Texto y fotos por Natalia Correa Vargas

Romina Contreras (18) estaba nerviosa. Le sudaban las palmas de las manos y le temblaban las piernas. Trató de repasar la coreografía en su mente, pero no podía concentrarse. En unos segundos se presentaría frente a Luigi Bonino, bailarín italiano de fama internacional que traía la obra El joven y la muerte al Teatro Municipal. La joven respiró profundo y se posicionó en el centro de la sala de ensayos con su mejor sonrisa en el rostro y el corazón latiendo en sus oídos. “Se me va a olvidar todo”, fue su último pensamiento antes de comenzar el baile.
Con los mismos nervios, hace cinco años, Contreras reunió a sus padres para contarles lo que había decidido acerca de su futuro. La bailarina recuerda que la voz apenas le salía cuando les dijo que no seguiría en el colegio ni estudiaría una carrera en la universidad, porque lo suyo era el ballet. “Mi hija habló con una madurez y una pasión que no sabía que tenía, no nos quedó otra que apoyarla”, cuenta Sergio Contreras, padre de la joven.
Desde ese día el Teatro Municipal ha sido su hogar. La bailarina se pasea por los estrechos pasillos como si estuviera en su casa; saluda a los guardias por sus nombres con un beso en la mejilla y utiliza atajos para ir de un lugar a otro.

Detrás del escenario, en un día en el que no hay funciones, todo es desorden y oscuridad, pero para Contreras es el lugar perfecto donde relajar la mente y el cuerpo luego de largos ensayos. “Con el ballet perdí toda mi adolescencia, pero vale la pena, me da una libertad que no se compara con nada”, cuenta mientras elonga una de sus delgadas piernas.
Contreras es la integrante más joven del Ballet de Santiago, pero ella le resta importancia con un movimiento de hombros. Dice que una vez dentro son todos iguales. “A veces pienso que no soy tan buena, por eso me exijo harto”, asegura. Rodrigo Guzmán, primer bailarín de la compañía, opina distinto: “Romina tiene una sensibilidad especial, un don, un ingrediente mágico que no se ve todos los días”.
Sus logros más recientes también la contradicen. En junio de 2014 quedó seleccionada junto a su compañero, Sebastián Vinet, para asistir a la competencia internacional de ballet en Estados Unidos. El día que anunciaron el ganador del Encouragement Award, premio otorgado a un bailarín que destaca por su excelencia, la joven no había dejado de pensar en todos los errores que había cometido en su presentación, y cuando el presidente del jurado dijo su nombre, le preguntó a Vinet si había escuchado bien. Al relatar ese momento, aún lo hace con sorpresa en su voz.
A su llegada a Santiago la esperaba Marcia Haydee, directora de la compañía, con una noticia que podría cambiar su vida. Luigi Bonino traería al Teatro Municipal la obra de Roland Petit, El joven y la muerte y, por recomendación de Haydee, Bonino prestaría especial atención a la joven para el papel principal: la Muerte. “Marcia cree mucho en mí, me da oportunidades que me hacen pensar que está loca”, dice la bailarina.

En agosto llegó el día de la audición. La joven estaba tan nerviosa que no escuchaba la música, sólo sentía los fuertes latidos de su corazón y nunca supo si partió a tiempo. Trató de relajarse, pero el nudo que tenía en el estómago no la dejaba. Sentía que hacía todo mal. Luego de un salto con las piernas completamente extendidas en el aire, terminó su baile con la sonrisa intacta y el espíritu destruido.
Pocos segundos pasaron antes de que Contreras se diera cuenta de que Bonino la estaba aplaudiendo. Se acercó a ella y la abrazó. “Eres perfecta”, le dijo el italiano. La joven recuerda que le costó entender lo que estaba pasando, ni siquiera reaccionó a devolverle el abrazo. Había obtenido su primer rol en la compañía como solista.
El día del estreno, la joven entró al escenario con absoluta confianza. Se acercó al hombre que llevaría al infierno y lo sedujo hasta convencerlo del suicidio. Por veinte minutos la bailarina de 18 años se transformó en una mujer soberbia y experta, la muerte disfrazada de tentación. Al finalizar, los aplausos llenaron el teatro, pero Contreras no los escuchaba. “Me equivoqué”, era el único pensamiento que cruzaba su mente, mientras recibía la ovación del público con una impecable reverencia.

Sobre la autora: Natalia Correa Vargas es alumna de tercer año de periodismo y este perfil es parte de su trabajo en el curso Narración Escrita de No Ficción, dictado por el profesor Nicolás Alonso.