Hernán Melgarejo / Fotos Sebastián Utreras

En el living del departamento de Federico Dannemann, ubicado en la calle Santa Isabel, una de sus guitarras está apoyada y conectada a un amplificador. Es la que ocupa para improvisar en clubes de jazz y hacer clases particulares. Durante la mañana la usó para tocar un rato las obras de Bach para violín. Sobre un escritorio su computador portatil Apple está encendido. Ha estado trabajando en la adaptación de música de Luis Alberto Spinetta, por encargo de Pedro Foncea, y en arreglos de orquesta para el director Sebastián Errázuriz. Además, durante los últimos años –de forma intermitente– ha tomado las banderas del pop para tocar con PedroPiedra, uno de los solistas más destacados de la escena independiente chilena, y las del jazz, para preparar los conciertos de presentación de su segundo disco solista, Zelig. “Soy una persona que ha tocado con mucha gente, en muchas situaciones musicales, y que se pone la camiseta de muchos estilos”, dice Dannemann con un acento argentino que a ratos se chileniza o, a estas alturas, un acento chileno que a veces suena a argentino.

La historia de Federico Dannemann partió en Buenos Aires, Argentina, donde nació en 1979. Su padre era un trompetista de jazz aficionado y su tío, un trombonista que solía hacer sesiones en su casa. Aunque le regalaron una guitarra de acústica a los ocho años, en principio sus intereses eran ajenos a la música. “Yo quería ser futbolista, como todo chico argentino”, dice mientras va a la cocina, ubicada en el mismo living, a preparar un vaso de mate.

—¿No te interesaba la música entonces?
—Por ahí creo que hice que mi vieja me comprara un cassette de Luis Miguel.

—¿Cuándo empezó a cambiar eso?
—A los nueve años tomé clases de guitarra, para evitar el aburrimiento. Y por ahí entraron los Beatles también. Esa fue la primera sensación de fanatismo que tuve.

Luego llegó a su vida el blues y Eric Clapton, pero no fue hasta que se mudó junto a su familia a Chile, a los doce años, cuando empezó a redescubrir la música que su padre tocaba en la trompeta: El jazz.

El aprendiz

Algo de miedo tenía Dannemann a los doce años. No sabía si en su nuevo país iba a encontrar amigos y odiaba profundamente la comida chilena. Hoy ha equiparado sus sentimientos. Sigue tomando mate y siendo hincha de la selección de Argentina, pero maneja los modismos, la cultura y la idiosincrasia del país en el que conoció a sus maestros musicales.

Uno de ellos fue Panchito Cabrera, el octogenario músico conocido como el Django Reinhardt chileno. Mientras el disco Canción Animal de Soda Stereo “la rompía” en las radios chilenas, Dannemann empezaba a adentrarse en el jazz de los años 20 y 30. En su Walkman llevaba discos de Louis Armstrong al colegio y los fines de semana iba a compartir con Spike Holmes, un fallecido contrabajista británico que –según el mito–supuestamente participó en la fundación de los Rolling Stones. “Spike me ayudó a entender el jazz como una forma de vida”, dice Dannemann.

Hijo de un trompetista de jazz aficionado, Danemman nación en Buenos Aires en 1979.

—¿Y cuál es esa forma de vida del jazz?
—Es un poco desordenada, idealista y obsesiva por la música. Spike no era un músico profesional, pero vivía para el jazz. Uno iba a su casa y veía torres de discos, y de vinilos. El tipo era inglés, así que no era especialmente cariñoso. Pero fue muy generoso para instruirme y mostrarme algo de blues y swing. Y para un chico juntarse con una persona de cincuenta y algo es bien especial. Entras a una dimensión y hablái de arte, de temas que en el colegio no cachai.

A los trece años Dannemann estaba listo para debutar en vivo como jazzista en la banda Santiago Hot Club de su profesor Panchito Cabrera. La fecha era un sábado en el repleto Club de Jazz de Macul. Hasta el lugar habían llegado su padre y su madre, que eran socios del recinto. Pero el debut no resultó. “Me acuerdo que me puse muy nervioso, creo que me dolía un poco la guata y se hizo insostenible”, recuerda.

Al poco tiempo lo invitaron nuevamente y pudo tocar por primera vez frente a un público. De esta forma empezaría a formar parte de la escena del jazz santiaguino en los 90, la que para muchos es una de las décadas doradas de este género en Chile.

La mascota del Club

Sábado tras sábado las reservas del Club de Jazz de Macul se encontraban agotadas. Hasta el propio Luis Miguel fue alguna vez a disfrutar del club que vivía un momento particular, en el que Cristián Cuturrufo, Christián Gálvez y Jorge Díaz emergían como las figuras locales del jazz moderno, en contraste con los sonidos tradicionales de la vieja guardia. Dannemann estaba en el punto intermedio. Tenía trece años y le decían la mascota. El Club fue su escuela. Después de que tocaban los grupos invitados venía la jam session, una improvisación que podía durar hasta las seis de la madrugada. Entonces los instrumentos eran equivalentes a las pistolas en la época del Far West: Cada músico debía ganarse un espacio a punta de notas.

—Varias veces me tocó quedarme abajo de la jam por no poner el pie antes en el escenario –recuerda Dannemann–, o llegaba alguien de renombre y te sacaba. Y fui aprendiendo que era importante tener cancha. El Cutu [el músico Cristián Cuturrufo], por ejemplo, era bastante pesado con los nuevos. Pero a mí nunca me atacaron, siempre recibí estímulos positivos. En cierto modo, yo me sentía de los bacanes. Me creí el cuento durante un rato hasta que me dieron un par de lecciones. Pero todas esas fueron cosas pequeñas, en el Club primaba más la buena onda y la camaradería que la competencia.

