Por Isabel Reyes / Ilustración Mathias Sielfeld

Evelyn Matthei viaja todos los martes y jueves desde su casa en Las Condes al colegio José Agustín Alfonso en la comuna de Pedro Aguirre Cerda, donde hace clases de matemáticas a un primero y un segundo medio. Debe dictar 14 horas de clases cada semana y, además, por iniciativa propia, hace 90 minutos extra de reforzamiento. Hasta ahora sus alumnos han rendido una sola prueba. “Soy súper estricta y los resultados son lo que ellos saben. Pero lo lindo es que ya noto que hay mucho más interés”, dice.

Su rostro sin maquillaje está marcado por una gran sonrisa que, según dice, refleja la satisfacción de su nueva rutina diaria. De sus primeros días de clase, en marzo pasado, recuerda con humor que algunos niños de básica se le acercaban para darle besos y le decían: “¡Uy, es que eres tan linda! ¿Le puedo llevar el bolso?”.

Luego de perder las elecciones presidenciales en segunda vuelta el 15 de diciembre pasado, Matthei sintió que llevaba muchos años en política y que, por lo mismo, era hora de dar un giro. “Yo tuve probablemente la mejor profesora de piano de Chile, becada, y estuve en uno de los mejores colegios de Chile, becada también. Entonces, la verdad, sentí que había algo que devolver”, comenta la militante de la UDI, quien se desempeñó como ministra del Trabajo en la Administración de Sebastián Piñera.

Según los datos del Simce 2012, en el colegio José Agustín Alfonso los alumnos de segundo medio obtuvieron en promedio 288 en compresión lectora y 303 puntos matemáticas, puntajes que se encuentran sobre el promedio nacional: 259 y 265, respectivamente. Además, se diagnosticó que entre el 49% y 69% de los estudiantes se encuentran en condición de vulnerabilidad social.

Con libros de matemáticas sobre la mesa del comedor, Evelyn Matthei hoy pasa horas preparando pruebas y clases en su casa. La materia está separada en carpetas por curso y a través del servicio Google Drive –un espacio gratuito en internet para almacenar archivos– ofrece a sus alumnos acceso on-line a la materia y los ejercicios vistos en la sala.

—¿Cómo se siente con este desafío?
—Estoy muy motivada, entretenida y estudiando, porque yo sé matemáticas, pero el tema es cómo presentarlo para que los jóvenes entiendan. Pero ahí es cuando uno se topa con una dificultad bien grande y es que en un curso tengo 45 alumnos y en el otro 37. El tema es a quién le hace uno clases. ¿A los más rápidos, a los más lentos o a los del medio? Estoy buscando distintas formas para obtener el mejor resultado general, pero, al mismo tiempo, sin olvidar que lo que quiero de verdad es lograr que los que son más rápidos puedan dar una muy buena PSU, y entrar a una buena universidad.

—¿Y qué espera de los más lentos?
—Mientras con algunos estoy logrando que puedan entrar a una universidad, con los otros quiero que, por lo menos, entiendan las cosas más básicas y que se sientan cómodos con ello, y así premiarles el esfuerzo.

—¿Cómo intenta motivar a sus alumnos?
—Un día le pedí a la orientadora que fuera a mi clase de segundo medio a contar cómo les había ido en la PSU a los egresados del año pasado y ante pasado. En cada uno de esos años, solo un alumno sacó más de 750 puntos. Y dije frente a todos: “Yo acá veo fácilmente cinco o seis que deberían sacar más de 750. Pero para eso tienen que empezar a entrenarse ahora. Esto es lo mismo que el futbolista que patea el penal. Puede saber cómo pegarle, con qué parte del zapato, pero si no lo repite mil veces lo echa afuera”. Creo que ahí se les abrió el apetito de que ellos podían. Siento que lo más importante que estoy tratando de hacer es quebrar esa barrera, donde ellos no se han planteado que pueden entrar a la universidad.

—¿Qué tan importante es para usted la disciplina en una sala de clases?
—Lo más importante es el respeto. Y la disciplina al final pasa a ser parte del respeto. Me he dado cuenta de que la mejor forma de tenerlos a todos trabajando es cuando los llevo a la sala de computación. Para eso me puedo pasar en mi casa una tarde entera buscando cuáles son los mejores sitios para que aprendan. Ahora tengo acceso gratuito a un programa chileno que se llama Galileo, donde se pasa toda la materia del currículo y además hay muchos ejercicios que los jóvenes pueden hacer. Es muy bueno porque cada uno va progresando según sus habilidades. La disciplina es súper importante pero al final es consecuencia de, primero, el respeto y, segundo, de que los alumnos estén entretenidos.

