IX

—¿Qué hora es? –pregunta Cristian de improviso.
—Las tres, ¿a qué hora vuelves a trabajar?
—A las cuatro. A esa hora llega el jefe así que a esa hora tengo que estar ahí nomás. Él es relajao, es tranquilo conmigo.
Cristian trabaja como dependiente en el almacén de la esquina de su pasaje. Su vecino lo contrató luego de que salió de la cárcel. Aceptó sin pensarlo mucho, porque era una buena oportunidad para ganar plata estando cerca de su casa y su familia. Su tarea es atender a quienes lleguen y cuidar el local. No maneja plata, no sabe cómo hacerlo. Trabaja de lunes a sábado y entra a las diez y media de la mañana. Tiene colación de una a cuatro de la tarde, hora en que vuelve siempre a comer con su hermana y dormir la siesta. A eso de las siete, su trabajo termina.

Cristian recibe una pensión de invalidez del Estado y gana 20 mil pesos a la semana ayudando en un almacén.

—¿Ve?, relajao –dice riendo otra vez.
Aparte de los 20 mil pesos que gana semanalmente en el almacén, todos los meses recibe además 80 mil pesos por discapacidad, ya que el Estado considera que tiene un 70 por ciento de invalidez. Con su hermano Juan ocurre lo mismo. Ambos le entregan a Valeria 30 mil pesos cada mes para ayudarla con la mercadería de la casa y el gas.
—Con el resto de la plata que gana no podemos contar, porque él se la vacila. Fiestas, copete, pitos (…). Esa es su plata –dice Valeria haciendo hincapié en el “su plata”.
Cuando sale del trabajo queda libre para hacer lo que él quiera. A veces va a jugar a la pelota o a trotar por Vicuña Mackenna, pero como él mismo dice, eso es prácticamente “una vez a las 500”. Lo que sí hace la mayoría de las noches es salir al pasaje y juntarse con sus amigos. Cuando están todos llegan a ser más de treinta. Escuchan reggaeton, cantan y toman alcohol hasta que amanece. A veces se arman peleas. Poco menos de una semana atrás, cuenta Cristian, se peleó con un grupo de la otra población.
—Volá de curao –explica.

Para Valeria no todo es tan simple como su hermano lo cuenta. Piensa que él no está aprovechando la segunda oportunidad que le dieron. Lo cuida y se hace cargo de él y de Juan, como si fueran sus propios hijos, pero a menudo ella siente que ambos se aprovechan del papel de mamá que tuvo que asumir. De todos modos, lo que más le preocupa es que sus hermanos terminen solos. Valeria sabe que el caso de Juan es distinto. Su discapacidad mental lo limita de mayor forma, pero él es tranquilo, dice, y sabe quién es la que manda en la casa. Su preocupación más importante es Cristian, que él no encuentre un trabajo ni una mujer con la que pueda formar una familia, y ella deba cuidarlo siempre.

Valeria tiene miedo de que su hermano nunca llegue a ser independiente.

—¡¿Cómo va a llegar a los cuarenta y que la hermana le siga dando plata?! –pregunta Valeria casi gritando, con los ojos bien abiertos fijos en mí.
—No, ni cagando –responde Cristian desde su silla en el comedor, con la cabeza gacha entre las manos restregándose el pelo que acaba de mojarse por el calor. Con la mirada hacia el suelo, hace tiritar la pierna izquierda.
—A mí me gustaría que fuera otro, que aprovechara la segunda oportunidad que Dios le dio. ¡Me gustaría que trabajara, si él puede trabajar! Él no tiene que estar todo el día echado o salir a la noche a pararse en la esquina, y que me vengan a reclamar que se porta mal. No anda cogoteando, ¡¡¡pero se porta mal!!! Es atrevido con la gente. Da jugo tomando, anda gritando y cantando la canción del Colo Colo, y la gente me viene a decir a mí.
—Ya nah que ver. No hablís hueás –vuelve a responder él, esta vez mirando fijamente a su hermana a la cara, con el ceño fruncido y la pierna quieta.
—¿Cuándo va a tener una familia así? Yo sé que él no la va a tener nunca –dice Valeria.
—Sí voy a tener una familia —responde Cristian otra vez mirando el suelo de cemento, bajando el tono de su voz llegando casi a apagarlo.
—Para mí, ellos están solos poh –dice Valeria levantando los hombros y dejándolos caer al segundo, en el mismo momento en que Cristian se para de la silla y sale al patio sin decir nada más.
Son las cuatro, debe volver trabajar.