Por María José Valdés/Fotos: Gentileza de Martín Gildemeister

“En junio de este año partí, junto con mis amigos Rafael Matte y Tomás Vial, a Islamabad, capital de Pakistán, con la meta de llegar a la cumbre del G2, situada a 8.035 metros sobre el nivel del mar. Poco más de un mes y medio después de la partida logré llegar a la cumbre y, a pesar de que no logramos estar los tres juntos ahí, fue una experiencia increíble. En medio de un viento desequilibrante y agarrándome lo más fuerte posible, pude sacarme la foto en la cumbre antes de que se congelara la cámara.

El G2 está situado en la cordillera del Karakorum, entre Pakistán y China. Es el decimotercero de los 14 ocho miles, las montañas más altas del mundo, sobre los ocho mil metros de altura, todas en el sistema del Himalaya. Este mismo fue el primer ocho mil alcanzado por una expedición chilena en 1979. La historia se repite, ahora con nuestra expedición.

Una de las mejores cosas de esta experiencia es que compartes mucho con otras expediciones y también es una forma de ir conociendo a otros montañistas. El primer día en el hotel estuvimos con personas increíbles: los montañistas de los que habías escuchado, leído y de quienes habías visto videos toda tu vida. Comíamos con todos los gurús y ellos se veían reflejados en nosotros, porque estábamos haciendo nuestra primera expedición sin oxígeno y sin porteadores de altura, las personas que podríamos haber contratado en Pakistán para que nos ayudaran cargando el equipo. Tal cual como ellos partieron. Lo quisimos hacer así, de la manera más natural posible, ya que es una manera de volver a la esencia del himalayismo.

“Quisimos hacer nuestra primera expedición sin oxígeno y sin porteadores de altura. De la manera más natural posible ya que es una manera de volver a la esencia del himalayismo”.

La preparación para realizar una expedición de esta magnitud es bastante compleja, más aún cuando uno toma la decisión de prepararla solo. Implica planificación de la ruta, logística, equipo, financiamiento, permisos y entrenamiento. Es muy parecido a armar una pyme por los procesos que involucra y para eso es fundamental trabajar en equipo.

Yo me encargué de la parte comercial, todo lo relacionado con presentar el proyecto a los auspiciadores, que son los que apostaron por nosotros y gracias a los cuales pudimos llevar adelante una iniciativa de este calibre. En parte, esto está relacionado con mi trabajo como ingeniero de logística, que tiene una parte comercial y una parte operacional , que es en terreno y lo que a mí más me gusta. Después de llevar un año en el trabajo y de contarles sobre mi proyecto, mi equipo me dio las facilidades para hacerlo sin tener que renunciar. El sueño de alcanzar un ocho mil lo tenía hace rato y la idea siempre fue cumplirlo con Rafa y Tomás.

Con Rafa somos amigos de la vida, lo considero parte de mi familia. Desde pre kínder estuve con él en el Colegio Maitenes de Melipilla, donde hicimos un grupo de amigos muy potente. Después los dos entramos a Ingeniería Civil en la Universidad de los Andes y luego hicimos juntos el Magíster en Economía Minera en la Universidad Católica.

“Descansando en Paiju junto a mis amigos de la expedición. A mi derecha, Rafael Matte y a mi izquierda, Tomás Vial”.

En Ingeniería, en la de los Andes, conocimos a Tomás, quien se empezó a unir a las salidas que realizábamos a distintos cerros, tanto en Chile como en Sudamérica. De a poco empezamos motivándonos y así también fuimos aumentando la dificultad de los cerros. El montañismo consiste en ponerse metas que hay que ir superando progresivamente. Es un trabajo de perseverancia, algo que creo me caracteriza mucho y que trato de aplicar en todo lo que emprendo, desde chico.

Para un montañista lo más complejo es mantener la cabeza centrada, porque allá arriba la altura es una locura. Por una parte hay algo innato en cada persona con respecto a la aclimatación del cuerpo a la altura. Sobre los ocho mil metros, el porcentaje de oxígeno con respecto al nivel del mar es del 30% aproximadamente. Esto tiene consecuencias tanto físicas como mentales. El cuerpo no tiene la cantidad de oxígeno suficiente para todos los órganos del cuerpo, incluyendo el cerebro. Esto sumado a la ambición de querer llegar arriba te puede jugar una mala pasada. De cabeza yo estuve muy bien allá arriba y eso es algo que agradezco mucho.

