Texto y fotos por Yerko Roa

El Viejo, así le decían. Como si de una leyenda se tratara, su excompañero de universidad y futuro novelista, Matías Celedón, le sugirió a Benjamín Labatut que fuera a visitar el refugio del poeta inédito Samir Nazal, de más de 70 años. Labatut estaba obsesionado con transformarse en escritor, pero no tenía a alguien que lo ayudara en ese camino. Las llaves caían al interior de un calcetín, desde la ventana del departamento de Nazal en calle Toesca, para que sus discípulos entraran. Por dentro, el lugar era un desastre. El piso del baño pasaba inundado y las paredes estaban cubiertas de polvo y grasa. Las copas de vino, las tazas de té y los libros amontonados navegaban entre el humo del cigarro. Los manuscritos de sus discípulos se apilaban hasta el techo.

El Viejo los recibía con la barba desaliñada, el bigote bañado en nicotina y la camisa agujereada por las quemaduras de cigarro. Las visitas eran escritores a quienes Nazal leía y aconsejaba sin pedir nada a cambio. A Labatut le bastó ver al Viejo para convencerse de que era un sabio. Ese día, cuando el resto de los asistentes dejó la cueva, Labatut y Nazal siguieron conversando hasta las cuatro o cinco de la mañana. Labatut le comentó que percibía el espejismo del lenguaje, se obsesionaba y complicaba con ver más allá en un mundo que era un tejido de historias y más historias y en el que parecía no haber nada concreto. Cuando Labatut estaba por irse, El Viejo le dijo: “Muchacho, tu problema es que eres un escritor”. De ahí en adelante Samir Nazal se convirtió en su principal editor y fue quien lo ayudó a corregir los borradores de casi todos los cuentos de su primer libro.

Pero el Viejo tosió hasta la muerte.

Benjamín Labatut elige cinco cuentos que le hubiese gustado escribir

Primeras líneas

“No era una vocación como cualquier otra: ser escritor, como ser soldado o samurái, tenía que ver con una postura violenta frente a la realidad, una oposición activa, una resistencia sin compromisos y sin tregua”.
Fragmento del cuento “La Antártica empieza aquí”.

Edición chilena de La Antártica empieza aquí.

Edición chilena de La Antártica empieza aquí.

Labatut tenía 25 años y a pesar de sus deseos de escribir –o quizás gracias a ellos– sufría de graves bloqueos literarios. Sexo, drogas y magia fueron algunas de las soluciones que intentó para superarlos. “No sé en qué minuto se me metió en la cabeza la idea de que ser escritor requería una especie de transformación”, afirma Labatut.

Mediante invocaciones Labatut esperaba que la magia lo ayudara a liberar sus voces internas. Básicamente en una invocación se debe abrir un espacio espiritual para la adoración, luego hay que llamar al Dios, demonio o arquetipo con el que se quiere trabajar. Hay que pedir algo y ofrecer algo a cambio, un sacrificio. Los elementos que se utilizan son aquellos a los que la humanidad siempre ha dado poder como el fuego y el agua, la tierra y el viento, la sangre y el semen. Además se necesita algo sobre lo que proyectar la voluntad, generalmente un cuchillo, un cáliz o un bastón. Labatut quería escuchar la voz que hablaba a través de artistas que él admiraba, como Dylan y Chinoy, aunque ellos no necesitaban rituales.

Lo poco y nada que escribía lo corregía con el Viejo. Sentado en un sillón roto del oscuro living de Nazal, Labatut empezaba a leer. El Viejo escuchaba y fumaba. Lo interrumpía para hacerle ver sus tics y lo forzaba a eliminar todo aquello que no fuera esencial para la historia, hasta solo dejar el esqueleto del cuento.

1940. Europa tiembla cuando avanzan las águilas negras de alas silbantes por el cielo. Europa tiembla cuando sus huevos truenan en tierra y desparraman las lágrimas, la sangre y los gritos. Europa tiembla cuando la poderosa Luftwaffe avanza y ayuda a conquistar territorios para Hitler y el Tercer Reich. Labatut en agosto de 2005 tenía cierto interés en el hitlerismo esotérico y trabajaba en la revista Qué Pasa, cuando leyó el artículo. En un diario, aparecía el hijo de un expiloto checo de la Luftwaffe, quien vendía una acuarela y tres dibujos a lápiz grafito realizados por el Führer. Labatut no pudo publicar sobre el tema en la revista, porque lo echaron, pero a partir de ese artículo de diario escribió un texto para la revista Muy Interesante, que lo llevó a entrevistar al hijo del piloto Karol Bachraty Von Walser.

