Renata Fernández / Foto Sebastián Kaulen

Entraron cuatro, todos eran parecidos. Todos podían ser él. De piel morena, vestidos con uniformes de chofer azules, algo rellenitos, canas incipientes, ninguno con anillo de matrimonio. Todos podían ser Juan González.
—¿Qué hace acá, reina? —dijo uno de ellos.
Otro se acercó saludando:
—Bienvenida a la 503, poh.
—Él es el Juan González —dijo finalmente el administrador del terminal.
Después de seis días persiguiéndolo, por fin, podía ver al Juan González que anda buscando: el chileno más común de todos.
Sonriente, Juan me dijo que no tenía problemas en que lo entrevistara, pero que no era posible en ese momento. Lo había encontrado, pero aún debería esperar un par de días para que el chileno promedio me contara su historia.

Buscando pauta

Juan González nació en 1975, y la idea de encontrarlo nació en un almuerzo familiar de domingo en junio pasado. Quedaban pocas horas para enviar por correo electrónico la propuesta de un perfil para el curso Taller de Periodismo en Prensa, dictado por la profesora Jimena Villegas en la Escuela de Periodismo de la UC, y la opción de contar la historia de un político o de un joven destacado no me motivaba.
—Entrevístame a mí —dijo mi hermano de siete años.
—¿Y qué cosa importante has hecho? —le respondí.
—Nada, sólo quiero ser famoso —contestó.
Fue entonces cuando la mamá psicóloga tomó esa idea y ofreció una pauta para el perfil, con título incluido: “radiografía del hombre simple”. En otras palabras, su idea era entrevistar a una persona que tuviera la vida más común posible.
Cuando la comida terminó partí al computador y comencé a buscar en Google cifras y características sobre ese chileno común. Si existían los datos, estaba claro, saldría a encontrarlo.
En el buscador escribí “chileno promedio” y, entre otras características, aparecieron cosas como 7 kilos de sobrepeso, colocolino, separado y, el nombre más común, “Juan González”, que lleva casi dos mil chilenos y es la combinación nombre-apellido más común de todas.
Con los datos en la pantalla, ahora sólo me faltaba encontrar al Juan González de carne y hueso.

¿Aquí trabaja Juan González?

Cuando la pauta fue aceptada comenzó una búsqueda que tuvo mucho de investigación policial. Juan de Maipú, Juan de Las Condes y Juan de Cerrillos fueron los primeros “Juanes González” a quienes llamé después de encontrar sus teléfonos en las páginas blancas. El primero cortó de inmediato. Los otros dos –después de escucharme un minuto hablando sobre el perfil de Juan “Promedio” González– pensaron que se trataba de una estafa.
Por Twitter encontré a otro Juan González, pero al revisar sus comentarios sobre la expansión del universo y los hoyos negros me quedó claro que no era el chileno más común de todos.
En clases, la profesora preguntó al curso si alguien conocía a alguien llamado Juan González. Una compañera dijo que sí, que su jardinero se llamaba así, pero cuando lo llamamos dijo que su nombre no era Juan, sino José.
En Facebook encontré a quien, estaba segura, iba a ser mi perfilado: un guardia de seguridad que en su foto de perfil aparecía con un perro y camiseta de Colo Colo. El mensaje que le envié se titulaba “esto no es una estafa”. Juan me creyó y me respondió “juntémonos”. El único problema fue que él vivía en Punta Arenas.
Desanimada después de tanto fracaso, un día salí a buscarlo a la calle.
“¿Trabaja aquí alguien que se llame Juan González?”, pregunté en cuatro supermercados y tres bencineras el sábado que decidí salir a cazar al chileno promedio. Aparecieron Eduardo, José y Patricio González, pero ni un Juan González.
Cuando ya anochecía, llegué al terminal de buses de la línea 503 del Transantiago.

El Juan va a ser famoso

“Acá tenimos tres juanes”, me dijo el administrador del terminal. “A uno lo echaron, otro anda de vacaciones, y el otro llega de su turno a medianoche. Espérelo con nosotros poh”, me dijo el administrador del terminal. Como no tenía más opciones, no me quedó más que sentarme a esperar por tres horas, tomando café y conversando, a Juan González.
—¿Y ella quién es? —preguntó un chofer al administrador.
—La señorita es periodista —respondió.
—¿Y qué hace acá en los buses tan tarde? —insistió.
—Es que el Juan va a ser famoso. Lo van a entrevistar: es como un hombre típico.
—Pero si acá está lleno de weones normales, ¿por qué no me entrevista a mí mejor? —dijo mirándome.
Pasada la medianoche, por fin, apareció Juan González Jiménez: 35 años, 1 metro 69 centímetros de estatura, pelo negro engominado, siete kilos de sobrepeso, chaqueta de cuero, camiseta blanca. Según las estadísticas, el chileno promedio. Amable, él me dijo que debía irse de inmediato, pero que que el martes, dentro de un par de días, me podía contar con calma toda su vida si yo quería.

Cita en la 503

La mañana que nos juntamos a conversar dentro del bus 503, Juan fue contándome una historia que –en cierto modo– ya estaba escrita, y que sólo se fue materializando en la medida que él la contaba. Comparando los datos y cifras estadísticas que había recopilado de diversos estudios, fui chequeando punto por punto cosas como que el chileno promedio era moreno, igual que Juan. O que el chileno común toma dos medicamentos diarios, como Juan. O que debe 1 millón de pesos, igual a Juan.
—Es raro hablar frente a una grabadora —fue una de las primeras cosas que dijo.
—Es que, si no grabo, no me voy a acordar después —respondí.
—Me siento como importante, es mi primera vez —dijo.
—Si quieres no grabo —le ofrecí.
—No poh, si grabar es como de ser famoso. Voy a tratar de hablar de corrido no más.
Han pasado casi seis meses desde que encontré y conocí a Juan González y ahora pienso que siempre estuvo la posibilidad de que él no existiera y, de paso, que la pauta fuera un fracaso.
En la bandeja de borradores de mi e-mail permaneció guardado por seis días un correo titulado “Juan González no existe”, en el que con urgencia le pedía a mi profesora cambiar de pauta.
Desde de que terminé de escribir el artículo Juan “Chileno Promedio” González, y sobre todo después de que hace un par de semanas ganara el premio Etecom con él en la categoría prensa escrita, he querido enviarle el texto a Juan, para que lo lea y, quizá, me lo comente.
Pero, como es Juan González, tal cual al de las estadísticas, no tiene internet. Celular, por supuesto, tenía, pero nadie responde cuando marco el número que me dio.
Quizás deba subirme a la 503 para encontrarme con él y contarle que con su historia, la del chileno más común de todos, gané un premio. Decirle “gracias” a Juan González.

Sobre la autora: Renata Fernández es alumna de cuarto año de Periodismo y este artículo fue escrito a propósito del premio Etecom, en la categoría prensa escrita, que obtuvo por su perfil títulado “Juan ‘Chileno Promedio’ González”, el que desarrolló durante el primer semestre de 2012 en el curso Taller de Prensa Escrita dictado por la profesora Jimena Villegas.