A espaldas de Evelyn se escucha una palabra: abortista. Ella dice que lo sabe, que varios de sus compañeros de partido le dicen así. Que se erizan ante el proyecto de ley para restablecer el aborto terapéutico que impulsó con Fulvio Rossi (PS) mientras era senadora por la Quinta Región. Sin embargo, su posición la mantiene armada con un cuartel de argumentos, según ella, irrefutables, que harán “que la inmensa mayoría de los chilenos piense, una vez que entienda el proyecto, que es algo que es obvio”. Cómo podría el Estado someter a una madre a terminar su embarazo cuando ya sabe que el feto viene sin cerebro, que no es viable, que no es humano.

Pero a comienzos de octubre, en el programa radial ADN Contigo, ese último argumento se convirtió en escándalo. Ella misma lo había previsto: días después de impulsar el proyecto, dijo que la discusión se convertiría en un infierno del que ella tenía que restarse. Pero no pudo. Cuando asumió como Ministra del Trabajo aseguró que el tema no le correspondía, que era el turno de otros. Pero no pudo.

En el programa radial hablaba sobre el aborto terapéutico y las palabras le salieron rápido, como si nada, como siempre. Como si dijera pásame la sal, me da permiso, qué lindo tu vestido, qué raro anda el tiempo. Pero no era la sal, ni el permiso, el vestido, o el tiempo: estaba hablando de genética: “Hay veces en que se produce en la fecundación alguna falla y en lugar de dos pares de cromosomas tienes tres, y eso, técnicamente, no es humano”, ilustró.

La llamaron nazi. Los diputados (DC) René Saffirio y Roberto León pidieron su renuncia y consideraron sus palabras como la reedición chilena de la teoría de la raza pura. Dijeron que la citarían a la Comisión de Derechos Humanos, que sus dichos conducirían a un conflicto humanitario. La presidenta del Grupo Down 21 de padres de niños con síndrome de Down dijo que la Ministra incitaba al odio y la discriminación, que ponía en riesgo la vida de los niños.

Antes, en la radio, sin saber lo que se le venía encima, Evelyn siguió hablando. Entonces especificó: “Si tú tienes tres de todos los cromosomas en vez de dos, yo no veo por qué el Estado te obliga a seguir con el embarazo hasta el final”. Y en esa frase alguno que otro auditor más entendido en el tema pudo haberse dado cuenta de que no había tanto disparate: que la Ministra no estaba hablando de los niños con síndrome de Down, quienes tienen una anomalía genética en sólo uno de los 23 pares de cromosomas: un trío en el que debería ser el par número 21; tampoco se refería al síndrome de Patau o el de Edwards, en los que se genera un cromosoma más en el par 13 y 18, respectivamente. La Ministra quería referirse a un fenómeno genético llamado triploidía, que resulta en un feto inviable, puesto que hay un cromosoma de más en cada uno de los 23 pares: en vez de 46 cromosomas, hay 69. Esto, generalmente, da origen a un embarazo molar, con posibilidad nula de sobrevivencia; a una “mola”, como lo llamó la Ministra al tener que salir a aclarar sus dichos.

Entonces, las palabras no le salieron tan rápido: se le enredaron los números, titubeó. Dijo cronosonas y los eehh acentuaron los silencios. Pero en la amenaza fue enfática: dijo que se querellaría por injuria, que le parecía inaceptable, que considerando su trayectoria, “alguien tan liviano, por no decir estúpido, pudiera si quiera creer que ella pensaba que los niños con síndrome de Down no eran humanos”.

René de León, uno de los diputados que junto con René Saffirio, afirmó que iría a dejar una carta a la Moneda, exigiendo la renuncia de la Ministra, se justifica: él no fue el único que entendió mal. Fue Twitter entero, la conductora de televisión Juana Vial —quien escuchó las palabras de la Ministra junto a su hija con síndrome de Down, y se escandalizó—, y varias asociaciones de padres los que entendieron lo mismo que él. Confusión justificada, dice.

Pero para Evelyn no. Salió de La Moneda, y con su papel en mano lleno de cromosomas coloridos, aclaró ante las cámaras la cientificidad y exactitud de sus dichos, y, claro, no perdonó. No está dispuesta a perder el apoyo de todas esas madres que creyeron que la Ministra pensaba que sus hijos eran una aberración, que no eran humanos. Una cosa es que le digan abortista. Otra, muy distinta, es quedarse callada ante “la politiquería barata y asquerosa de algunos” que pretenden desprestigiarla.

“Ese episodio fue uno de los más complicados, comunicacionalmente hablando. No dudo en absoluto de que fue una confusión, pero igualmente el conflicto se podría traducir en una caída que bajara el apoyo que mantiene en las encuestas”, dice Enrique Correa, luego de la polémica.

Él piensa que ese es uno de los pocos defectos que tiene el manejo comunicacional de Matthei: saltar rápido a defenderse, no dejar que nadie le gane en nada. Fernando Paulsen cree que le pasa por “querer dárselas de chora”.

“Evelyn se puede ir de lenguas y usar mal un adjetivo”, la defiende su asesora, Carolina Andrade.. “Pero que se equivoque en una estrategia es difícil; ella se las sabe por libro y es muy prolija, todo lo que dice es porque lo ha estudiado y lo sabe. Después del problema en la radio, nos llamaban de La Moneda: que nos juntáramos con las agrupaciones de apoderados de niños con síndrome de Down, que pidiéramos disculpas. Pero no. Si la Evelyn no había hecho nada malo. Eso era darles la razón. Claro. De ahí tuve que hacerle un montón de pautas potentes para levantarla”.

Ese mañana Evelyn desentonaba. El Ministerio todavía estaba en estreno; apenas llevaba cuatro días a su cargo, y una de sus primeras actividades públicas fue fiscalizar un terminal de buses alimentadores del Transantiago, el de la empresa Gran Santiago S.A. Pero su chaqueta roja punteada de blanco, su peinado armadísimo y el collar de plata que cargaba eran invitados demasiado de honor como para aceptarlos sin aviso. En la empresa Gran Santiago se rehusaron a abrirle la puerta a la Ministra para que fiscalizara las condiciones de los empleados.

Ella, como si nada, siguió caminando hasta encontrar lo que buscaba: un lugar que la justificara para decir lo que tanto quería decir: “Queremos que la Dirección del Trabajo sea tan temida como el Servicio de Impuestos Internos…”, advirtió luego de salir del baño químico que la misma empresa tenía para sus trabajadores a las afueras del terminal. “Que los empresarios, en vez de gastar la plata pagando multas, la gasten mejorando las condiciones de sus trabajadores”, y cerró con un llamado moralista: “Revisen los baños de sus empleados y vean si mandarían a sus hijos ahí”.

Ella, por supuesto, no lo haría. Apenas pudo abrir la puerta verde fosforescente de plástico, asomar rápido la cabeza –la nariz– y sacarla indignada mostrándole a las cámaras de televisión el estado del baño, con su gesto de asco y reprobación. Luego, el reto autorizado a los empresarios porque lo vio con sus propios ojos.

“Ningún empresario va a salir a criticarla, al menos por ahora, porque tiene credibilidad”, dijo Patricio Navia a El Mostrador, luego de esa primera jornada de fiscalización.