Por Matías Rivas Aylwin/Fotos: Juan Cristóbal Hoppe

Rafael Rubio es un poeta chileno de treinta y nueve años, galardonado con el premio Pablo Neruda en el año 2008 y autor de cuatro libros de poesía, aunque para él sólo cuentan dos: Luz Rabiosa y Mala siembra. Estudió Literatura en la Universidad Católica, donde hoy imparte clases de poesía y es heredero de una tradición poética que se remonta a su abuelo Alberto Rubio y que continúa con Armando, quien falleció a los veinticinco años tras caer del sexto piso de un departamento.

La muerte de su padre, sin embargo, no detuvo el diálogo entre ambos poetas. Fue hace cuatro años, tras el fallecimiento de su abuela, cuando Rafael encontró en una bodega varios cuadernos con una serie de poemas inéditos escritos por su padre. La tarea de leer, seleccionar y editar dichos poemas significó un duelo y un rito fúnebre, según sus propias palabras. “Fue una labor religiosa, filial, amorosa. Y agotadora, porque entrar en el padre no cuesta mucho, pero salir de él es sumamente difícil. Del padre siempre se regresa herido”, escribe Rubio.

Rafael compiló las obras publicadas de su padre junto a poemas inéditos que encontró en una bodega en la casa de su abuela.

Formación poética

—   La familia Rubio tiene una tradición poética. ¿Cómo se manifestó la poesía en tus primeros años de vida?

—   Cuando yo tenía cinco años y mi padre falleció, mi mamá me explicó su muerte a través de una imagen poética. En lugar de decirme “tu papá murió”, cosa que yo difícilmente habría entendido, ella me regaló un globito inflado por gas con forma de corazón. Me explicó que adentro de este globo estaba mi papá, me dijo: “toma el globito”, yo lo tomé.  Luego me dijo: “suéltalo” y el globo salió disparado, perdiéndose en el cielo. “Ahí se fue tu papá”, me dijo al final.

—   Con tu padre ausente, me imagino que la figura de tu abuelo fue crucial en tu formación poética.

—   Recuerdo que una vez le mostré un poema que escribí cuando chico, un poema pseudo-social en el que yo describía las cicatrices de los pescadores y las huellas del trabajo y la explotación. Mi abuelo leyó el poema, se río y me preguntó si alguna vez había visto bien las manos de un pescador. Yo le dije que no. Entonces me dijo: “No escribas nunca de lo que no has visto con los ojos”.

—   O sea que la experiencia preceda al poema. Sin embargo poetas como Ezra Pound dicen que la escritura tiene que ser siempre un descubrimiento, una experiencia. ¿Qué piensas de invertir el orden sugerido por tu abuelo?

—   Yo trabajo con ambos órdenes, pero creo que es mucho más rico y productivo cuando la experiencia viene después del poema, cuando la experiencia nace gracias al poema. Ahí se produce el conocimiento poético, el alumbramiento. Digamos que la experiencia pasada no es más que un estímulo que genera el poema y el poema a su vez genera una experiencia vital que antes no existía.

“Mi abuelo me dijo: ‘ “No escribas nunca de lo que no has visto con los ojos'”, recuerda Rafael.

—   ¿Qué es lo que más rescatas de tus años en la universidad para convertirte en poeta?

—   Yo tuve dos etapas. La primera, cuando entré a los diecisiete años y sólo estudié un año, porque congelé y decidí irme al sur. Ese período fue importantísimo porque escribí mucho y me enamoré radicalmente de la poesía, aunque fue muy excesivo, mucho alcohol, muy jodido. Venía saliendo de una crisis existencial. El segundo período, ya recuperado y de vuelta en la universidad, fue cuando conocí a muchos compañeros que influyeron en mi formación poética, gente muy valiosa con la que compartía lecturas y conversaba de literatura. Eso es lo que recuerdo, porque de las clases y de los profesores no recuerdo nada.

—   ¿Y a qué autores leían con veneración?

—   A Vallejo, a Enrique Lihn y a un poeta desconocido, David Rosenmann-Taub. Creo que Enrique Lihn fue el que más me marcó, no tanto por su escritura, si no más bien por su concepción acerca de la poesía.

—   Claro, porque Enrique Lihn decía que nada tiene que ver el dolor con el dolor, que no hay nombres en la zona muda. Yo lo relaciono mucho con lo que has dicho en otras entrevistas acerca de liberar a la palabra del imperativo de la comunicación. ¿Qué significa esto último?

—   Cuando yo dije esa frase entendía por comunicación lo que es el lenguaje referencial, funcional, informal, el lenguaje que sólo pretende dar cuenta de… La palabra ha sido mayoritariamente relegada a esa dimensión muy limitada. La poesía hace todo lo contrario. Cito las palabras de Pound: “la poesía es palabra cargada al máximo de sentido”, aunque yo agregaría: “cargada al máximo de sentidos”. La palabra es creación, celebración, música. La palabra poética trasciende lo meramente utilitario.