—Teniendo un curso de 45 alumnos, ¿es difícil controlar el tema del celular, por ejemplo?
—Dos veces ya he quitado un celular y lo he entregado a la dirección donde lo tienen que retirar los papás. La primera vez se lo entregué de vuelta al joven para que todos supieran. La segunda vez ya no. No, no, no: No aguanto nada de eso.

—Si pudiera definirse como profesora, ¿cómo lo haría?
—Yo diría que una mezcla de estimulante y exigente. Pero al final lo que siempre trato de premiar es el esfuerzo. Por ejemplo, ahora a unos les fue súper bien en la prueba, pero a otros bastante mal. Y les dije “bueno, pueden subir hasta cinco décimas pero siempre que los que tienen nota cinco para abajo me demuestren que se saben todas las tablas”. Les voy dando desafíos que les sirven a ellos mismos, y así premio el esfuerzo.

—¿Y los alumnos se motivan por participar de esos desafíos?
—Yo llamo a la pizarra para que no pasen siempre los mejores. Me interesa que ellos se den cuenta a tiempo que no están entendiendo y que trabajen. Cuando pasan al pizarrón noto cuáles son sus dificultades. Ahí me di cuenta de que no saben multiplicar ni sumar fracciones. Con 45 alumnos o te sientas adelante o vas a ser malo. Esas cosas las he visto y vivido. Que no me vengan a contar que el problema es el fin del lucro.

La ley permite que profesionales licenciados o titulados de otras carreras –que no sea pedagogía– se desempeñen como profesores de Educación Media. En el caso de Matthei, ella tuvo que seguir un proceso para ser aceptada como instructora de la Sociedad de Instrucción Primaria (SIP) –organización sin fines de lucro con 157 años de historia, presidida hoy por Patricia Matte– que mantiene una red de 17 colegios en Santiago. “[La SIP] es súper exigente con qué tipo de profesores contrata”, dice Matthei.

—¿Los titulados de otras carreras son un aporte para la educación?
—Cuando ves los resultados de la prueba Inicia [evaluación que mide los conocimientos pedagógicos y disciplinarios alcanzados por los egresados de las carreras de pedagogía] te das cuenta de que los estudiantes de pedagogía no saben la materia que tienen que enseñar. Entonces, al final un ingeniero probablemente sabe más matemáticas que un profesor. Es un aporte enorme. Yo no puedo entender cómo no le han puesto exigencias a pedagogía. Puntajes bajos por sueldos bajos. Siento que aquí hay una concepción súper errada de la educación pero también del profesor. Primero, se les paga súper mal y, segundo, yo preparo 14 horas a la semana, pero hay otros que tienen 34 horas. ¿Cómo lo hacen? ¿Pueden preparar una buena clase? Te aseguro que no. Entonces, siento que en toda esta discusión sobre la reforma educacional no tienen idea de lo que está pasando.

—¿El hecho de trabajar en un colegio vulnerable ha cambiado su perspectiva sobre lo que planteaba su programa en materia educativa?
—No, el tema de la vulnerabilidad lo conozco y lo he vivido. Lo único que ha provocado, [la experiencia de hacer clases], es que me ha reforzado la idea de lo equivocadas que están las reformas actuales. El fin o no del lucro es una cosa pseudo-filosófica que, en la práctica, no va a servir de nada. Lo importante es cómo vamos a hacer que un joven que es brillante tenga una buena educación en pre-básica, básica y media, de manera que toda esa brillantez se desarrolle. ¡En vez de eso están cambiando los promedios, fíjate! Además, hay niños que tienen otros talentos. ¿Cómo logramos que puedan ser buenos técnicos? Pero aquí, dime tú, ¿qué buen colegio técnico profesional existe? En Chile, o vas a la universidad o no eres nadie. Y resulta que hay universidades de un rasquerío espantoso y como técnicos serían mucho mejor, más útiles a la sociedad y estarían más contentos que yendo a una universidad rasca.

Sobre el autor: Isabel Reyes Bustos es alumna de cuarto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por el profesor Andrés Almeida. El artículo fue editado por Texia Lorca, alumna de quinto año de periodismo, como parte de su trabajo en el curso Taller de Edición en Prensa Escrita, dictado por el profesor Rodrigo Cea.