Hernán Melgarejo / Fotos Sebastián Utreras

A Quesney no le gusta que le digan que es “la nueva promesa del cine chileno”. Tampoco se incluye dentro de una escena de directores jóvenes y asegura que nunca fue fan de los videoclips. Pese a eso, sus producciones para bandas marcaron una tendencia y se han convertido en piezas fundamentales para entender la última generación del pop chileno, además de convertirse en un fenómeno en internet. Solo Los Adolescentes, el videoclip que realizó para el dúo sanfelipeño Dënver, registra un millón y medio de visualizaciones en YouTube. Y su primer largometraje, Efectos Especiales, grabada en una toma y en la que él personifica a un desagradable director que enloquece en medio de un rodaje, tuvo una destacada participación en el circuito de festivales de cine. Todo eso, antes de los veintitrés años. Y con muy poco presupuesto.

Su próxima película, Desastres Naturales, la escribió junto a Pedro Peirano, uno de los responsables de 31 Minutos y co-autor de las películas La Nana, No y Gatos Viejos. Ahora está ocupado en el proceso de edición del largometraje, que se estrenará en 2014 y que refleja de forma irónica el movimiento estudiantil del año 2011.

La producción será también su proyecto de título para graduarse de cine en la Universidad Mayor. Y es fruto de una carrera que –sin saberlo en ese entonces– comenzó durante su infancia en su natal San Felipe, de una manera que recuerda mientras toma una Coca-Cola en una cafetería de Plaza Ñuñoa.

“Me habría cargado nacer en Santiago”, asegura. Cuando ve la grabadora que hay encima de la mesa, dice que estas le dan un poco de miedo. De todos modos, responde las preguntas y empieza a contar su historia. Desde el principio.

“Llegué al cine a través de los videoclubs de San Felipe. Tenía nueve años y me gustaban las películas de terror, e iba a esos lugares y me llevaba cualquier cosa. Veía la portada y decía: ‘¡ah, esta es de terror!’, y la arrendaba. Muchas eran películas pésimas pero a veces, por pura suerte sacaba, por ejemplo, Psicosis. Y decía: ‘Oh, qué buena esta película’. Sin cachar que estaba viendo un clásico.

“Llegué al cine a través de los videoclubs de San Felipe. Tenía nueve años y me gustaban las películas de terror”, explica Quesney.

También hacía muchos cortos caseros. Quizá porque era niño creía que el cine tenía que tener muertes o extraterrestres. Todas las películas que hacía tenían cosas así. Me acuerdo de una en que mataba a todos mis compañeros de curso. Lo más chistoso es que lograba reunir a diez o quince compañeros para que actuaran, y me encantaba dirigirlos. Pero muchas veces terminaba picado porque no me funcionaba una escena, o fallaban las actuaciones.

En segundo medio descubrí que se podía estudiar cine. Antes no sabía ni siquiera que existía como carrera. Se lo dije a mis papás, y como era mateo y responsable, no me dijeron nada. Además, en la PSU me fue bien.

Llevé una cámara a mis últimas vacaciones antes de entrar a la universidad y grabé a mi grupo de amigos. Sabía que este grupo era chistoso y muy raro, y quería ver si funcionaba para gente que no los conocía. Así salió Sed de mar. No tiene una historia ni un hilo conductor. Es como una colección de conversaciones tontas y de huevones dando jugo, cosas típicas del verano. La tuve guardada un tiempo hasta que entré a la universidad y la empecé a editar. Al final la tiré a internet. Y funcionó. Igual no la considero como mi primera película. Fue una especie de documental, un experimento”.

Clips por accidente

“En el video aparecen Milton y Mariana, del grupo Dënver. Soy amigo de ellos desde los dieciséis años, por mi hermano. Ellos dos siempre tocaban canciones de su grupo y no los pescaba nadie. O sea, los amigos obviamente los apoyábamos y los íbamos a ver. Pero Dënver era una banda a la que le iba pésimo.