“El poema genera una experiencia vital que antes no existía”, dice Rubio.

Visión de la poesía

—   ¿Ser poeta fue una decisión o un destino?

—   Estoy seguro de que nunca fue una decisión. Nunca me propuse ser poeta, jamás lo vi como una opción. Siempre viví la poesía de manera muy natural, era parte de mi vida, pero por sobre todo, era mi forma de vida. Uno nunca se plantea la opción de vivir o no vivir, a menos que estés en una situación extrema como el suicidio, pero habitualmente uno la vida la toma como una realidad dada, como un dogma. Hay que vivir, hay que hacer poesía, punto.

—   ¿Qué piensas de la poesía chilena actual?

—   Se caracteriza por ser una poesía sumamente inteligente, calculada, una poesía técnica y formalmente de buena factura, escrita por tipos inteligentes, que manejan el lenguaje con eficacia, que saben de literatura, pero que carecen de conexión con la vida.

“Nunca me propuse ser poeta, jamás lo vi como una opción. Siempre viví la poesía de manera muy natural, era parte de mi vida, pero por sobre todo, era mi forma de vida”, explica Rafael.

—   ¿Podrías profundizar sobre esa última frase?

—   Es que me irrita que se conciba a la poesía como un género literario; la poesía es un género de vida. Confinar a la poesía a un dogma, a una especificidad, transformarla en reglas, en cánones y códigos, eso supone destruirla. La poesía es un proceso y como proceso no tiene límites, está en permanente germinación, al igual que la vida.

—   Cuéntame más de este proceso, de la poesía como género de vida.

—   Yo sé que esto es muy romántico, pero a mí me pasa que creo que es posible hacer poesía sin escribirla. Antes no pensaba lo mismo, antes pensaba que la poesía era sólo el poema, no podía creer que fuera posible vivir una vida poética, porque me parecía completamente romántico y estúpido. Ahora, en cambio, creo que me he acercado mucho más a la idea de que sí es posible vivir poéticamente, incluso prescindir de la escritura.

—   ¿Cómo se aplica ese “vivir poéticamente” a tu vida?

—   Llevando el amor y el dolor hasta el extremo más extremo, incluso hasta la destrucción, viviendo con profunda intensidad, hasta las últimas consecuencias. Eso es vivir poéticamente.

Rubio es profesor de literatura en la Universidad Católica e incentiva a sus alumnos a vivir la poesía.

—   Como poeta te mueves en la ciudad como todos nosotros, tomas el metro, caminas por la calle, vas a la universidad. ¿Cómo miras las cosas desde la poesía?

—   Me pasa cotidianamente, de repente puedo pasarme todo el trayecto desde mi casa a la universidad rumiando mentalmente un ritmo poético y eso hace que me abstraiga un poco de lo que ocurre en el metro, porque voy siempre rumiando versos que se me van ocurriendo en el momento, que son tan malos que no los escribo, pero eso no importa.

—   ¿El lenguaje es una suerte de refugio?

—   Yo creo que la exposición sistemática a un tipo de discurso termina contagiándote en todos tus gestos, actos y visión de la vida. Es muy poco factible que alguien que constantemente esté acostumbrado a un tipo de lenguaje no termine permeabilizado por dicho lenguaje, incorporándose a tu organismo e influyendo en tu diario vivir, incluso en tu habla cotidiana. Por ejemplo, a mí me ocurrió que cuando conocí a Jorge Teillier, después de verlo y oírlo, me percaté de que en él se había producido la identificación total entre su lenguaje larico y su persona física, el lenguaje crea cuerpo, yo creo que eso le pasó a Teillier: él era expresión cabal de su poesía.

—   ¿Te inspiró la figura de Teillier?

—   Sí, para mí él fue un descubrimiento, el primer poeta que de verdad me inspiró. Yo lo único que quería era ser como él, que mi lenguaje y yo se fundieran en un sólo organismo, de modo que no necesitara escribir, porque bueno… ¡se puede hablar!

Rubio cuenta que suele crear versos en el metro, que luego descarta, pero que lo ayudan a abstraerse.

La función del lenguaje poético

—   El concepto de la muerte está muy presente en tu obra. ¿Cuál es la relación que estableces entre el lenguaje y la muerte?

—   Yo creo que el lenguaje es una creación humana cuyo sentido último es la superación de la muerte, trascender la muerte. El lenguaje poético, que es el lenguaje cargado de sentidos, no sólo tiene la función de superar la muerte, si no de refutarla.

—   En la actualidad, donde todo se mueve con rapidez, qué tarea tiene que cumplir la poesía.

—   Esa pregunta es tan interesante, porque tiene tantas respuestas. Te voy a dar varias. Yo creo firmemente en la función política que cumple la poesía, que consiste en delatar la ideología o las ideologías encriptadas en el lenguaje o sea entendiendo por ideología lo que entendía Marx: un conjunto de creencias erróneas, destinadas a la hegemonía de una clase social sobre otra.