Benjamín Labatut se basó en sus experiencias como periodista para la historia que da título al libro.

“Tenía una historia increíble, como de novela”, asevera Labatut. “Fue un piloto estrella. Lo botaron dos veces. Una vez cayó arriba del mar, la otra cayó en tierra. Lo rescataron las tropas alemanas. Conoció a Goebbels, conoció a Hitler. Un tipo importante”, dice el autor. La historia que Karol Bachraty Pino, hijo del piloto, le contó a Labatut es así: Karol Bachraty Von Walser arribó a Chile después de la guerra. Buscando trabajo, llegó a pilotear el avión presidencial durante el periodo de Gabriel González Videla. Después fundó una empresa de aerotaxis en la que sirvió a la familia Edwards y a Carlos Ibáñez del Campo. Posterior a 1973, trabajó en varias ocasiones como traductor para la DINA y la CNI.

Como presidente de la Agrupación sudamericana de excombatientes alemanes recibió obras de arte que habían salido de Alemania durante la guerra. “Esos cuadros fueron traídos por personas de confianza de Göering [ministro del Aire alemán] y, a mi entender, los trajeron en un submarino que antes de terminar la guerra fue atacado en altamar y llegaron algunas obras dañadas”, explicó Bachraty en una entrevista a TVN en los 80. En la televisión, Bachraty se ve con una nariz recta de base ancha y una frente amplia que luce un tono rosado a lo largo de la entrevista, en la que muestra algunos dibujos de Hitler.

Labatut cree que no pudo escribir una novela sobre el piloto, porque se le había hecho cada vez más difícil escribir historias. Los trucos de la narración lo aburrían. Sin embargo, inspirado en Bachraty, creó el relato más largo del libro y el que le dio el nombre. En él, un periodista con ansias de ser escritor, que está a punto de perder su trabajo, se propone investigar la historia de un poeta desconocido que lideró una expedición suicida a la Antártica.

Labatut ahora trabaja en un nuevo libro que se publicará este año en editorial Hueders.

Labatut ahora trabaja en un nuevo libro que se publicará este año en editorial Hueders.

Ermitaño

“Comenzó a devorarlas una tras otra, metódicamente, sin hacer caso a las súplicas de Paula, que veía cómo la perra (su perra, la perra de la familia) masticaba y tragaba a sus hijos hasta dejar el suelo cubierto de pelo, carne y sangre”.
Fragmento de “Club de Campo”.

Benjamín Labatut, vestido con la misma ropa que venía usando hace días, paseaba por las tardes en Miraflores, escoltado por unos 15 perros vagos. Un año vivió como anacoreta en la playa, sin televisión, ni internet, sin saldo en el celular y sacándole el jugo a su escaso finiquito de la Qué Pasa. Su residencia era una cabaña repleta de goteras, en la que lo acompañaba un quiltro que recogió durante una tormenta. Después de un tiempo piensa que se puso raro.

Leía en voz alta y le hablaba al perro para no sentirse solo. Lo único que había llevado para distraerse eran los libros y al poco tiempo se dio cuenta de que había sido un error. En Miraflores, el silencio y el aburrimiento eran los de un pueblo fantasma. Así que empezó a hacer cientos de abdominales y a pasear con su jauría para no aburrirse.

“Al principio pensé que iba a perder la cabeza. Por más que trataba, apenas podía escribir”, recuerda Labatut. Hasta que se empezó a sentir bien solo. “Durante ese año viví como un ermitaño. Pasé más tiempo soñando que despierto. Aprendí a meditar, conocí otra parte de mi cerebro”, cuenta el autor. En Miraflores escribió la mayoría de las primeras versiones de los cuentos.

Samir Nazal, el mentor de Labatut, fue el guía de una generación de escritores, pero él nunca publicó. Benjamín dice que tenía una personalidad diferente para cada uno de sus discípulos.

“Escribe acerca del recuerdo más horroroso de tu infancia”, le sugirió el Viejo en una ocasión. Fueron tres los recuerdos utilizados por Labatut, los dos primeros los sacó de historias de amigos y el último fue propio. Las tres escenas dan la partida a “Club de campo”: un adolescente ve cómo su hermano viola a una yegua; una mujer da a luz un niño muerto y después tiene que lactar y pasar por las náuseas como una madre normal; y una niña ve cómo su perra se come a sus cachorros recién nacidos.