Nunca fui fan de los videoclips. No estaba en mis planes hacerlos. Todo partió porque los Dënver me pidieron hacer unas visuales para un show en San Felipe. Me dijeron: ‘oye, podríamos montar una canciones con escenas de películas’, y lo encontré súper entretenido. De ahí con el tiempo ellos fueron sacando singles y yo entré a estudiar, y siempre les ofrecía hacerles un video. Pero no me pescaban mucho. Hasta que sacaron su segundo disco y le pidieron un presupuesto a Ignacio Rojas y Christopher Murray, para el clip de la canción Lo que Quieras. Y resulta que recibieron un súper presupuesto que como banda no podían pagar. Entonces yo les dije: ‘hagamos el video con cien lucas’.

El video lo hice mano a mano con Milton, de la banda. Conseguimos un auto, una pareja, y nos preocupamos de que fuera un buen paisaje en exterior. Queríamos que todo se viera un poco falso. Que la niña fuera bonita, que el auto fuera bonito, pero a la vez gastado, que no pareciera un modelo de publicidad. También nos preocupamos de que el vestuario fuera muy bueno.

Me carga contar historias claras en mis videos. Para mí, los clips son una cosa de estética y de experimentación, que de repente hay que hacerlos calzar con la música. Nunca he tratado de decir algo con ellos. No tienen para mí un mayor trasfondo. Por ejemplo, en el video Los adolescentes, el segundo que hicimos con Dënver, quisimos mostrar el despertar sexual y todas esas pequeñas tonteras de la adolescencia. Hicimos un mix sin sentido y sin historia, que podría ser un fin de semana de cualquier adolescente.

No sé si gané notoriedad con esos clips, porque la gente sigue a las bandas, no a los directores de videos. Pero sí tuve la suerte de que justo a ese disco de Dënver [Música, Grámatica y Gimnasia] le fue muy bien, y me empezaron a llamar otros grupos. Después llegó Gepe y le dije: ‘mira, tengo una propuesta igual rara, con una albina, una negra y un conejo’. Y me dijo: ‘bacán, hagámoslo’. Lo bueno es que empecé a sentir la libertad de hacer los videos que yo quería. Y eso es algo que decidí por siempre. Cuando me encargan un video y me dicen ‘quiero que el video sea así’, prefiero no hacerlo.

Incluso trabajando con Gepe o Dënver, que pueden sonar como bandas grandes, el presupuesto siempre es el mínimo. Y a mí eso me da risa, porque los fan sobrevaloran todo. Hice un video para Gepe en el que tuve que ser súper ahorrativo, y me agregaron fan que decían: ‘oh, el video es lo máximo, qué onda la full producción’. Para ellos un video es como una forma de conectarse con un semi Dios. Y para mí es hacer calzar un presupuesto muy ajustado.

No sé si hay algo así como un auge de los videos clip. Yo creo que la gente entendió que para una banda con buenas canciones la difusión por internet es todo. Y muchas veces la gente llega a las canciones porque les llegó el video. Eso es muy de ahora. Porque hasta hace poco las bandas aún esperaban aparecer en MTV”.

El cine según Quesney

“Si uno se pone a investigar el cine latinoamericano, descubres que hay clichés recurrentes. La dictadura es un clásico. Es un buen tema, pero hay que saber hablar de él. Y pasa que de repente meten estos temas a presión. De eso me quería reír cuando hice Efectos especiales. Quería hacer a un director que fuera el personaje más sordo del mundo. Un tipo ególatra que tiene pensada una película, pero que no se da cuenta de que sus ideas –mezclar la dictadura, la homosexualidad y el campo en un cortometraje– no van para ningún lado. Puede que sea una película más de nicho, porque habla del cine. Aunque mucha gente que la ha visto, pero que en su vida ha estado en un rodaje, se ríe igual: Porque la situación es lo suficientemente imbécil como para eso. En cambio, Desastres naturales es una historia más convencional. La puede ver alguien de dieciséis o alguien de cuarenta y la va a entender igual.