“Yo creo que el lenguaje es una creación humana cuyo sentido último es la superación de la muerte, trascender la muerte”, argumenta el poeta.

—   Creencias erróneas que se emplean a través del lenguaje

—   Exacto. Recordemos que la poesía es “palabra cargada al máximo de sentidos”, es una lupa que tú pones sobre el lenguaje y que te permite observar todas aquellas adherencias ideológicas (entendidas como creencias erróneas), que usualmente no se ven y que nosotros reproducimos por el sólo hecho de hablar ese lenguaje, sin tener consciencia de que estamos reproduciendo una mentira, una mentira que nos domina. La poesía permite alertarnos de dicho engaño.

—   ¿Y cuál es la otra respuesta?

—   Bueno, la anterior es la respuesta intelectual, pero hay otra respuesta que tiene que ver con mi proyección de que, en el fondo, lo que la poesía logra en las personas comunes y corrientes es ayudarnos a soportar el peso de la vida, lo cual no es menor, de hecho es importantísimo, especialmente en la sociedad que estamos viviendo actualmente.

Rubio defiende la idea de que la poesía debe ser popular y accesible, debido a su origen oral.

—   ¿Hay escasez de lectores de poesía en Chile?

—   Sí, pero eso es culpa de los académicos y de algunos poetas. La poesía se enseña mal, no sólo eso, la poesía fue arrancada literalmente del mundo popular. En algún momento, no sé cuándo, pero la poesía era patrimonio del pueblo y fue academizada y se hizo un lenguaje elitista, críptico, cerrado. La poesía originalmente fue expresión de un pueblo, era de tradición oral.

—   ¿Cómo se traduce en la práctica ese “mal enseñar de la poesía” y qué método utilizas tú para contrarrestar esas malas prácticas?

—   Primero, es un error considerar la poesía un género literario. Segundo, si vas a enseñar la poesía española del siglo XVI, tienes que hacerlo como poesía contemporánea, que nos habla sobre lo que ocurre ahora. Siempre que me acerco a un poema, primero trato de hacerlo con pasión, sin pasión, sin corazón, no hay nada. Trato de no seguir a ningún modelo teórico, nunca me refiero a algún crítico o teórico que habló sobre el poema. Mira, no tengo un método, simplemente trato de comunicarles a los alumnos lo que a mí me produjo el poema, el alumbramiento que me produjo.

Rafael recomienda leer la obra de su padre Armando, en orden cronológico.

Encuentro con el padre

La poesía completa de Armando Rubio fue publicada por la editorial de la Universidad de Valparaíso con un Fondo Nacional para el Fomento del Libro y la Lectura del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Está a $5.000 en librerías.

—   Sobre el lanzamiento del libro de tu padre, dijiste que su obra al igual que la de Walt Whitman, no era simplemente una obra, sino un cuerpo, un hombre. ¿Tienes alguna conexión especial con ese poeta?

—   Honestamente no he leído mucho a Whitman, aunque sí leí las Hojas de hierba en algún momento de mi vida, pero no lo releí. Pero imagínate, lo leí sólo una vez y de alguna forma eso se metió en mi memoria. Dicen que los poetas se comunican por espora.

—   En el lanzamiento también dijiste que tú y tu padre eran yuntas, que finalmente la poesía refutaba la muerte. ¿Cómo experimentas una relación con alguien que no está presente en carne y hueso?

—   Cuando yo dije que la poesía refutaba la muerte no fue una frase para el bronce, fue porque realmente lo creo, porque así lo he experimentado, pero fíjate que considero que el poema es un lenguaje tan denso y, al mismo tiempo, en permanente movimiento circular. Da vueltas sobre sí mismo, gracias al ritmo, es inagotable, siento que la voz queda atrapada para siempre en el poema, la voz interior del autor no se va nunca de ahí, si no que queda en permanente tránsito, siempre hablando, de modo que no existe el fin. El lenguaje en sí minimiza la desaparición del sujeto, queda resonando en la memoria de quienes lo escuchan.

—   ¿Qué claves puedes entregarnos para recorrer la obra completa de tu padre?

—   Qué difícil, a ver, en realidad yo recomendaría que primero lean El Ciudadano completo, porque esa es la presentación formal de la poesía de mi papá, tiene una estructura muy definida, un hilo temático que lo muestra como un cronista de la ciudad, que constantemente describe los lugares que recorre. Después de eso, con los poemas inéditos, todo eso se amplia. Hay que seguir un orden cronológico.

Sobre el autor: Matías Rivas Aylwin es alumno de quinto año de periodismo y es creador y editor de la sección de entrevistas a escritores Ágora literario como parte de su trabajo en el Taller de Edición en Prensa Escrita, impartido por el Profesor Enrique Núñez Mussa.