Matías Castro / Foto Sebastián Kaulen

Que publicó Camanchaca, su primera novela, a los 22 años.
Que con 25 fue el menor de los escritores chilenos que viajó a Guadalajara.
Dice que la escribió a esa edad, pero que pudo haber sido después.
Dice que no quiere que le pregunten eso.
Todo eso dice.

Diego Zúñiga irrumpió en la literatura nacional con su novela Camanchaca, texto que escribió mientras estudiaba Periodismo en la Universidad Católica. Ahora, mientras se reedita su primera publicación, Diego escribe semanalmente en la sección de cultura de revista Qué Pasa y mantiene un blog (otrastardes.megustaescribir.com) donde relata sus obsesiones como lector y escritor.

—Cuando Mondadori reeditó Camanchaca, ¿por qué escogiste hacer cambios en el texto?
—La novela tenía varios errores y cuando se me dio la posibilidad dije: “bueno, hay una oportunidad de entregar una edición más cuidada y que va a estar en el extranjero, hay que darle tiempo”. El problema fue volver a meterse en una voz, la del personaje, que no es la mía.

—El libro está en librerías italianas y pronto en Argentina, España y México, ¿qué pasa con las nuevas lecturas que puedan aparecer?
—Es muy raro que te lean en otro idioma. En Italia le han dado un énfasis político al libro, cosa que acá nadie pescó. Rallan con la idea de que es una novela post dictadura, de la generación después de Pinochet. Son otras posibilidades de lectura, es raro, pero es bonito igual.

—Que seas abierto a eventuales otras lecturas sobre tu obra y que no la veas como algo cerrado, ¿es producto de que reseñas libros y haces ese ejercicio constantemente?
—Tiene que ver con eso. Cuando yo leo interpreto como quiero. En el colegio tenía un profesor obsesionado con José Donoso, lo que es un lujo pues otros leían a Rivera Letelier. Pero en las entrevistas Donoso explicaba el libro, lo que era horrible. Uno escribe y el texto ya no te pertenece. Obviamente pienso que tengo algo que decir con el libro, pero eso no cierra ninguna posibilidad de que la novela tenga otras lecturas. Por ejemplo, en el texto puse a Chacabuco, centro de detención durante la dictadura militar, como un guiño y los italianos rallaron con eso. Me pareció maravilloso, ahora no sé qué pasará en España.

—¿Qué pasa con las críticas y lecturas que generó en Chile?
—Fue raro porque publiqué en una editorial chica y en un tiempo cuando no habían escritores jóvenes. Entonces no sabías si iban a leer tu libro. Pero ninguna crítica me gustó mucho. Con la crítica chilena no engancho mucho, siento que les falta lectura, riesgo. Pero más alegría me da que mi familia y mis amigos estuvieran contentos. La crítica es para los demás y no para uno.

—¿Pero eso no es un contrasentido respecto de las reseñas que tú realizas, esas personas pueden tener la misma visión sobre lo que reseñas?
—No, porque si me hubiese reseñado Álvaro Bisama me interesaría leerlo. Entonces, yo espero que a la gente que me lee le interese lo que estoy diciendo del libro. Mi visión es de lector, mi pega no es ser crítico. Pero me parece que la crítica chilena está al debe, es muy predecible. Pero me generó más alegría que a ciertos lectores les gustó mucho.

—¿Cuándo podremos ver otro libro tuyo?
—No sé qué pueda pasar con el segundo libro. Me puedo demorar diez años en publicar de nuevo. En ese sentido me siento cercano a Diego Maquieira. El 83 publicó La Tirana, el 93 Los Sea Harrier y el 2012 viene a publicar El Annapurna. Igual uno escribe siempre. Publicar es otra cosa. Y el periodismo te permite eso, escribir harto.

—La relación entre periodismo y literatura normalmente la enseñan como entes separados. En tus artículos de Qué Pasa da la impresión de que esa barrera no existe.
—Las diferencias con la literatura son que el periodismo te exige tiempo y que no puedes inventar. Yo trato que literatura y periodismo no se disocien, porque, si no, soy infeliz. Entiendo que hay temas que son difíciles de abordar desde la literatura, como economía y negocios, pero me molesta cuando se hace periodismo con temas que sí se les puede pedir más entrega literaria y no lo hacen. Hay que recordar que uno trabaja con las palabras.

—Fuiste el escritor chileno más joven en la Feria del Libro de Guadalajara, donde Chile fue el país invitado, ¿tiene un significado especial para ti eso?
—La lista (de invitados) es tan cuestionable que lo que me alegra son las cosas terrenales. Salir de Chile un rato, conocer Guadalajara y comprar libros. Si no hubiese sido invitado, no habría firmado ninguna carta de berrinche. Además, me pone contento que el libro esté allá y encontrarme con mi editor español.

—¿Sientes que cargas con la bandera de los escritores jóvenes?
—Fui yo, podría haber ido otro. Igual es raro. La juventud es algo muy extraño. Aurora Venturini es la escritora más joven de Argentina y tiene 90 años. Quizás tuve suerte de achuntarle a la primera novela a los 21, a lo mejor le iba a achuntar a otra edad. Pero para la gente eso es muy importante. Ojalá no me pregunten eso. La edad es una huevada.

Sobre el autor: Matías Castro es alumno de cuarto año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por el profesor Sebastián Rivas.