Por Juan Pablo Casado/Ilustración: Patricio Otniel

Ya son 10 años desde que la Unesco celebra el Día internacional del libro y del derecho de autor. Cada 23 de abril un comité de expertos escoge una capital mundial del libro, o ciudad destacada, por promover la lectura y publicación de textos. En 2015 se entregó el título a Icheon, Corea del Norte, premiada por difundir la lectura en zonas vulnerables.

Es en esa misma fecha que en 1616 mueren William Shakespeare (1564-1616) y Miguel de Cervantes (1547-1616). Inspiración de miles, ambos autores fueron clave en el establecimiento de la figura del autor y en el desarrollo del drama y la narrativa. Hoy, ambos permanecen vivos gracias a la influencia de sus obras en generaciones de escritores posteriores.

Hamlet y lo humano

“Un poema ilimitado”. Hamlet es definido de esta manera por Harold Bloom, autor de Shakespeare: la invención de lo humano, y uno de los críticos literarios más influyentes del mundo. La obra fue publicada por William Shakespeare en 1603. Más de cuatro siglos después, aún es una tarea compleja clasificarla.

Su protagonista homónimo destaca por poseer una lucidez que trasciende al personaje: “Hamlet aparece como una conciencia demasiado inmensa para Hamlet”, asegura Bloom. Consciente de su destino, el príncipe siempre se muestra un paso adelante del lector. Su mente parece albergar todas las posturas al mismo tiempo, sin comprometerse con ninguna en particular; sus pensamientos permiten que cada argumento valórico albergue su contraargumento, todo bajo un perfecto equilibrio.

Resulta que Hamlet está en todas partes y en ninguna a la vez.

Por muy distintos que sean los lectores, cada uno puede verse reflejado en la obra. Así lo piensa Bloom, quien afirma que: “no hay un ‘verdadero’ Hamlet como no hay un ‘verdadero’ Shakespeare: el personaje, como el escritor, es un charco de reflejos, un vasto espejo en el que tenemos que vernos a nosotros mismos”.

La universalidad de la obra ofrece múltiples lecturas significativas, lo que ha aportado a su vigencia.

Es a través de la interioridad, que el príncipe danés se enfrenta a su destino, alcanzando la libertad. Harold Bloom nos sugiere que pareciese no haber límites para Hamlet: “Su interioridad es su originalidad más radical; la persona interior siempre creciente, el sueño de una conciencia infinita, no ha sido nunca retratado con más fuerza”. Lo que nos queda es la libertad de pensar, la libertad de inferir; esa puede ser una de las principales lecciones que se aprenden leyendo a Hamlet.

Desde entonces han sido innumerables los intentos literarios por crear un personaje tan profundo como él. Es a través de sus ojos que podemos reinterpretar de una manera original el mundo que nos rodea. Lo que logró Shakespeare fue dar forma a una trascendencia intelectual, o si se quiere, humana.

El Quijote y el límite entre realidad e imaginación

Paralelamente, Miguel de Cervantes publica en 1605 (comienzos del siglo de oro de la literatura española), la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, un libro que para Bloom erige las bases de la novela moderna. La innovación del autor español radica en el héroe de la novela –don Quijote– quien asume un papel fantástico al encarnar los principios de un caballero (como sería un Amadís de Gaula), en un mundo donde aquellos valores resultan anacrónicos. Se podría decir que la historia narrada se gesta en el juego entre la irrealidad quijotesca -esa realidad fantástica donde conviven doncellas, monstruos y nobles aventuras- con la realidad mundana.

La novela combina géneros tales como el pastoral o la novela picaresca, el cuento o la poesía, entre otros. Además, Cervantes da una muestra de la oralidad de la España clásica, al hacer del diálogo un elemento central entre los personajes.

A nivel estructural, la novela del Quijote presenta una rica mezcla de estilos y voces. La historia principal –el periplo caballeresco de Alonso Quijano– se desarrolla a través de pequeñas narraciones que hacen avanzar el argumento principal. En ellas no solo vemos la realidad de la época, donde es representado fielmente el clero, la nobleza y el campesinado; también aquí se logra el uso heterogéneo de géneros tales como el pastoral o la novela picaresca, el cuento o la poesía, entre otros. Además, Cervantes da una muestra de la oralidad de la España clásica, al hacer del diálogo un elemento central entre los personajes.

Se genera así un choque muy claro dividido en las dos partes que constituyen la novela: en la primera vemos un hombre que busca cambiar la realidad que lo rodea, mientras que en la segunda, es la realidad lo que termina por transformarlo.

Originalmente la historia terminaba con la primera parte, que dio surgimiento al héroe novelesco, multifacético y complejo, alejado del prototipo caballeresco. Después de 1605, se publicó el Quijote de Avellaneda, una continuación de la historia original escrita por un tercero, supuestamente Alonso Fernández de Avellaneda. Cuando el texto apócrifo llegó a las manos de Cervantes, éste decidió dejar las cosas en claro y en 1615 publicó la segunda parte. Lo original de esta secuela es que la mayoría de los personajes, dentro de la ficción, ya habían leído la primera parte de la novela.

Desde esta nueva dinámica es como don Quijote interactuará con el mundo. El cruce entre realidad y ficción se hace patente en el enfrentamiento entre Alonso Quijano y el Quijote de Avellaneda, para zanjar de una vez por todas quién es el “verdadero protagonista” de la historia.

La realidad se mezcla con la ficción cuando Alonso Quijano, reacciona a la publicación de El Quijote de Avellaneda.

Esta contraposición entre lo real y lo ficticio es expuesta claramente por Cesare Segre (1928-2014, Italia), quien argumenta en el segundo tomo de Historia y Crítica de la Literatura Española que “tenemos así el impacto sobre la vida de dos tipos de libros: los caballerescos (mentirosos), dominantes sobre la inteligencia y sobre la acción de don Quijote, y la novela de Cervantes (verdadera, histórica), que ha popularizado la imagen del caballero, y por lo tanto, cambia el ambiente en el que se mueve, y a él mismo”.

A medida que la obra se acerca a su final, Alonso Quijano, hombre del que todos se burlaban, va dando paso a la melancolía. Estamos en presencia de un héroe tragicómico. De manera progresiva, el héroe va recuperando su cordura, a pesar de que los demás cada vez lo incitan a que continúe con su noble empresa caballeresca. Paradójicamente, ahora Don Quijote ya no transforma la realidad: los seres mitológicos y las doncellas en aprietos poco a poco van perdiendo importancia.

Ahora, la realidad lo transforma a él.

Es a través del análisis de sus obras, como Shakespeare y Cervantes permanecen contingentes en la actualidad. Los intentos por entender las múltiples capas de interpretación que ofrecen Hamlet y El Quijote los hacen objetos de estudio de las principales facultades de literatura del mundo. Finalmente es su ilimitada complejidad la que nos hace preguntarnos dónde se traza el límite entre la realidad y la ficción, entre lo terrenal y lo trascendente.

Sobre el autor: Juan Pablo Casado es alumno de último año de periodismo y escribió este artículo como parte de su trabajo en el Taller de Edición en Prensa, impartido por el Profesor Enrique Núñez Mussa.