Rodrigo Cea / Foto José Martín Corvera

Aunque desde que era un niño le gustó la fotografía, no fue hasta octubre del año pasado –cuando ya tenía 21 años– que José Martín Corvera debió enfrentarse al desafío de contar una historia con imágenes. La tarea era el examen final del curso Taller de Fotografía Periodística, dictado por la diseñadora Consuelo Saavedra, en la Escuela de Periodismo de la UC. Antes de empezar disparar su cámara, el primer desafío fue encontrar un tema. Durante 2011, José Martín se había dedicado a tomar fotos en la mayoría de las marchas estudiantiles, pero enfrentado al encargo pensó que lo mejor era desarrollar un tema distinto. “Algo más alejado de mi vida diaria”, hoy recuerda.

Acostumbrado a conversar con su familia y amigos cuando está buscando el tema para un encargo periodístico, fue hablando con su madre que nació la idea de retratar la sala de espera de la Posta Central. “El tema era la espera en la salud pública en general, pero poco a poco me enfoqué en un lugar específico. Al final, ese lugar fue la Posta Central, porque creo que es uno de los sitios más representativos de la espera en la salud pública chilena”, explica.

Decidido el tema, José Martín conversó con la profesora y la ayudante del curso sobre los objetivos del trabajo, y ellas le aconsejaron ir más allá de la sala como lugar específico. Hoy, a un año de haber tomado las fotos y después de haber ganado el premio Etecom en noviembre pasado, José Martín recuerda que, al final, fue “un poco terco” y decidió limitarse a la sala de espera de la Posta Central. “Ese era el tema que yo quería plantear: la espera en la salud pública y de esta manera poder revelar la tesis de mi trabajo: que la salud pública es la que está en sala de espera en Chile”, dice José Martín.

—¿Viste otros trabajos para inspirarte antes de tomar las fotos? ¿Cuáles son tus referentes?
—Hay una frase del fotógrafo Robert Capa que me encanta, y que dice que una foto no es lo suficientemente buena si no se está lo suficientemente cerca. Creo que esa idea siempre me ha servido como una guía para fotografiar. Pero como referente no creo haber pensando en alguno en particular. Hay muchos fotógrafos que me gustan, pero en general mis favoritos no hacen fotoperiodismo. Más allá de eso, no quería que fuera un trabajo morboso. No quería fotografías que impactaran sólo por su contenido, quería lograr representar el concepto de esperar, de estar en una espera urgente, impaciente. En ese sentido, creo que quería mezclar el desarrollo de un concepto visual con la contingencia de la salud pública. Esas ideas fueron mi principal inspiración.

—¿Cuál fue el principal desafío en terreno?
—Siempre es difícil apuntar con la cámara a alguien, te sientes invadiéndolo. Creo que ese fue el principal desafío, lograr meterme como uno más dentro de la sala de espera y que mi cámara fuera algo que no llamara la atención de los demás.

—¿Cómo fue tu trabajo ahí?
—En general fue muy agradable. Los guardias siempre fueron muy simpáticos. Presentarme como estudiante me abrió muchas puertas. En total creo que fueron dos meses yendo por lo menos una vez a la semana. Al principio sin la cámara y luego ya para sacar fotografías. Iba durante el día, me fui alternando entre mañana y tarde y me quedaba unos 30 minutos cada vez.

—¿Cómo reaccionaba la gente?
—Lo más entretenido era fotografiar a los niños, algunos posaban, sonreían y creo que se les hacía más agradable la espera. A la inversa, lo más difícil fue fotografiar a personas que llegaban detenidas por carabineros. No quería interferir en el proceso y por eso me complicaba sacar la cámara en esos momentos.

—¿Recuerdas alguna escena en particular?
—La escena de un detenido que llegó en camilla, herido y con esposas en sus manos (N. de la R.: imagen número 9 en la siguiente secuencia de fotos). El hombre gritaba “me duele” muy fuerte, y nadie respondía. Los carabineros seguían haciendo el papeleo en la recepción y el hombre continuaba gritando sin parar. La sala de espera se quedó en silencio, aunque parecía que eso no era algo tan novedoso. No vi a nadie incómodo o nervioso por la situación. Yo sí quedé muy tenso, con la imagen grabada en la cabeza por mucho tiempo.


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—¿Cómo fue el proceso de edición?
—Lo que más aprendí en el ramo fue a editar. Antes creía que siempre había que seleccionar las mejores fotos. Se lo escuché alguna vez a un fotógrafo chileno, creo que a Luis Poirot, pero en el ramo aprendí que a veces hay fotos no tan buenas desde lo técnico, pero que ayudan a narrar mejor la historia. En total debo haber tomado más de 200 fotos y para el trabajo del ramo utilicé sólo 16 y para el concurso de Etecom, cinco. Fue el trabajo más difícil, discriminar entre las fotos y seleccionar algunas. Pero luego quedé feliz de poder contar la historia en pocas imágenes. Ese proceso de edición es lo que más agradezco de Consuelo, la profesora, y de Eugenia, la ayudante.

—¿Cómo fue que incluiste la música de tu hermano?
—Le pregunté a mi hermano si podía componer una canción para mi trabajo y él me dijo que escuchara algunas de sus composiciones para ver si había una que me gustara. Entonces apareció el tema, hice una prueba rápida de cómo se mezclaban las fotos con la música y me encantó (N. de la R.: el resultado de la mezcla de las fotos con las música está en el siguiente video). Creo que le da ritmo, tensión y firmeza a la historia.

—¿Cómo resolviste el problema de publicar fotos de personas que estaban en un espacio público, pero en un estado de indefensión?
—El trabajo siempre fue pensado con fines académicos y, por lo mismo, nunca pensé tanto en cómo sería publicar a los protagonistas de las fotos. Después del premio apareció la idea de publicar y eso me complicó. Conversé con mi profesora de fotografía, con mi profesora del curso Ética de las Comunicaciones, con el director de la carrera, con mi mamá que es abogada, y con mucha gente más. Finalmente, después de todas las conversaciones, creo que se llegó a una buena conclusión, no poner fotos que denigraran al protagonista, que los rostros no se identificaran completamente y que ojalá las personas fueran parte de la foto y no el objetivo principal.

—Con el paso del tiempo y después de haber ganado el premio Etecom, ¿cuál es el valor de las fotos para ti?
—Creo que es que pueden contar la historia y el concepto que yo quise desarrollar. En lo personal me llena de satisfacción que más personas hayan valorado el trabajo. Creo que para mí, como fotógrafo aficionado desde chico, es infinitamente gratificante sentir que lo que me gusta tiene un valor y que otras personas lo valoran.

Sobre el autor: Rodrigo Cea es periodista y licenciado en Estética de la UC. En la Escuela de Periodismo hoy es profesor del curso Taller de Edición en Prensa Escrita y editor general de Km Cero.