Joaquín Olea L. / Foto Martín Corvera

Sector Las Compañías, norte de La Serena. Ángelo Escobar (27), rodeado de sus perros y sentado en una banca de madera en el patio de su casa en una noche fría. No duerme hace tres días y hoy tiene para largo. El primer sentimiento que se le viene al recordar el camino transitado se traduce en una sentencia que dice con orgullo: “Estoy donde quiero estar”. La violencia del barrio y los conflictos familiares –a los que prefiere no referirse– lo hicieron desde pequeño, explica, una persona violenta, agresiva e irritable, que no tuvo tiempo de andarse ilusionando con la vida. Criado con su madre, su hermana y su tía, Ángelo cree que una vida dura le ha ayudado a estar tocando hoy en varias ciudades de Chile, compartiendo escenario con artistas como Manuel García, Camila Moreno, Chinoy y Nano Stern. Con dos maquetas musicales ya realizadas –Un montón de espejismos de 2008 y “Radio Galáctica” en 2009–, hoy prepara un disco triple de forma independiente.

Ángelo aprendió a tocar guitarra a los 16 años cuando cursaba educación media en el Liceo Gregorio Cordovez de La Serena. Entonces decidió dejar de escuchar rap y recibió en su cerebro los dardos de lo que se oía en su casa: Las letras pesadas de la trova latinoamericana, una corriente que tenía entre sus abanderados a un tal Silvio y a una tal Violeta.

Ángelo fue registrando sus composiciones en pequeños papeles sueltos que hoy forman un libro inmenso que guarda bajo la mesa del living. Su cosmovisión encontró forma con las canciones que construyó y que hoy suman más de 500. Más tarde se matriculó en Pedagogía General Básica en la Universidad del Mar. “Decir que estudié es mentir. Solo iba a calentar el asiento”, recuerda. Entre todos sus tíos juntaban la plata para pagar la carrera, pero al cabo de un año la dejó.

Sabe que eso significó muchos dolores de cabeza para su familia, pero no le importó. “No sé si habré sido egoísta, pero no quería darles en el gusto obligado”, dice. No cree que su gente lo haya entendido y ahora piensa que ellos se dieron cuenta rápido de que no iban a poder con él. Ángelo, explica, se auto-educa con internet, leyendo libros y conversando con la gente.

La única obligación que tiene es con sus hijos. “Es algo ético. Si comen vienesas les voy a decir que les puede dar cáncer. Si no quiero que fumen pitos, no voy a fumar delante de ellos”, dice. A sus mellizos de 6 años, asegura, les dejará decidir sus vidas como ellos quieran.

Se hace tarde en este hogar

Ángelo sufrió un cambio radical en 2009. Se encontraba en un momento de agitación: problemas familiares, inestabilidad emocional, un barrio agresivo. “Era muy violento. Había muchas peleas. Estaba chato en esa casa, como león enjaulado”, confiesa. Sin preguntarle a nadie decidió irse “a cualquier parte” y por azar, dice, desembarcó en Valparaíso.

Llegó al terminal de buses, se bajó con sus bultos y lo primero que hizo fue llamar a su mamá para no preocuparla. Decidió ir a la plaza Aníbal Pinto porque sabía que ahí tocaba el músico Chinoy y su hermano Kaskivano. Los conoció, luego ellos lo invitaron a comer y a dormir. Hicieron amistad rápidamente y tocaron juntos en las plazas de la ciudad. Cuando no podían alojarlo, dormía en urgencias de hospitales, en un servicentro, en la casa de alguna chiquilla o donde saliera.

Una titiritera llamada Candice Aguad lo recibió algunas veces y se transformó en una compañera que nunca lo olvidaría. “Su arte me cobijó el alma, dancé con sus rasgueos, volé con su canto y me envolvió en suspiros. Terminó siendo un hermano que me llenó de ese amor que supera al cuerpo”, recuerda Candice el paso de Ángelo por el puerto.

Gracias a Chinoy y Kaskivano, el músico conoció a personas que le permitieron tocar en bares porteños. En unas semanas juntaba lo suficiente para arrendar una pieza. Volvía de vez en cuando a su casa en La Serena para llevarle plata a sus hijos. Y cada vez con su golpe de gracia: el demostrarle a los suyos que podía vivir bajo su propia ley.

Marcelo Castillo, más conocido como Kaskivano, considera que la experiencia que tuvo con Ángelo fue hermosa. “Él es enormemente talentoso. Compartimos grandes momentos de inteligencia e inspiración voladora en esa ciudad de infierno y paraíso”, poetiza Marcelo. En ese año y medio, cuando muchas veces solo se tenían el uno al otro –Chinoy ya era famoso y viajaba mucho–, los escenarios más importantes que compartieron, a su juicio, fueron las calles y escaleras en lo que Kaskivano define como “una vida extasiada de experiencias”.

Pasó el tiempo y Ángelo volvió a sus tierras definitivamente con la seguridad de que había encontrado su camino. “Solo me fui para demostrar que podía arreglármelas por las mías”, explica. Desde entonces no fue el mismo: maduró en su cabeza y comenzó a cuestionarse más profundamente asuntos como la felicidad y el sentido de su vida.

