Stefania Doebbel

Hay demasiados pacientes fuera de sus camas. Varias cabezas se asoman desde las puertas de las habitaciones. Otros cuchichean y preguntan qué pasa, quién viene, por qué hay tanto ruido. Pero la mayoría ya sabe y espera a los lados del hall central, atochando la entrada hacia los dos pasillos. El departamento de maternidad del Hospital Clínico de la Universidad de Chile está alborotado.

Entonces todo comienza.

La ministra subrogante del Servicio Nacional de la Mujer (Sernam), Jessica Mualim, viene subiendo la rampa para llegar hasta el edificio. Habla varios decibeles más arriba de lo que necesita para que la escuche su interlocutora. Varios más arriba de lo que necesita para que alguien crea que la conversación –acerca de todos los beneficios del postnatal de seis meses, que viene a promocionar­– es medianamente natural. Entonces entra a la sala:

—¡Ay, pero qué guata más linda! –y abalanza sus brazos hasta la barriga de una enfermera jovencita que sonríe mientras mira cómo las cámaras la miran.– ¡Y qué grande! ¿De cuánto tiempo estái? ¡Te apuesto a que es niñito!­ —sigue Jessica. La enfermera responde que no, y entonces Mualim se ríe y cambia de embarazada.

Pero los espectadores no miran a Jessica; todos siguen atentos a la entrada. Un niño le pregunta a su mamá: “¿Quién es esa? Yo creí que venía la otra, la de la tele”, le dice.

Pero Evelyn Matthei, la Ministra del Trabajo y Previsión Social, todavía no llega.

No importa. Más tiempo para que cada cosa esté perfecta. Los asesores de prensa salen de la sala, entran a la sala, miran el reloj, hablan con los periodistas. Quince minutos después, avisan que ya está y todos salen a recibir a la Ministra, a la verdadera.

Evelyn, chaqueta de cuero beige, pantalones negros lisos, se baja del auto y saluda a cada uno de los que la esperan. Entonces camina la misma cuesta hacia la entrada de la sala de maternidad, y mira, una por una, a todas las cámaras que la rodean. Todos fuera de la sala, todos alrededor de Evelyn.

Cuando llega a la entrada del hall, la ministra subrogante la recibe:

—Ministra, como son seis meses de postnatal, le tenemos seis guatitas, cada una más grande que la otra para que celebremos este gran logro! —y le muestra a las seis doctoras, enfermeras, practicantes y funcionarias, que la esperan formadas en medialuna.

—Un gusto. De verdad un gran gusto conocerlas­ —le dice Evelyn a cada una. Y les pregunta lo que les preguntará a todas las mamás con las que hable ese día en el hospital—: ¿Y? Cuéntenme, ¿van a cederles algo del tiempo del postnatal a sus maridos? —Las mujeres se ríen y Evelyn, como si las conociera de siempre, las llama a acercarse, a cerrar el círculo. Baja la voz, y les dice que escuchen, que les dará un consejo:

—Es que, chiquillas, ¿saben qué? Tienen que aprovechar esta oportunidad; si no, los hombres se malacostumbran. Las responsabilidades tienen que ser compartidas. Es la única forma de que sus maridos entiendan la enorme cantidad de pega que significa. Háganme caso.

Las mujeres asienten. Dicen que sí, que lo van a pensar.

Tal vez ellas sí lo hicieron. Pero el resto, todas las demás –las 18 mil madres que han recibido el posnatal desde que entró en vigencia en octubre–, no. Del total, sólo 40 mujeres ha compartido el permiso con el padre.

Evelyn entra al hall, saluda a todas las autoridades, a todas las cámaras, a todos los enfermos que la esperaban a cada lado del pasillo. Un gusto conocerla, realmente un gusto conocerlo, le repite a todos, como si realmente hubieran sido años los que esperó para saludar a ese doctor, a esa enferma, a ese paciente que ve por primera vez. Suficiente: la encargada de la actividad le dice que arriba la esperan las mamitas. Sube las escaleras diciendo que qué lindo está el hospital, que lo conoce de siempre y que qué increíble cómo ha mejorado.

Segundo piso. Una señora en bata rosada, con catéter intravenoso en mano, le grita que por favor venga a saludarla. “Ay, Ministra es que me moría de ganas de conocerla ¡no se imagina!”. Beso. Sonrisa. Foto.

Las letras grandes rojas y amarillas que declaran “sólo personal autorizado” a la entrada del pasillo de la unidad de neonatología hoy no valen. Hoy tiene permiso la patota entera que sigue a Evelyn Matthei. Pero el pasillo es demasiado estrecho, demasiado íntimo. El doctor jefe de unidad recibe a la Ministra y le cuenta, susurrando, de qué se trata lo que viene a ver: la técnica del canguro.

Brazos cruzados, ojos estrechos, cabeza ligeramente ladeada balanceándose de atrás hacia delante tras cada oración: Evelyn está en posición de “te estoy escuchando muy atenta”. Pero no se resiste a callar y se adelanta a completar cada frase. Si no alcanza a adivinar la palabra que viene, la repite asintiendo.

Todo entendido. Ahora, a ver a las mamitas. Evelyn camina y Jessica Mualim la sigue exaltada, apurada, no quiere quedarse atrás. La Ministra hace una pausa en el camino y saluda a una funcionaria del aseo que se había escondido en un huequito diminuto que da un baño. Un huequito del que nadie, salvo Evelyn, se percató.