Por Florencia Merlez / Foto Macarena Segovia

El último Festival de Viña del Mar contó en su obertura con la presencia de uno de los cantantes líricos más importantes de Chile. De pelo negro, largo y liso, a sus 32 años Miguel Ángel Pellao llegó envuelto con su querido poncho mapuche. “No solo soy un tenor chileno, también soy tenor pehuenche”, dice.

Desde la presentación en la Quinta Vergara Miguel Ángel, cuenta, es más conocido en Chile. La prensa lo busca y continúan ofreciéndole conciertos regularmente. Tanto que necesitó contratar una manager, pues, asegura, le incomoda mucho tener que cobrar dinero. Aunque la experiencia en escenarios y festivales no es algo nuevo para Pellao, el público chileno recién hoy ha comenzado a reconocerlo en la calle.

El tenor pehuenche perdió a su padre cuando tenía cuatro años. Entonces su madre quedó en una situación económica y emocional muy precaria, por lo que se vio obligada a dejarlo a él y a su hermano mayor en el internado para niños indígenas Padre Remigio Gubaro, ubicado en la cordillera de la Región del Biobío. Allí encontró una cama, comida y educación gratuita, pero fue una experiencia triste para él. Tímido y apegado a su familia, no le hizo bien alejarse de su madre, dice, siendo tan pequeño.

En el internado, Pellao no lograba concentrarse en sus estudios, lo único que hacía era recordar a su mamá y llorar porque ella no podía visitarlos. Solo lograba olvidarse de su pena cantando. “Era tanta mi desconcentración que repetí quinto básico tres veces, solo me dedicaba a cantar, cantaba mucho, hasta me castigaban por hacerlo. Me escondía debajo de la mesa para seguir cantando, porque además me daba vergüenza que me escucharan”, recuerda el tenor.

Con el paso de los años, Pellao se fue acostumbrando al internado y nunca dejó de cantar. A pesar de intentar hacerlo a escondidas, los profesores y monitores lo escuchaban, pero ya no lo castigaban: habían comenzado a notar su talento. Así fue que luego lo incentivaron para participar en su primer concurso: el Festival del Piñón, un certamen del hogar. Con ese objetivo en mente, se preparó para dejar atrás su timidez y sacar la voz en el escenario, pero su memoria falló y en medio de la presentación olvidó la letra Soldado del Amor, una canción del mexicano Manuel Mijares, éxito radial de la segunda mitad de la década de los 80.

“Gané los demás concursos en los que participé, me acuerdo que la primera vez que gané fue con Fuego contra fuego de Ricky Martin y de ahí no paré. De hecho, después no me dejaban participar porque ganaba siempre, así es que hacía de jurado”

Debido al percance no ganó el concurso, pero el niño Miguel Ángel fue perseverante y siguió compitiendo en festivales. “Gané los demás concursos en los que participé, me acuerdo que la primera vez que gané fue con Fuego contra fuego de Ricky Martin y de ahí no paré. De hecho, después no me dejaban participar porque ganaba siempre, así es que hacía de jurado”, recuerda.

Las tradiciones son importantes para Miguel Ángel Pellao. En el internado no hablaban mapudungun ni comían ni se vestían como mapuches. Hoy él intenta remediar eso con su vestimenta, pelo largo y sus canciones dedicadas al pueblo pehuenche.

Gracias a su voz, al terminar la enseñanza media Miguel Ángel ya era conocido en todo Santa Bárbara, localidad ubicada 40 kilómetros al oriente de Los Ángeles. Fue así cómo la municipalidad le regaló una beca para estudiar en el Conservatorio Vivaldi de Concepción. El problema fue que Pellao no pudo terminar la carrera: la beca duró solo tres años y al terminar no tenía cómo financiar los estudios. Fue poco después cuando conoció al hombre que hoy llama “papá”, quien le dio el apoyo que necesitaba.

Salvador Barra, en esos años vicepresidente de la Universidad de las Artes y Ciencias, junto a su esposa, Marta Valdebenito, fueron en 2000 de vacaciones al sur y pasaron por Santa Bárbara. Pellao no tardó en enterarse de la visita de los santiaguinos. “Me encontré por la calle Arturo Prat, la principal de Santa Bárbara, con un tío, quien me dijo que venían unos santiaguinos importantes y que por qué no les íbamos a cantar. Entre ellos estaba Salvador y su mujer, me escucharon y quedaron locos, dejé la cagá”, cuenta Miguel. Desde ese día, no se separó del matrimonio.

