Por Carolina Robles/Foto portada: Gentileza Donato Neglia.

“En 2012 gané una beca soñada para cualquier deportista. Un entrenador italiano me vio en una de mis prácticas y me dijo que yo tenía mucho talento. Además se percató de mi doble nacionalidad, chileno-italiana por mi apellido, lo que haría los trámites más simples y me ofreció la oportunidad de mi vida. Me iba a Roma con universidad pagada, departamento, auto y un sueldo lejos de lo que cualquier seleccionado nacional de cualquier deporte, que no sea fútbol, puede ganar en este país. El acuerdo consistía en que tenía que ser parte de la selección italiana de clavadistas y podría seguir representando a Chile cuando se compitiera internacionalmente. Pero, diez días antes del accidente todo cambió”.

Me zambullí

“Mido 1.67 centímetros, tengo 22 años y peso 63 kilos. No vengo de una familia de deportistas. Pero mi talento puede ser herencia del primo de mi abuelo, el bailarín de ballet y campeón mundial de esa disciplina, José Neglia. Él es lo más cercano a un deportista que ha habido en mi familia, además de mí.

“Cuando despidieron a mi entrenador y me quedé sin club probé distintos deportes: natación, bicicrós y otros, pero nada me llenaba y rápidamente volví a los clavados”. Foto: Carolina Robles.

Entré al mundo de los clavados cuando era un niño de seis años. Ese año en la televisión estaban transmitiendo un campeonato de gimnasia y yo empecé a imitar a los competidores. Iba en primero básico y Mario Gayo, el entrenador que me formó, llegó al colegio Santa Gema Galgani, donde yo estudiaba. Mario fue clavadista y se dedicaba a encontrar niños que pudiesen formarse en su disciplina. Mis profesores le habían contado que yo era muy bueno en gimnasia y después de algunas pruebas, como hacer la rueda y otros ejercicios de ese estilo, me escogió para ser una de sus nuevas promesas.

La primera vez que me dijeron “clavados”, era muy chico y no sabía qué era, pero me llamó mucho la atención. Cuando llegué a la piscina del Club Providencia, salté de un trampolín de un metro y me ahogué. Se me había olvidado nadar. Durante una semana, con ayuda de Mario y agarrado del palo con que se sacan las hojas de la piscina, aprendí a nadar de nuevo.

Poco a poco fui avanzando, pero en 2001 Mario fue despedido del club y tuvo que ceder a todos sus alumnos al entrenador que lo reemplazó. La mayoría se fue, yo también. Teníamos una muy buena relación, por lo que hasta hoy a veces hablamos por teléfono, siempre estamos en contacto.

Cuando despidieron a mi entrenador y me quedé sin club probé distintos deportes: natación, bicicrós y otros, pero nada me llenaba y rápidamente volví a los clavados. Me vi en la obligación de entrenar con Marco Balbontín, que no me caía muy bien, pero era el segundo mejor preparador en ese momento, después de Mario. Hasta el día de hoy nos ayuda en el entrenamiento, pero seguimos teniendo una relación distante.

“Hasta hoy me angustio cuando recuerdo ese 8 de junio. Tenía todo listo, me había puesto a trabajar para poder pagarme el pasaje a Italia”. Foto: Gentileza Donato Neglia.

En 2010 llegó mi actual entrenador, Raúl Pérez. Ese mismo año fuimos a los Juegos Odesur en Medellín. Con 17 años gané una medalla de plata junto a mi compañero de salto sincronizado Diego Carquín, que es trampolinista igual que yo. Es el logro que me tiene más orgulloso, porque sentí que realmente se estaba premiando mi esfuerzo.

En 2011, logré quedar número catorce en el ranking mundial, gracias al octavo lugar que conseguí junto a Diego en los tres metros sincronizados, en los Juegos Panamericanos del mismo año, después de 27 años sin un clavadista chileno en la competencia.

Durante la mayor parte de mi vida como clavadista he tenido que practicar en piscinas que no son adecuadas para este deporte. Recién en 2005 el gobierno construyó una apta para clavados en el Estadio Nacional. Según mi entrenador, Raúl Pérez, con quien estoy desde 2010, eso provocó muchos baches en mi preparación. Por ejemplo, antes de que se hiciera esa piscina, no podía entrenar en invierno, ya que no había una techada. Avanzar ha sido muy difícil. Para los Juegos Sudamericanos en 2014 se techó la piscina. Ahora tenemos un recinto fijo para entrenar”.