Los caminos que se juntan

El mundo escolar era un universo paralelo al jazz. Pero no así ajeno a la música. Dos generaciones más arriba de la suya, en el Colegio Compañía de María de Apoquindo, cursaba sus estudios un guitarrista y cantante con el que Dannemann comenzaría a compartir su gusto por la música pop. Se trataba de Jorge del Campo. Este tenía a un amigo baterista de otro colegio, de nombre Pedro Subercasaux, quien hoy es más conocido como PedroPiedra, y con el que formaron su primera banda llamada Wanted, dedicada a tocar covers de The Beatles y The Doors.

“Yo ya encontraba que Jorge era el mejor guitarrista que yo hubiera visto de cerca, pero él me decía ‘espera que conozcas a Fede’… Y, la verdad, fue bastante impactante. Fede tenía 12 años y ya tocaba la guitarra con una seguridad que daba miedo. Tenía un pedal de wah wah y lo hacía tronar, era muy seco y muy chico. Un niño”, recuerda PedroPiedra.

Tocaron en varios festivales de colegio durante su corta existencia, hasta que cada uno encontró un rumbo musical distinto. En el caso de Dannemann, ingresó a la banda La Rue Morgue y luego a la carrera de Teoría Musical en la Universidad de Chile. Pero la separación entre ambos no sería para siempre.

Cuando Dannemann abandonó la Rue Morgue después de vender casi 27 mil copias del primer disco y de haber teloneado a B. B. King, su lado pop quedó descansando durante un largo tiempo. A la vez que su popularidad como jazzista empezó a crecer. Actuaciones en el Club de Jazz junto a Cuturrufo, Daniel Lencina y Alfredo Espinoza, entre otros, lo posicionaron como uno de los mejores instrumentistas del país; destacó a nivel internacional con el Chilejazz Quinteto, con quienes hicieron una gira y un disco en Londres.

Más tarde, Dannemann ganó una beca para estudiar en la Real Academia de Música de la capital inglesa por un año; y colaboró con solistas como Paz Court y Francesca Ancarola. Su mayor aporte fue la creación del Ensamble Quintessence, una suerte de selección nacional de jazz en la que comparte la función de compositor y director junto a Roberto Dañobeitía.

“El jazz tiene la espontaneidad, la improvisación. El pop es otro arte”, dice Danemann

Dannemann estaba enfocado en eso y en terminar la gira en vivo del disco Quebradode Pedro Aznar –que había supuesto su vuelta al pop–, cuando su amigo de la adolescencia, Pedro Subercasaux, lanzó su primer disco solista como PedroPiedra. Entonces Dannemann le ofreció sus servicios, y la banda quedó conformada también por Jorge del Campo, el bajista de la época escolar. Así, nuevamente el mundo del jazz y del pop confluyeron en la carrera de Dannemann. Pero esta vez el tiempo sería más largo. Colaboraría en la grabación de dos discos y, aún sin ser miembro estable de la banda, lo acompañaría en gran parte de sus presentaciones, entre ellas Lollapalooza 2012 y la Tercera Cumbre del Rock Chileno.

—¿Qué rescatas de tu experiencia con PedroPiedra los últimos años?
—Hay algo que no es menor, que es la vuelta a tocar con mis amigos de la adolescencia. Los caminos que pueden volverse a juntar. Hay mucha química entre nosotros, aunque no nos gustan las mismas cosas.

—¿Qué te hizo querer participar en el proyecto?
—Es que a Pedro lo admiro muchísimo. Tiene un don para hacer letras en español, para que cada palabra tenga un swing especial. Además es muy virtuoso en el estudio, puede armar una verdadera fantasía con cada tema.

—¿Qué es lo que te llama del mundo del pop y del jazz?
—Yo soy feliz tocando las dos cosas porque se complementan. El jazz tiene la espontaneidad, la improvisación. El pop es otro arte. Está la idea del single, de la repetición. Hay que sonar parecido a lo que el público escuchó en la radio y demostrar que uno lo pasa bien arriba del escenario. Me gusta la perfección del montaje de un concierto de pop. Obviamente, dentro de una determinada clase de pop, porque Chayanne no me prende nada.

El jazz como forma de vida

A los 34 años, Federico Dannemann vive solo en su departamento con living y habitación. Dice que su metodología de trabajo es desordenada y suele no darse el tiempo para estudiar guitarra. En realidad, dice que nunca lo hizo. “Para mí tocar la guitarra tiene tanto que ver con la diversión, que me cuesta mucho estudiar”, dice. Hace clases particulares y en universidades. Cuando llega a su departamento después de enseñar o de algún ensayo con un proyecto, le gusta acostarse a ver Los Simpson o cocinar.

Dannemann solo organiza meticulosamente su rutina cuando tiene un proyecto importante, como su último disco, Zelig, en el cual puso toda su energía y en el que plasmó las identidades musicales de una carrera que comenzó a los nueve años y que, según él, tiene ya un estilo y un discurso filosófico propio. “Musicalmente creo que me identifican mis raíces. Tengo una reivindicación por Los Beatles, por el blues. Es como volver a la tienda maternal”, dice mientras bebe mate.

—¿Cuál sería el resumen de tu discurso filosófico sobre la música?
—Pienso que la música es el trabajo y el placer de uno, algo muy extraño para un trabajador de cualquier otra área. Nosotros somos laburantes de música y estamos conscientes de que no vamos a ser ricos, pero que vamos a ser felices. Es un estilo de vida de mucha gente que vi, como Spike. Es una forma de que sucedan cosas inesperadas como en el jazz. Al final todo se trata de que la rutina de la vida no se transforme en algo tan agobiante.

Sobre el autor: Hernán Melgarejo es alumno de cuarto año de Periodismo y esta entrevista la realizó especialmente para Km Cero.