otra. Son sus “agujeritos negros”, como les dice ella, con cariño. Paulina se dedica a estudiar este fenómeno hace más de 15 años.

“Los agujeros negros son una región del espacio con un campo gravitacional tan intenso que el espacio se curva sobre sí mismo”, explica Lira, “impidiendo que materia o radiación puedan salir de allí. Estos agujeros nacen del colapso final de algunas estrellas masivas y en el centro de algunas galaxias. Se denominan negros ya que ni siquiera la luz puede escapar de ellos.”

El agujero negro va engordando, es masa que se suma y no puede verse porque es ultra compacta. Lo que cae en él pasa a ser parte de la masa que va creciendo cada vez más. “No es que se lo traguen todo, molestan sólo a las estrellas que andan por ahí cerca no más”, dice Paulina con naturalidad. Lo que a ella le interesa es saber hasta qué punto la actividad de un agujero negro impacta sus mismas galaxias cuando desde su interior sale material eyectado muy luminoso, cuya radiación se emite a su alrededor. En el centro de nuestra propia galaxia también hay un agujero negro. Paulina los tiene en el centro de su repisa.

En 1950, había ocho astrónomos en Chile y hoy hay unos 120. Aunque la cifra ha crecido, Mario Hamuy, considera que debería haber unos 200. La “escasez” de astrónomos significa que no se están aprovechando al máximo los recursos instalados, como el porcentaje de 10 por ciento de observación al que tienen derecho los astrofísicos e investigadores chilenos. En 2005 Chile tenía un factor de presión de 2, es decir, los astrónomos chilenos solicitaban dos veces más tiempo de observación que el disponible para el país. El documento “Análisis y proyecciones de la ciencia 2005”, explica que “la competencia en el proceso de selección podría ser aun más saludable si tal factor fuera mayor. Por ejemplo, el factor de presión para acceso internacional a telescopios de ESO es 5, y para el telescopio espacial Hubble, es de 6 o 7. La población nacional utiliza el 100 por ciento del tiempo asignado, pero es deseable que el factor de presión incremente”. Ocho años después, el factor de presión ha aumentado a 3. Eso es positivo para la producción científica, ya que al haber competencia por los tiempos de observación, este se le otorga a los mejores proyectos presentados.

Conicyt, la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile, es una de las principales instituciones que existen para financiar los proyectos científicos presentados, y entrega fondos de 1 millón de dólares al año, mientras que el Núcleo Milenio, dependiente del Ministerio de Economía, entrega 380 millones. “Esta cifra no es suficiente para dar el gran salto que se necesita. Si se quiere realmente duplicar la masa de astrónomos, se necesita una inyección mucho más fuerte”, asegura Hamuy.

Poder usar el 10 por ciento del tiempo de observación, es decir, 36 noches al año por cada telescopio es mucho tiempo. Para Gaspar Galaz esto es un peligro, porque “mucho extranjero, consorcios y universidades extranjeras, quieren hacerse amigos nuestros para tener tiempo de telescopio, para ser parte de este cuento”. Entonces, explica el astrónomo, lo complejo es que el interés de otros países para asociarse con Chile es tan grande, que eso terminaría afectando a la astronomía nacional. “Cuando hacemos una alianza con China para hacer cosas con ellos, nosotros podríamos poner a 5 o 6 astrónomos trabajando con 150 chinos. Al final termina siendo la ciencia de ellos y uno es una especie de palo blanco. Si terminamos solo haciendo alianzas con mucha gente de afuera, finalmente ¿qué es de nosotros, y qué es de ellos?”.

Según un estudio de la Universidad Mayor titulado “Oportunidades para Chile tras las inversiones en astronomía durante la próxima década”, aunque el país ha tenido que invertir poco o nada en la implementación de los observatorios más modernos del mundo, ha desaprovechado la oportunidad de construir una identidad científica mundialmente reconocida. “Entre los cerros del norte casi no existe propiedad chilena salvo el suelo de los cerros y el cielo. Nos hemos convertido en una especie de arrendatarios del norte, pues muchos de los chilenos no tienen idea de lo que pasa allá dentro”, asegura Cristián González, autor del estudio y profesor de la Universidad Mayor. Gaspar Galaz concuerda con él: “Si vas a Coquimbo, La Serena o Antofagasta, probablemente sí, ellos saben. Hasta el más humilde que vive ahí sabe qué es lo que hay, ve a la gente pasar, a los camiones con espejos. Pero en Santiago tú preguntas en general y nadie tiene idea. Algo cachan, ‘parece que somos muy buenos en astrología’, te dicen de repente. La gente no entiende mucho de qué se trata”. Galaz atribuye esta ignorancia a la poca entrega de información explicada y contextualizada por parte de los medios chilenos, los que difunden un conocimiento muy vago sobre el tema. Según Galaz: “la idea es que la ciencia tiene una utilidad. Está la imagen también de que los que hacen astronomía o ciencias más exactas son más volados, o son cosas más abstractas”.