“La primera vez que me dijeron “clavados”, era muy chico y no sabía qué era, pero me llamó mucho la atención. Cuando llegué a la piscina del Club Providencia, salté de un trampolín de un metro y me ahogué”. Fotos: Carolina Robles.

Diez días antes del viaje

“Antes debíamos entrenar en el Centro de Alto Rendimiento (CAR), donde uno de los trampolines que usábamos no estaba fijo al suelo, solo se sostenía por pesas que los otros clavadistas y yo poníamos en la base para que no se moviera cuando saltábamos. Si bien sabíamos que era peligroso para nuestra integridad física, no teníamos otra opción en ese momento.

Empezamos a alegar en 2011 y nosotros mismos compramos las piezas para arreglarlo, era un trabajo simple, pero como había que hacer orificios en el suelo, necesitábamos autorización para realizarlo. Mandamos correos y entregamos las piezas, pero nadie del CAR respondió, simplemente no nos escucharon.

“Como no teníamos piscina techada, teníamos que entrenar en las piscinas rellenas con esponjas del CAR, donde estaba el trampolín malo. Comencé a saltar y en un momento la tabla se detuvo bruscamente”. Foto: Carolina Robles.

El 8 de junio de 2012, mientras practicaba un nuevo salto, pasó lo que siempre temí que sucedería. Como no teníamos piscina techada, teníamos que entrenar en las piscinas rellenas con esponjas del CAR, donde estaba el trampolín malo. Comencé a saltar y en un momento la tabla se detuvo bruscamente. Aunque tenía que mantenerse en movimiento, tratando de esquivarla pisé mal y me pegué en seco con el trampolín. Me fracturé dos dedos del pie, el empeine y el peroné en dos partes.

El dolor fue insoportable. Los trampolines son muy duros, ya que están hechos con el mismo material que las alas de los aviones, de un material de microfibra. El impacto fue muy fuerte. Además, tengo la mala suerte de que siempre que me pasa algo, viene acompañado de un escándalo, siempre. Esta vez no fue diferente, no podía solo doblarme el pie o torcérmelo, se me tenía que fracturar y además tenía que ser una fractura expuesta. Rápidamente me llevaron a la Mutual y el doctor me dio un diagnóstico que me dejó perplejo, me dijo que existía un 60% de probabilidades de que no pudiera volver a hacer deporte nunca más. No podía creerlo, me puse a llorar con toda mi fuerza, estaba muy mal.

Hasta hoy me angustio cuando recuerdo ese 8 de junio. Tenía todo listo, me había puesto a trabajar para poder pagarme el pasaje a Italia. Le pedí a mi entrenador no hacer la doble jornada. Entrenaba en la tarde y en la mañana trabajaba. Me compré ropa nueva. Hacía pesas todos los días, me puse en forma como nunca antes, pero sucedió.

La beca no podía esperar, en octubre tenía que estar ocupando mi lugar en Roma y aún no sabíamos si podría recuperarme. Tengo 22 años y 16 de entrenamiento y sacrificios en el cuerpo, pero el pronóstico de los doctores indicaba que todo se iría a la basura, al olvido.

Las consecuencias del accidente fueron un mes sin querer salir de mi pieza, dos meses sin sentir mi pie y tres meses sentado en una silla de ruedas. Pasar de hacer todo a hacer nada, es terrible; estaba acostumbrado a moverme todo el día. Trabajaba en eventos para juntar plata, entrenaba más que nunca, conocía a mucha gente y de un segundo a otro tuve que quedarme postrado en una silla de ruedas. Yo no era el único afectado, Paula, mi compañera de selección de clavados y amiga, sufrió mucho con mi accidente: desde que éramos chicos entrenamos juntos”.

“Luego de la cirugía y de sesiones regulares con el kinesiólogo, no solo tuve una recuperación mucho más rápida de lo que me dijeron los doctores, sino que también logré llegar a un nivel mucho mejor que el que tenía antes del accidente”. Fotos: Carolina Robles.

Te vas para arriba o te quedas en el camino

“Después de una operación donde me pusieron una placa y tornillos en el pie, junto a un trabajo constante con kinesiólogo y desafiando todos los pronósticos negativos, pude recuperarme. Seis meses después del accidente volví a entrenar. Raúl, mi preparador, siempre dice que cualquier otro atleta hubiese tirado la toalla ante las malas expectativas y el dolor físico y emocional. Pero yo no. Me curé, sané y me propuse llegar aún más lejos de lo que soñaba antes de caerme.