En el cuento, una pareja de argentinos, Julieta y Marcos, se muda a Madrid donde ella obtiene un trabajo como parvularia y él como entrenador de un equipo de polo. Todo va bien, hasta que Marcos empieza a tener pesadillas en el poco tiempo que su creciente insomnio le permite. Para soportar la situación, Julieta empieza una amistad telefónica con una compatriota llamada Paula, quien utiliza el ácido, la marihuana y las pastillas para aguantar su trabajo en un call center.

Para el cuento “Deseo”, Labatut estaba interesado en el retorno de lo divino y en las nociones que se le imponen a la gente desde afuera, ideas implantadas que también afectan a los escritores. Nazal le comentó la historia del vidente de Villa Alemana, Miguel Ángel, que decía ver a la Virgen y luego se hizo travesti. “Creo que otros tres escritores escribieron sobre él”, dice Labatut. “Bisama escribió una novela sobre él, Simón Soto escribió un cuento, yo escribí un cuento, se hizo una película. Eso todo ocurrió más o menos en el mismo tiempo y era la temática del cuento que yo estaba haciendo: dos escritores infectados por una diosa nueva”, cuenta el autor.

En junio de 2008 Samir Nazal murió de un enfisema. De ahí en adelante fue el Viejo quien infectó los pensamientos de Benjamín Labatut.

Una escena inolvidable de un cuento

El bajón

“La explicación de los casos como el suyo era sicosomática: el cuerpo reflejaba un estado mental. Las escamas se originaban en su cabeza, pensaba Ana, en la piel de su cerebro, en su mente de reptil”.
Fragmento de “La cura de Ana”.

“Lo de Samir para mí fue… fue…”. Benjamín Labatut se inclina sobre la mesa, aprieta la mandíbula y mira hacia su izquierda con los ojos entrecerrados. Se toma tres segundos antes de seguir. “Fue la mayor identificación de mi vida”, cierra. Labatut se obsesionó con el Viejo. Empezó a escribir una novela en la que describía cómo Nazal poseía a sus alumnos, como una forma de mantenerse vivo. Labatut afirma que entrevistó a todos los que lo habían conocido. Se dio cuenta de que todos hablaban de una persona diferente. “El Viejo había inventado una biografía y una personalidad para cada uno de nosotros y nadie sabía cuál era la verdadera”, explica el autor. “Hasta hoy no sé quién fue el hombre que me convirtió en escritor”. Pero, se involucró demasiado en el proyecto, tanto que llegó a soñar escenas de la vida de Nazal, lo que lo llevó a dejarlo. “No tengo ninguna intención de terminarla. Me da miedo tan solo pensar en volver a esa novela”, dice.

Fotos de Samir Nazal tomadas por Marcel Gonnet. Gentileza: Benjamín Labatut.

Fotos de Samir Nazal tomadas por Marcel Gonnet. Gentileza: Benjamín Labatut.

Su estado de ánimo después de la muerte de Nazal afectó su psoriasis, una afección genética que causa inflamación y escamas en la piel y que empeora por causas sicosomáticas. Cuando tenía relaciones sexuales con su polola de ese entonces, las sábanas quedaban manchadas de sangre, como un test de Rorschach. Así fue como se le ocurrió “La cura de Ana”, inspirado en su enfermedad. El cuento trata la historia de una mujer, Ana, enferma de una condición parecida a la psoriasis. Ella es internada en un centro donde todos, incluso los médicos, padecen la enfermedad. Al poco tiempo se da cuenta de que nadie se cura: las únicas opciones son aprender a vivir en el centro o morir por la angustia.

Uno de los cuentos que Samir Nazal nunca revisó fue “Alfredo en cama”. Labatut tenía la intención de grabar un documental sobre la vida de éxito y locura de Alfredo Espinoza, el gran saxofonista chileno de jazz que vivía sus últimos años en Valparaíso, después de haber triunfado en París. Hasta que se enteró que un tal Diego Pequeño había terminado una película sobre Espinoza. “Me senté en el teatro y dije: ‘Okey, esto no funcionó’. Agarré el guión y lo convertí en el cuento, que es la biografía de Alfredo contada por él”, relata Labatut.

Benjamín Labatut avanzaba sin un guía en la literatura.

