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Desde el momento en que Cristian fue detenido por la PDI, nunca dejó de insistir en su inocencia. Después de varias horas de detención, y sin que existiera un registro formal de las actividades que realizó la policía durante este tiempo –como exige el protocolo–, le entregaron una hoja en la que confesaba haber sido el asesino; le dijeron que solo debía firmarla. “El Volao” llegó hasta segundo básico, por lo que no sabe leer ni escribir. Sin embargo, sí supo en ese momento que debía mantenerse firme en su verdad y no poner su nombre en la hoja, sin importar los beneficios que los detectives le prometieron si lo hacía.
—Yo no iba a pagar el pato de alguien más –dice chasqueando los dedos.
Claudio Aspé, abogado de la Defensoría Penal Pública, tomó el caso de Cristian luego de que el juez de garantía exigiera el abandono de la defensa privada que la familia Rojas Galvani había contratado. El juez estimó que el abogado no estaba haciendo el trabajo que correspondía. Pagaron 300 mil pesos por sus servicios y no se había hecho una sola gestión que apuntara a comprobar la inocencia de Cristian, sino que argumentaba solo para aminorar la pena, asumiendo la culpa. Luego de trabajar bajo esa línea argumentativa durante seis meses, se determinó que los derechos de defensa de Cristian y su presunción de inocencia no habían sido respetados, pasando así el caso a la Defensoría Penal Pública.
—El caso de Cristian estaba lleno de irregularidades. Ni la policía, ni la defensa, ni tampoco durante la investigación se cumplieron los estándares internacionales –comenta el defensor público.

Aunque los rasgos físicos de Cristian no coincidían con el retrato hablado, su fanatismo por Colo-Colo influyó en la condena.

Revisando el proceso de investigación del caso, la Defensoría Penal Pública encontró nuevas pruebas que lo exculpaban del cargo de asesinato, pero que se contradecían con aquellas que lo apuntaban de acuerdo a los datos que entregó la PDI. Luego de la muerte de Rubén, Jéssica Fuentes, la testigo, dio una descripción de la persona que hirió de muerte a su pareja con la que se elaboró un retrato hablado. En el bosquejo, la contextura física y la estatura no coincidían con las de Cristian. La persona que había asesinado al estudiante de la UC era tan alta como él, lo que se condice con el lugar en que fueron hechas las puñaladas.
Un metro con setenta. Eso medía Rubén Pailamilla. Casi treinta centímetros más que Cristian.
Según Claudio Aspé, este dato fue obviado por la PDI arbitrariamente, la que de forma paralela hizo averiguaciones en las poblaciones cercanas al campus San Joaquín. Allí les habrían dicho que al asesino le decían el “Colocolino”: el dato por el que llegaron a la casa de Cristian.
—Ya desde aquí, el procedimiento está mal hecho. Solo con partir de la base del dicho popular de que la mitad más uno de los chilenos son colocolinos, ese rumor no tiene peso –dice el defensor.
Pero con peso o no, con esa prueba Cristian fue detenido. Horas más tarde Jéssica fue citada por la PDI a identificar al sospechoso en una rueda de reconocimiento fotográfico, en la que lo indicó como el culpable de la muerte de Rubén.