“Me curé, sané y me propuse llegar aún más lejos de lo que soñaba antes de caerme”. Foto: Gentileza Donato Neglia.

No me quise quedar con el primer diagnóstico que me dieron y busqué otra opinión. El segundo doctor que me vio decidió operarme, a diferencia del primero que se negaba hacerlo. Luego de la cirugía y de sesiones regulares con el kinesiólogo, no solo tuve una recuperación mucho más rápida de lo que me dijeron los doctores, sino que también logré llegar a un nivel mucho mejor que el que tenía antes del accidente. O te vas para arriba o te quedas en el camino, creo que está claro cuál fue mi decisión.

Hoy, de lunes a sábado, llego al Centro Acuático del Estadio Nacional a las once de la mañana. Entreno hasta la una en la piscina y luego empiezo mi preparación física, ya que los deportistas que formamos parte del Programa de becas para deportistas de alto rendimiento, Proddar, tenemos el beneficio de adquirir un preparador físico que es costeado por la Asociación de Deportistas Olímpicos de Chile (ADO Chile).

Los principales logros de Donato
2010: Segundo lugar en los Juegos Odesur en Medellin.
2011: Se posiciona en el 14° lugar en el ranking mundial.
Octavo lugar en tres metros sincronizados en los Juegos Panamericanos de Guadalajara.
2014: Medalla de plata en sincronizado tres metros, con récord de puntaje nacional, en el Sudamericano Adulto de Barquisimeto, en Venezuela.

Como tengo que subir la intensidad por las competencias que vienen, decidí entrenarme con Andrés González, que además de haber sido parte de la selección de judo, es preparador físico de diversos deportes para lograr objetivos clave. A las ocho de la noche, si es que tengo tiempo, me junto con mi polola, Paz.

Cada mes recibo 160 mil pesos por ser deportista Proddar. Además, por haber ganado una medalla de plata en el Sudamericano Adulto en Venezuela el año pasado, por ley, durante un año debería recibir 380 mil pesos mensuales. Pero, Chile Deportes no me ha pagado y me debe más de un millón y medio de pesos. Hace siete meses que deberían haber empezado a pagarme y aún no recibo nada, sigo teniendo solo mi sueldo habitual. A veces en la noche tengo que trabajar en algo part time, como eventos Red Bull y cosas así, para conseguir un poco más de plata.

Aún vivo con mis padres, pero todos mis gastos son solventados por mí: mi entrenador, mi auto, ropa y salidas. También había empezado a ahorrar para estudiar, pero ninguna universidad estuvo dispuesta a darme flexibilidad en los estudios por ser deportista de alto rendimiento. Hablé con algunas donde me ofrecieron becas, pero me exigían cursar nueve ramos y tener promedio 5.5 para mantenerla. Con mis entrenamientos y viajes sería imposible cumplir, por lo que finalmente decidí seguir postergando mis estudios.

“El siguiente gran paso que quiero dar es obtener un cupo para poder ir a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, ya que ningún clavadista chileno lo ha logrado”. Foto: Gentileza Donato Neglia.

El siguiente gran paso que quiero dar es obtener un cupo para poder ir a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, ya que ningún clavadista chileno lo ha logrado. Para eso debo clasificar en una final de un mundial, ganar el oro Panamericano o clasificar directamente en el Preolímpico en Brasil, estar en cualquiera de estas fases me permitiría llegar a las Olimpiadas.

Los clavadistas están en su mejor momento cuando tienen entre 24 y 32 años, porque es cuando alcanzan mayor experiencia y su estado físico es el óptimo para saltar. Me queda tiempo y me sobran ganas para alcanzar todas mis metas. Y cómo no hacerlo: ya salí de una, ahora pueden venir las siguientes. Las estoy esperando en la piscina, sin miedo”.

Sobre la autora: Carolina Robles es alumna de último año de Periodismo y escribió este perfil como parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa impartido por el profesor Andrés Almeida. El artículo fue editado por Valentina Araya, alumna de quinto año de periodismo, creadora y editora de la sección Punto de Partida como parte de su trabajo en el Taller de Edición en Prensa Escrita, impartido por el profesor Enrique Núñez Mussa.