Vicente Quijada Bianchi

Cuando sólo faltaban dos mil metros para llegar a la meta, entre gemidos, Cristopher Guajardo le gritaba a Cristián Valenzuela, el atleta ciego a quien guiaba: “¡dale güachín, no pares, hueón, acá los matamos!”. El equipo canadiense iba quedando atrás y los chilenos, unidos por una cinta atada a sus muñecas, estaban cada vez más cerca del oro en la prueba de 5.000 metros planos de los Juegos Paralímpicos 2012. Cristopher, el guía, levantaba el brazo aleonando a la delegación chilena de veinte personas que se perdían entre las 85 mil que vitoreaban en las tribunas del estadio olímpico de Londres. Con cada segundo que pasaba, la meta estaba más y más cerca.

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Cristián Valenzuela hoy vive con su madre y sus dos hermanos en Conchalí. Él perdió la visión a los doce años debido a un glaucoma y empezó a correr para escapar de la ceguera. Cristopher Guajardo, en tanto, vive con su madre y cuatro hermanos –uno de ellos diagnosticado recientemente de cáncer terminal– en San Bernardo. Él empezó a correr a los doce años para escapar de las drogas y la pobreza que rodeaban su barrio.

Antes de conocerse, ambos eran entrenados por la misma persona: Ricardo Opazo, quien al ver que se avecinaba el mundial de Nueva Zelanda en 2011, le pidió a Cristopher remplazar a Raúl Moya, el guía de Cristián que se había lesionado a un mes de la competencia.

“La conexión se dio más rápida de lo normal, había feeling en la pista”, recuerda Cristopher, quien nunca había guiado a un atleta ciego, pero que, dice, asumió la tarea como un desafío.

En el mundial de Christchurch, Nueva Zelanda, la pareja conquistó la medalla de oro en la maratón. El futuro, entonces, lucía prometedor.

Después del triunfo, y para hacer más fácil las sesiones de entrenamiento, Cristopher se fue a vivir a Conchalí con Cristián y su madre. Fue ahí donde empezaron los problemas.

Edith, la madre de Cristián, dice: “Cristopher es altanero y mentiroso. Decía que sin él, Cristián no sería nada”. Los roces entre la madre de Cristián y Cristopher se hicieron insostenibles, por lo que Cristián le pidió a su guía que se fuera de su casa. Cristopher, en cambio, asegura que se fue por decisión propia.

La repartición del premio del Mundial de Nueva Zelanda también generó problemas. Dos tercios fueron para Cristián y menos de la mitad del tercio restante, una cifra cercana al millón y medio de pesos, para Cristopher. “Es por medio de esto que me sustento, por medio de las competencias. Cristián debería ser más consciente ya que tiene todo el apoyo, y yo un hermano con cáncer”, cuenta el guía-atleta.

Con el dinero del premio de Nueva Zelanda, Cristián Valenzuela le compró una casa a su madre. A Cristopher, en cambio, dice, la plata “no le alcanzó para nada”.

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A mediados del año 2011 Cristián se lesionó cuando viajaba en un bus del Transantiago y estuvo ocho meses sin poder entrenar para Londres. La relación entre él y su guía había cambiado después de su regreso de Nueva Zelanda, y se convirtió sólo en una relación profesional, entre el atleta y el guía. Cristián logró recuperarse a tiempo y, un mes antes de Londres, ambos viajaron a Logroño, España, a prepararse para los Juegos Paralímpicos, acompañados por el antiguo guía del atleta, Raúl Moya.

Allá, Cristián y Cristopher prácticamente no hablaron y gran parte de la preparación física de Valenzuela estuvo a cargo de Raúl Moya, hasta que éste se lesionó. “Lamentablemente yo arrastraba una lesión desde Chile. Eso molestó mucho a Cristopher, quien me lo encaró varias veces”, recuerda Moya. Pero Cristopher tiene una visión distinta: “Yo siento que Raúl fue sólo a pasear a Londres. Tiene mentalidad de cabro chico y eso no va conmigo”.

Luego de rasguñar la medalla en los 1.500 metros Paralímpicos, todo era expectación para el atleta y su guía. No obstante, la relación entre ambos era cada día peor. La madre de Cristián recuerda: “Cristopher salía a conocer y dejaba a mi hijo en el hotel, pobrecito. Eso lo hace una mala persona”.

Hasta que llegó el día que los catapultó a la gloria. Al cruzar la meta, ambos se echaron al piso, exhaustos. “No lo creo, hueón, lo logramos”, le gritaba el guía a Cristián mientras abrazados y llorando empezaban a asumir el logro: medalla de oro en los 5.000 metros planos.

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Desde el regreso a Chile Valenzuela y Guajardo no han vuelto a entrenar juntos. En más, casi no han hablado. “(Cristopher) salió en un diario diciendo cosas que no corresponden. Salió diciendo que yo soy egoísta, salió diciendo que yo nunca lo he apoyado”, dice Cristián, mientras Cristopher se defiende argumentando que sólo quiso hacer un llamado de ayuda por su hermano con cáncer. “Quizás los dichos se malinterpretaron, o su madre le metió cosas en la cabeza”, explica el guía.

Hoy ambos trazan caminos que contrastan. Aunque Guajardo piensa seguir trabajando con Valenzuela, éste ya consiguió un nuevo entrenador para potenciar su carrera individual y se prepara para los Juegos Suramericanos de Santiago 2014. “Cristopher ya no está en el equipo, sólo que aún no lo sabe”, dice Valenzuela.

Mientras busca un reemplazante para Guajardo y con el Mundial de Francia 2013 en el horizonte, Cristián Valenzuela, el atleta ciego ganador del primer oro paralímpico de Chile, asegura: “la próxima foto en el podio no será con él”.

Sobre el autor: Vicente Quijada Bianchi es alumno de tercer año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Narración Escrita de No Ficción, dictado por el profesor Juan Pablo Garnham.