En un comienzo, el matrimonio volvió a Santiago y Miguel Ángel continuó en Santa Bárbara buscando oportunidades para seguir sus estudios. Así se enteró de una postulación en Concepción para ganar una beca en la Universidad de Chile. Cuando llegó a la audición no quedaban cupos, pero la persona que lo recibió lo escuchó cantar y le dijo que volviera al día siguiente, para ver sí podía hacer algo. “Cuando volví en la entrada había una lista de aceptados y yo aparecía en el primer lugar”, recuerda Pellao con los ojos brillantes de emoción.

“Él se ganó esa beca, pero las becas no sirven de nada si no tienes recursos, él no tenía dónde quedarse, dónde comer y fue por eso que aceptó vivir con nosotros”, recuerda Salvador Barra, “estábamos felices en nuestra etapa del nido vacío, nuestros hijos ya no vivían con nosotros, pero fue imposible no querer invitar a Miguel Ángel a vivir a nuestra casa y que fuera como un hijo más”.

“No quiero que nos sigan viendo como terroristas, como personas que solo provocan incendios o que somos violentos. Por eso que mi manera de aportar a la lucha es con mi arte, así puedo mostrar al mundo nuestra verdadera esencia. Por eso quise participar en un escenario internacional como el Festival de Viña”

Cuando llegó a Santiago, gracias a la ayuda de la familia, Pellao logró hacer contactos con personas ligadas a la música y fue así que conoció Max Berrú –ex guitarrista de Inti Illimani–, quien le ofreció ir a cantar a Italia. El único problema era que Miguel Ángel se tenía que pagar el pasaje: un millón trescientos mil pesos, demasiado dinero para él. Así, en 2003 comenzó a cantar en distintos lugares para juntar la plata, principalmente en el restorán ecuatoriano La Mitad del Mundo, del mismo Berrú.

En el local interpretaba canciones de Víctor Jara y Violeta Parra adaptadas a la música lírica. “Yo me enamoré de la música clásica porque en el internado unos belgas que llegaron a ayudar, me regalaron un casete con grandes éxitos de la ópera. Lo escuchaba todo el día en una radio antigua, tanto que se me cortó la cinta y las canciones no salían completas, por lo que jugaba a cantar la parte que faltaba”, cuenta el tenor.

Cantando en el restorán, Pellao logró juntar el dinero y viajar a Pescara, Italia. Llegó con Max Berrú, quien tenía concertada una gira con un grupo italiano de música y dejó a Miguel Ángel con unos conocidos, la familia Di Mauro.

Pellao se las arreglaba como podía para comunicarse con ellos, al principio solo sabía decir buon giorno y arrivederci, pero con el tiempo fue aprendiendo el idioma. Además de estudiar canto lírico en una academia de Pescara, viajó a probar suerte a Viena, Austria, donde no lo pasó bien. “Era un lugar maravilloso, pero la gente era muy fría y yo soy muy cálido con las personas, no me adapté”, dice.

En sus casi seis años en Europa, Pellao realizó conciertos privados e incluso fue invitado dos veces a la televisión italiana, instancias en las que lo que más le costó fue explicar –en italiano– qué era ser un pehuenche y dar detalles de la cultura mapuche que en Italia seguía sin poder olvidar.

Para Miguel Ángel su ADN indígena es algo que nunca perderá, ama sus raíces dice: la cordillera, las piedras, el río, el mapudungun, la ropa, su pelo, su apellido. Apoya las demandas de su comunidad y quiere demostrarlo con su música. “No quiero que nos sigan viendo como terroristas, como personas que solo provocan incendios o que somos violentos. Por eso que mi manera de aportar a la lucha es con mi arte, así puedo mostrar al mundo nuestra verdadera esencia. Por eso quise participar en un escenario internacional como el Festival de Viña”, asegura.

Su regreso a Chile demoró mucho, cree, pues –una vez más– no tenía los recursos económicos para regresar. Pero luego de seis años de éxito en Italia y su newen –fuerza– lo logró en 2013.

En Santiago hoy Pellao tiene su propia familia y una carrera consolidada gracias a su primer disco Tributo a mi Pueblo, el que presentó en junio pasado en el Teatro Municipal de Santiago.

Miguel Ángel Pellao sigue visitando su ciudad natal, donde se reúne con amigos y con María, su madre, quien no se ha movido de Santa Bárbara. Cuando viaja al sur, él maneja y pone Tributo a mi pueblo para cantar sus propias canciones en el camino. Cuando se aburre de escucharse a sí mismo, el tenor pehuenche sigue con los otros discos que más le gustan: Iron Maiden y Guns N’ Roses.

Sobre la autora: Florencia Merlez es alumna de cuarto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por el profesor Sebastián Rivas