Son muchos los factores que entran en juego cuando estás metido entre la nieve y el hielo a estas alturas. Primero está la aclimatación ya que uno tiene que ir adaptando su cuerpo a la altura cuando vas parando en cada campamento. Está también la parte técnica que consiste en ir armando la ruta y estableciendo los campamentos. Hay que ir abriendo huella en la nieve, turnándose entre unos y otros por la fuerza de piernas que requiere. Está todo el tema de los porteos, que consiste en ir dejando de a poco el equipo en cada campamento para lograr tener la comida y el equipamiento necesario en los distintos tramos de la ruta, compatibilizando los trayectos con un peso adecuado en la mochila, dado que cada metro que uno avanza es más demandante. El otro factor es el clima. A pesar de que el Karakorum, una de las cordilleras del sistema del Himalaya, se sube en verano, el clima es sumamente inestable. Hay tormentas que pueden fácilmente impedir que llegues arriba, nieve que nunca deja de caer y días de sol que a veces es insoportable, sobre todo cuando estás con el tremendo equipo encima.

“Aquí estaba en un serac, un bloque muy grande de hielo fragmentado con hartas grietas, rumbo al C3”.

Desde los primeros días cuando llegamos al campamento base, a 5.200 metros de altura, nos dimos cuenta de que en el día hacía demasiado calor, por lo que la nieve se ponía muy blanda y era más peligroso. Por eso, la mayor parte de la pega se tenía que hacer de noche. Salíamos a las doce, cuando la nieve estaba más dura y estaba más oscuro, y parábamos a las ocho de la mañana, cuando empezaba a aclarar. Con una buena linterna frontal era suficiente y al final nos acostumbramos a la oscuridad.

Tomás fue el primero que decidió parar a después del periodo en que logramos dejar equipada la ruta hasta el C3, ya que no estaba en su 100%. Le costaba respirar y se cansaba rápido, algo crítico cuando empeoraba el clima y teníamos que avanzar rápido. Luego Rafael, en la etapa final de ataque a la cumbre, supo que no podía seguir. Si lo hacía podía fallar al llegar arriba y en el lugar donde estábamos todavía se sentía seguro de bajar solo. Si Rafa hubiese tomado otra decisión y hubiese seguido, los dos habríamos tenido que devolvernos más adelante y no habríamos hecho cumbre como expedición. El equipo tiene éxito cuando logra poner a alguien en la cumbre, da lo mismo quien sea.

Cuando Rafa comentó la posibilidad de no seguir, fue el único momento en que me planteé la idea de llegar hasta ahí no más, a pesar de que me sentía capaz de llegar a la cumbre. Desde un comienzo tuve la idea en mi cabeza de llegar arriba y quizás tuve más suerte y mi cuerpo se aclimató de mejor manera, lo que me ayudó a no sentirme mal físicamente.

“A pesar de que el Karakorum se sube en verano, el clima es sumamente inestable. Hay tormentas que pueden fácilmente impedir que llegues arriba, nieve que nunca deja de caer y días de sol que a veces es insoportable”.

Cuando llegué arriba, la vista era espectacular a pesar de que no fue mucho el tiempo que alcancé a estar ahí. El viento en la cumbre era impresionante y era imposible mantenerme en pie. El frío se colaba por todas partes y sacarme la foto fue cuestión de segundos, lo más rápido posible antes de que se congelara y se apagara la cámara.

Llegué arriba con una sensación de felicidad tremenda, aunque tenía claro que la meta todavía no estaba lograda. Ahí en la cumbre tienes la mitad del camino logrado y solo con una gran fortaleza mental logras llegar abajo. Es por eso que muchos dicen que la verdadera foto de la cumbre es abajo, en el campamento base. Después de dejar el campo base que fue nuestra casa por cerca de un mes, me fui mentalizando de que el desafío se había acabado y que solo en pocos días íbamos a estar de vuelta en Santiago.

Hoy tengo 28 años. Trabajo de lunes a jueves en el norte y de viernes a domingo disfruto y descanso lo máximo posible a mi manera: al aire libre, en el campo, compartiendo con mi familia y amigos o bien saliendo a explorar y practicando los deportes que tanto me apasionan. Casi siempre me voy el mismo viernes a María Pinto, a mi casa. El campo es lo que más me gusta.

Actualmente estoy pensando en muchos proyectos a futuro, aunque es demasiado pronto para hablar de algo concreto. Lo que sí sé es que la expedición y toda su preparación es lo que más me ha gustado hacer hasta ahora. La experiencia es impresionante, hay que decantarla mucho y es un proceso lento, pero lo que sí me quedó claro apenas volví es que con esfuerzo, pasión y empuje un sueño se puede transformar en un verdadero logro y en una experiencia de vida”.

Sobre la autora: María José Valdés es alumna de tercer año de Periodismo y escribió este perfil como parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa impartido por el profesor Andrés Almeida. El artículo fue editado por Juan Manuel Ojeda Güemes, alumno de cuarto año de Periodismo como parte de su trabajo en el Taller de Edición en Prensa Escrita, impartido por el profesor Enrique Núñez Mussa. Punto de partida es una sección con narraciones en primera persona de deportistas destacados que están comenzando sus carreras.