Por Valentina Araya D. / Foto de Cecilia Melo

A Patricio Felmer le brillan los ojos cuando habla. Sentado en el living de su departamento en Providencia, está despeinado, las cejas largas y desordenadas se asoman por encima del marco de sus anteojos, los ojos azules muy abiertos, pantuflas de cuero café, música clásica sonando de fondo:

—La idea del científico chascón encerrado sacando la fórmula que cambia el mundo no tiene asidero, menos en el mundo de hoy –dice el matemático.

Cuando él estaba en segundo medio, recuerda, a comienzos de los años 70, un profesor lo invitó a participar de un taller sobre logaritmos. Quedó “fascinado”: era distinto a todo lo que había visto. Así empezó la historia que lo llevó a recibir el Premio Nacional de Ciencias Exactas en 2011: el máximo reconocimiento que se entrega en Chile a los mejores en sus disciplinas.

Hoy Felmer es académico del Centro de Modelamiento Matemático de la Universidad de Chile, y ha dedicado toda su investigación a las ecuaciones diferenciales parciales no lineales. En palabras simples, estas se utilizan para entender las reglas de distintos fenómenos de la naturaleza, que primero son comprendidos por biólogos, por ejemplo, y luego por matemáticos que intentan descubrir las relaciones matemáticas que los determinan. En ese campo Felmer ha destacado introduciendo métodos originales para resolver sistemas de ecuaciones.

Pero él, dice sentado en su living, no quería quedarse en la teoría y siempre le llamó la atención la docencia. Por eso fue que empezó a hacer clases apenas pudo y se dedicó a enseñar e investigar durante 15 años, desde entonces, dice, “hace menos matemática que antes”.

Felmer explica que cuando alguien está resolviendo un problema matemático no está todo el tiempo contento o feliz, sino que se siente una inquietud respecto del resultado. Asegura que esas sensaciones son cruciales en el aprendizaje de la matemática y que los profesores en Chile no han tenido oportunidades significativas de experimentarlas y así no pueden transmitírselas a los niños.

En un magíster de gestión pública de la Universidad de Chile que se realizó en 1993, Felmer tuvo la oportunidad de enseñar matemática a un público adulto no-matemático y fue entonces cuando se apasionó con la tarea de mostrarle a personas que entendían poco o nada de su ciencia cuál era su sentido. “En la educación encontré un espacio tremendamente distinto a todo lo que había hecho antes, con desafíos enormes, que ahora considero más difíciles que los de la matemática misma”, dice.

Cuando habla de matemática Felmer no deja de sonreír y el tiempo pasa rápido cuando cuenta anécdotas y explica su trabajo de manera apasionada. De fondo, la música clásica –que siempre escucha cuando trabaja– le da una atmósfera tranquila al ambiente.

Felmer explica que cuando alguien está resolviendo un problema matemático no está todo el tiempo contento o feliz, sino que se siente una inquietud respecto del resultado. Asegura que esas sensaciones son cruciales en el aprendizaje de la matemática y que los profesores en Chile no han tenido oportunidades significativas de experimentarlas y así no pueden transmitírselas a los niños. Por eso él dio un vuelco a su carrera, cuenta Felmer, y hace diez años empezó a trabajar para que se establezcan estándares básicos con los que todos los profesores deberían cumplir para mejorar la calidad de la docencia en el país.

El científico está convencido de que el núcleo del problema de las deficiencias en la educación escolar matemática en el país radica en que no existen desafíos y parámetros claros con los que los profesores puedan –y deban– ser evaluados. Por eso hoy está trabajando en un proyecto sobre la fijación de pautas de desempeño a docentes escolares que va a presentar al Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico.

De manera paradójica y a pesar de estar dedicado a mejorar la educación escolar chilena, Felmer nunca ha hecho clases en un colegio, tarea que le parece compleja. Hoy estaría dispuesto por primera vez, dice, a aceptar un desafío en enseñanza básica o media. Felmer piensa que hay un “saber-hacer que no tiene”, pero le gustaría experimentar porque le serviría mucho para su trabajo de fijar estándares para docentes.

Cuando la entrevista está terminando el científico parece tener muchos pensamientos rondando en su cabeza. Dice que la conexión entre su ciencia y las emociones es muy íntima, que cuando está trabajando en un problema matemático no está siempre entretenido y que después de trabajar un par de días, una semana o meses en un problema, siente inquietud.

Manuel del Pino es académico de la Escuela de Ingeniería Matemática de la Universidad de Chile, Premio Nacional de Ciencias Exactas 2013 y amigo de Felmer. Comparten la pasión por la matemática específica –o “saber específico”, diferente del “saber pedagógico”, en cuanto el primero es la teoría misma y el segundo la enseñanza de ella–, explica Del Pino, quien antes fue su ayudante. “A Pato le ha importado de sobremanera la educación en matemática: fijar estándares para los profesores, preparar textos, y a eso se ha dedicado los últimos diez años”, dice. Vía Skype desde Italia, Del Pino comenta que “es genial” para la sociedad que Felmer se dedique a la educación, pero que la matemática está perdiendo un gran investigador.

Patricio Felmer nunca tuvo una vocación distinta a la matemática. Le apasiona que su trascendencia se traduzca en que sus verdades pueden volverse irrelevantes en el tiempo, pero no se extingan. Cada vez que habla de cómo ha influido la matemática en su vida la emoción es evidente y la transmite a sus alumnos. “Es el profesor que todo el mundo quiere tener cuando entra al plan común. Es un mito”, dice Rodrigo Pérez, estudiante de ingeniería en la Universidad de Chile.

La vida y la docencia no cambiaron para Felmer después del Premio Nacional que obtuvo hace tres años. Sabe que es un reconocimiento importante, pero el trabajo y las clases siguen igual. Sus colegas valoran su trayectoria y sencillez. Gladys Cavallone, la secretaria de la dirección de Ingeniería Matemática en la Universidad de Chile y Juan Diego Dávila, un docente del departamento, aseguran que desde que se ganó el Premio Nacional ha tenido que trabajar más duro para demostrar que lo merecía.

Es sábado en la mañana, pero Felmer es trabajólico y tiene mucho trabajo pendiente. Listo para despedirse y volver a sus labores se detiene un minuto para lanzar una última reflexión: la gente cree que un sistema educativo de calidad va a venir de la mano del desarrollo y, en la realidad, es todo lo contrario. El matemático asegura que para que Chile sea un país desarrollado debe contar con un sistema educacional de buena calidad y ser accesible para todos los niños del país.

Cuando la entrevista está terminando el científico parece tener muchos pensamientos rondando en su cabeza. Dice que la conexión entre su ciencia y las emociones es muy íntima, que cuando está trabajando en un problema matemático no está siempre entretenido y que después de trabajar un par de días, una semana o meses en un problema, siente inquietud. “Una vez que uno logra poner todo en orden, comprender, te da satisfacción, te sientes poderoso, piensas que quieres seguir para siempre en esto”, dice.

Sobre la autora: Valentina Araya D. es alumna de cuarto año de periodismo y este reportaje corresponde a su trabajo en el curso Taller de Prensa dictado por el profesor Andrés Almeida. El retrato es de Cecilia Melo, y corresponde a su trabajo en el curso Taller de Fotografía Periodística, dictado por la profesora Consuelo Saavedra.