Abiertos los sentidos, quieren que yo sea feliz

Para alcanzar la felicidad el joven trovador sabe que debe dominarse plenamente a sí mismo y vivir conforme a las convicciones y principios que lo representan. Para él no es un premio que se consiga por azar, sino que es un camino, una “carretilla” que camina con él. Estos principios se relacionan con una lucha contra el capitalismo que lo tiene armado con una guitarra intentando corroerlo día a día. “Mientras más grande sea el agujero que deteriore esta estructura, más feliz seré yo”, dice. La manera en que lo logra es a través de la reflexión personal y del contacto con la gente para generar un cambio interior: ya sea en él, ya sea en otro.

Si bien Ángelo cree que de este modo puede no afectar materialmente al sistema, lo desdibuja simbólicamente. “Hay un cambio esencial en el hombre, que es algo diametralmente opuesto a lo que un deshumanizado sistema capitalista gobernado por parásitos de un circo puede querer”, explica.

Voy a descontarme lo que soy, pues no he sido

Ángelo, sin embargo, para dominarse completamente a sí mismo debe “subirse al árbol de las cosas simples”: pero le cuesta, dice. No ha conocido personas ejemplares en su vida, asegura, por eso su único modelo a seguir es él mismo.

Ese espíritu altruista se traduce en acciones tan comunes como ayudar a la gente, no pelear, no pegarle a un amigo, no mentir o tener la casa limpia, no comer carne y ser “lo más humano posible”. Sabe que son reglas difíciles porque tienen que ver con las pasiones y los instintos más suyos.

El músico diariamente comete errores, pero dista mucho de la persona que solía ser. “Si peleo con mi vieja, en vez de desobedecerle con el grito en el cielo, como cuando era adolecente, respiro, la pienso y busco el momento oportuno para explicarle que no me gusta eso. Porque yo soy de otra manera”, cuenta.

Ángelo buscó el camino de la religión, pero no le dio respuesta. No cree en un dios con forma y nombre, cree en lo que respira y que está presente en todas las cosas. “¡Mira ahora, ahí está! Estamos hablando de él e hizo cantar las hojas”, dice al levantar su cabeza hacia los árboles del patio.

De pronto sé cantar algo simple de este mundo

Ángelo encuentra el sentido de su vida cuando está en su casa a las tres de la mañana completamente solo, en silencio y componiendo algo nuevo que no ha escrito nunca nadie. O algo de lo que quizá otro ya escribió, pero de otra forma. Eso que escribe, cree, pierde su esencia cuando lo entrega, pero siente la necesidad de hacerlo porque es consciente de que puede ayudar a las personas.

La carrera discográfica de Ángelo comenzó en 2008.

No pretende lucrar con sus canciones. Toca en las plazas por algunas monedas, come lo que le da la gente, se queda donde lo inviten, a veces en casas okupa. No participa de la industria pudiendo hacerlo. “No tengo interés en ser el músico que se supone que uno tiene que llegar a ser. No voy ser el músico que esperan que yo sea”, sentencia, como si se tratara de un libro del que ya leyó el final. Sabe que para estar junto a Manuel García, Los Bunkers o hacia donde va Camila Moreno, por ejemplo, el camino se vuelve dependiente del sistema. De eso depende el éxito: “Eso nos ha enseñado la cultura del espectáculo que ve al arte como una mercancía más”.

Ángelo se enorgullece de estar haciendo canciones en su ley. En YouTube suma más de 600 mil visitas y en su página de Facebook ya tiene cerca de 10 mil seguidores. Según Ignacio Lira, experto en música y productor de Radio Universo, que Ángelo sume audiencia en las redes sociales es algo para tener en cuenta. “Que haya sido telonero de Manuel García es un comienzo en el proceso por el que puede hacerse conocido. Pero la capacidad de llenar un recinto es la medición que cuenta”, explica Lira.

Requiere apretones para respirar

Al músico le gusta alternar etapas de tranquilidad y descontrol en su vida. Busca llenarse de emociones fuertes peleando con sus amigos o discutiendo de asuntos existenciales y también intenta acceder a estados de conciencia y creatividad haciendo ayuno, soportando sin dormir varios días, viajando a Perú en busca de “sonidos ancestrales” o volviéndose vegetariano.

Le gustan los riesgos: “Me puedo ir ahora a Temuco sin ningún peso y sé que me va a estar esperando gente. Tengo esa seguridad”. No sabe por qué hace esas cosas, es uno de tantos trazos que dibuja su cerebro y que conforman su filosofía.

El productor Pablo López creyó en el cantautor y hoy produce su disco triple de 36 canciones. “No es una apuesta, es una certeza. Ángelo es uno de los mejores cantautores actuales”, asegura. López cree que el serenense necesitaba de alguien que le dé una mano en la gestión: “Debe proyectarse más oficialmente. Los medios no le abrirán sus puertas de otro modo a pesar de que su obra crezca a diario en el underground”.

Ángelo Escobar no se desespera por dar el gran salto. “No tengo que perder tiempo preocupado de eso”, dice. Sabe que esto le abre una puerta a nuevas oportunidades, pero no se fía: “A veces te dan cosas que te pueden cambiar”.

Sobre el autor: Joaquín Olea es alumno de cuarto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por el profesor Sebastián Rivas.