‘Desastres Naturales’, la próxima película de Quesney, la escribió junto a Pedro Peirano.

Conocí a Peirano en el avant premier de Gatos viejos. De ahí empezamos a chatear, le caí bien y salió esto de trabajar juntos. Lo divertido es que muchos me decían: ‘Oh, trabajarás con Peirano, el guionista del No, de La nana’, y a mí me daba lo mismo todo eso. Para mí, Peirano era sinónimo de Tulio Triviño. Si alguien hizo 31 Minutos, para mí es lo más bacán del universo. Además que me enseñó caleta. Aprendí a encontrar los tonos de la película, a definir los personajes, cómo estos pueden guiar la historia. Me ayudaba a corregir varias cosas. Llegamos a once versiones del guión de Desastres naturales.

La película aborda el conflicto estudiantil a través de una situación muy acotada, en un pueblo X. Es sobre una profesora que se toma el colegio donde jubiló, porque quiere seguir haciendo clases. Pero lo hace con ayuda de los alumnos, que se lo quieren tomar por las malas condiciones del colegio. Tiene un humor medio oscuro, que a veces no da risa. De hecho, insistí mucho en que nadie se preocupara de parecer chistoso.

Para mí lo más heavy fue trabajar con actores de tanta trayectoria. Tuve un poco de miedo. Me acuerdo que el primer día dirigiendo a Anita Reeves y a Amparo Noguera, no me lo podía creer. Recién pude creérmelo cuando vi la escena en cámara y dije: ‘chuta, esto lo estoy haciendo yo’. Para mí, que siempre me ha costado creerme el cuento, era increíble que esa gente me escuchara. O que a veces tuviera que decirles: ‘No me gustó esta escena. Vamos a tener que hacerla así’.

Con Anita Reeves de repente tenía que repetir hasta nueve veces una escena, porque no nos entendíamos, o porque no salía como yo quería. Y ella, con su trayectoria y experiencia, tenía toda la humildad de repetirlas. Y al final quedaban perfectas. Jamás sentí que ella pensara ‘este pendejo, qué se cree’, o que dijera ‘te voy a enseñar cómo se hace esta cuestión’. Eso me ha pasado varias veces. Pero con actores más pencas. Con gente en cortometrajes.

Yo creo que el cine chileno sí ha mejorado. Pero no porque mi generación sea especialmente buena. Como en dictadura casi no se hicieron películas, el cineasta de los noventa no tenía ningún referente. Era puro ensayo y error. Y en esa época se hicieron muchas películas malas, pésimas. Lo peor eran los diálogos y las actuaciones. Eso de poner a Cristián Campos actuando de pobre, por ejemplo, era como de teleserie. Lo bueno es que esta nueva generación tomó todos estos errores y ha podido ir mejorando. Y entre medio hubo buenos referentes: Alicia Scherson, Sebastián Lelio, que hicieron películas más reales e intimistas, que uno puede incluso estudiar. Pablo Larraín, que vino un poco después. Todos ellos son un poco los maestros para los que hacemos cine ahora.

No me considero parte de una nueva escena de cine chileno. Y eso en realidad porque no me junto mucho con gente del cine. La mayoría de mis amigos son de San Felipe. Y cuando hablan de mí como la ‘nueva promesa del cine chileno’, me da un poco miedo. Como que tengo que decir algo. Prefiero quedarme callado y no ser ninguna promesa ni creerme el cuento. Porque en el audiovisual uno tiene que hacer de todo. Yo jamás he dicho ‘yo solo voy a dirigir’. Yo también monto, edito, trabajo en otras cosas. Incluso no sé hasta cuando seguiré haciendo esto. Puede que después no me llamen más”.

Sobre el autor: Hernán Melgarejo es alumno de cuarto año de Periodismo y esta entrevista la realizó especialmente para Km Cero.