Un cuento que preferiría no haber leído

Samir no muere

“Trabajar para no pensar, bajar al sótano y perderse en fantasías ajenas. Constantino ejerce la prostitución como había jugado al fútbol, casi siempre en silencio”.
Fragmento “Países Bajos”

Lo conoció en un fin de semana entregado al ácido en Uruguay. Maximiliano Papandrea era un editor argentino que tenía un amigo en común con Labatut. Leyó el libro y le gustó, aunque hizo algunas sugerencias. En el borrador del cuento “Países Bajos”, Constantino un exfutbolista venido a menos por una lesión, se tiene que ganar la vida prostituyéndose en Holanda. La historia entera estaba escrita alrededor de su carencia de testículos. “No, no aporta nada”, le hizo ver Papandrea y agregó: “No te resultó, ponle genitales”. El relato quedó con un protagonista extraño, cuyo comportamiento antes se entendía por su condición asexuada. “Pero quedó mejor con cojones”, cree Labatut. Papandrea fue quien le sugirió que participara en un concurso de la Universidad Autónoma de México y Alfaguara.

“Era todo lo que detesto: exposición, un blog, había que interactuar con jueces y votaciones”, manifiesta Labatut. Al final el dinero del premio y la posibilidad de ser publicado en México por Alfaguara sin que le modificaran el libro, lo convenció. Participó con el manuscrito de ya más de 100 páginas. En medio del concurso los jueces lo obligaron a escribir un cuento que solo tuviera un diálogo banal. Así nació “No me digas que no te acuerdas”. “No me gusta nada”, aclara Labatut. “Es una conversación por chat de una amiga y le agregué un par de detalles”, dice. Lo único que rescata del cuento es que conecta al libro. El protagonista del primer cuento vuelve a aparecer en este con la mano deformada, junto con Alfredo, el saxofonista de la última historia .

El orden de los cuentos –que comienza con “La Antártica empieza aquí” y termina con “Alfredo en cama”–lo eligió él. Para la portada de la edición de México en 2009, que obtuvo por haber ganado el concurso, usaron una ilustración en blanco y negro de unos militares bajo la nieve, hecha por su novia y futura mujer, la artista Juana Gómez. Fue la principal modificación que hicieron para la versión chilena. “No invitaba a leer el libro”, explica la editora de Alfagura en Chile, Andrea Viu y enfatiza: “Era muy oscura”.

El próximo libro del escritor se llama Después de la luz y no se enmarca dentro de un género tradicional como la novela o un conjunto de cuentos.

A Viu le pasó el libro una amiga en común con Labatut. No conocía el texto, a pesar de que la editorial lo había publicado en México. “Me sorprendió la calidad de su escritura, lo distinto y atrevido de su contenido”, asegura Viu. Para la nueva portada, Labatut buscó la foto: un hombre cruza en medio de una calle casi completamente cubierta de nieve, solo las huellas de los vehículos permiten apreciar parte del pavimento. Las farolas públicas a ambos lados de la calle permanecen apagadas, pese a que la nieve apenas permite ver. El hombre da la espalda a la cámara, su abrigo y su sombrero no permiten apreciar el rostro de quien arranca de la tormenta.

Labatut todavía recuerda a El Viejo. Solo ha ido a visitar su tumba una vez por lo doloroso de la experiencia. Lo que más lamenta Labatut es que Nazal no haya podido ver La Antártica empieza aquí publicado: “Durante el tiempo que fui su alumno me enseñó casi todo. Yo no habría terminado ningún cuento si no fuera por él. Tampoco estaría escribiendo”. La dedicatoria estaba clara: “Para Samir Nazal; un hombre solo no muere”. El libro se lanzó en marzo de 2012 en Chile y al año siguiente ganó el Premio Municipal de Literatura de Santiago.

Labatut no ha vuelto a publicar desde entonces. Para este año está preparando una nueva obra que publicará en julio la editorial Hueders, Después de la luz, inclasificable en cuanto a género ya que sigue la estructura de la Gran Obra de los Alquimistas, que describe los pasos de una transformación, y que está basado en su experiencia posterior a la publicación de su primer libro, cuando estuvo sin leer ni escribir por un año en el que sintió que le crecía un agujero en la cabeza, una especie de desestructuración total de la realidad que, según dice, llevaba consigo un arranque de lucidez y locura al mismo tiempo.

Sobre el autor: Yerko Roa es estudiante de Periodismo y escribió este artículo como colaborador de Km Cero.